Imaginen esta historia. Un hombre ambicioso, avaricioso, con ideas y sin escrúpulos, después de varios intentos, logra conseguir crear una empresa que se nutre del trabajo y el sudor de miles de trabajadores. Poco a poco, su imperio va creciendo y cada vez son más las personas que trabajan para él. Sueldos míseros y beneficios que aumentan cada año de manera descomunal. Pero como todo, las vacas gordas se acaban, y la época de ingresos pasa por un pequeño bache que, debido a los malos cimientos de su negocio (que se nutre de números falsos y expectativas hinchadas adrede), se acaba convirtiendo en una gran crisis que hace peligrar la continuidad de la empresa. Temeroso de perder su abundancia, acude al gobierno, y éste, al ver el gran número de trabajos que se podrían perder, les ofrece su dinero y su ayuda, a cambio lógicamente, de una pequeña parte del control de la misma. Luego, cuando se da cuenta de que lo que ha salvado es humo, y que no hay beneficio por donde acogerse, hace pagar al contribuyente la deuda que ha generado dicha empresa en sus cuentas del estado. O sea, que el rico sigue siendo rico, y el pobre todavía más castigado. Una historia que no está nada lejos de la realidad, y si no, sólo tenemos que mirar a Estados Unidos y la inyección de dinero a los grandes bancos y aseguradoras. Esperemos que esto no se traslade a nuestro país.
Joan Francesc Lino