Sociopolítica

PALABRAS QUE NO SIEMBRAN NI ABREN PUERTAS

Es lógico que los obispos hablen, que discrepen, que recuerden a los cristianos las exigencias de su fe, por supuesto que sí. Lo que ya no es tan lógico son las maneras, los procedimientos que aún sigue empleando la Jerarquía Católica -y digo Jerarquía, no Iglesia, ya que la Iglesia sigue viva gracias a tantas y tantas personas seglares y religiosos que han hecho y hacen una labor extraordinaria, entre las que cabe destacar a ese gran hombre recientemente fallecido, que fue Vicente Ferrer. Por cierto, me ha resultado deplorable aunque no extraño, no haber visto en su multitudinario entierro ni una triste representación del Vaticano, ni de la Conferencia Episcopal española, ni de la bendita Cope.

Según la Enciclopedia Católica: En las primeras épocas las leyes civiles contra todas las clases de aborto eran muy severas entre las naciones Cristianas. Entre los Visigodos, el castigo era la muerte, o privación de la vista, para la madre que lo permitía y para el padre que lo consentía, y muerte para el abortista. En España, la mujer culpable de aborto era quemada viva. Un edicto del rey francés Enrique II en 1555, renovado por Luis XIV en 1708, infligía pena capital para adulterio y aborto combinados. (…) La Iglesia Católica no ha relajado su prohibición estricta de todo aborto; sino, como hemos visto antes, la ha hecho más evidente. En cuanto a los castigos que inflige sobre las partes culpables, su legislación actual fue fijada el 12 de octubre de 1869 por la Bula de Pío IX «Apostolicae Sedis» con pena canónica de excomunión. 140 años después, el 18 de junio de 2009, monseñor Martínez Camino, recoge la antorcha inquisidora del pasado para advertirnos que aún sigue vigente dicha pena.

Siempre me asombró la habilidad de los obispos para descubrir y detallar pecados, y la prodigiosa incapacidad para transmitir la fe. Si la finalidad que tiene la Jerarquía es la supresión del aborto, ¿no demuestra una completa ausencia de sensatez al continuar echando mano para ello del miedo y la amenaza? ¿No se dan cuenta de que sus palabras no siembran ni abren puertas y que esas advertencias lo único que logran es hacer inviable la toma de conciencia? ¿Hasta cuando la soberbia del poder clerical establecido? Vivimos una nueva etapa, una era que nada tiene que ver con aquel pasado cuyas teorías basadas en el miedo a la condenación eterna y los formularios dogmáticos de penitencias, no son aceptables ni accesibles a la corriente ideológica de la mujer y el hombre de hoy. Si no se sabe emplear la religión en esencia, en libertad, sin fanatismo ni ideologías políticas de un color u otro, se puede hacer mucho daño y, de hecho, se sigue haciendo. No se puede seguir mirando para otro lado, no se puede quedar uno solamente con las teorías sin cuestionarlas con la razón, con la vida misma. No se puede seguir negando la realidad como se ha hecho siempre. Es más que sabido las muertes de mujeres que se produjeron en la clandestinidad de aquella España del nacionalcatolicismo, que en su pobreza e ignorancia recurrieron al aborto en ínfimas condiciones. Y es más que sabido también, del «turismo abortivo» que practicó otras tantas mujeres «de bien» en aquella misma clandestinidad.

El miedo, la ignorancia y la hipocresía, ante todo lo relacionado con el sexo, ha sido una calamidad para el desarrollo de la persona cristiana. En la Encíclica «Veritatis Splendor» Juan Pablo II sostenía que nunca se pueden cometer actos intrínsecamente malos (tales como el aborto, la esterilización, el adulterio, la sodomía o la inseminación artificial), por mucho que lo justifique la conciencia. Y me pregunto: ¿por qué los actos intrínsicamente malos se reducen siempre al área sexual?

En el nº 645 de la revista católica Alfa y Omega  del 18 de junio de 2009, se recoge la Carta del entonces cardenal Ratzinger: Dignidad para recibir la Santa Comunión, escrita en junio de 2004. No todos los asuntos morales tienen el mismo peso moral que el aborto y la eutanasia. Por ejemplo, si un católico discrepara con el Santo Padre sobre la aplicación de la pena de muerte o en la decisión de hacer la guerra, éste no sería considerado por esta razón, indigno de presentarse a recibir la Sagrada Comunión. Aunque la Iglesia exhorta a las autoridades civiles a buscar la paz, y no la guerra, y a ejercer discreción y misericordia al castigar a criminales, aún sería lícito tomar las armas para repeler a un agresor o recurrir a la pena capital. Puede haber una legítima diversidad de opinión entre católicos respecto de ir a la guerra y aplicar la pena de muerte, pero no, sin embargo, respecto del aborto y la eutanasia.»

(Sin comentario).

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.