Digamos primero de todo que Gibraltar fue un robo a la España del S. XVIII y que ese trozo de roca estéril, pertenece a la España de todos los tiempos. Pero dicho ello conviene analizar muchas cosas, tras nada menos que tres siglos del expolio.
Olvidémonos entonces de conglomerados políticos y situémonos en el día de hoy, la privilegiada situación de ese minúsculo territorio, más propio de guarnición militar (que por ello fue expoliado); penitenciaría de castigo, o lugar inhóspito, que de otra cosa. Pero esa «otra cosa» es la que hoy le da el valor enorme que tiene, sobre todo para los gibraltareños y «los ejércitos» de buitres internacionales que se aprovechan de ese estatus de paraíso fiscal y que como tal lo defienden unos y otros.
Los buitres internacionales (muchísimos españoles entre ellos) por cuanto allí tienen grandes capitales, entran y salen «como por su casa», operan desde allí, allí guardan «lo que no les interesa declarar por los motivos que sean» y es claro que quieren a «la roca», mucho más que a algunas (o todas) las propiedades que puedan tener en «el suelo patrio»… aunque lo de patria, llegado a su verdadero significado… «la patria es lo que cubre nuestro tejado, guarda nuestro bolsillo y llena nuestra panza»; dejémonos pues de histerismos patrios, puesto que ya alguien dijo algo así… «como que el nombrar a la patria era el último recurso de los miserables».
Ahora e in mente… sitúese usted (o yo) en el lugar de un gibraltareño «puro»; ese gibraltareño o «llanito» (como les llaman sus vecinos españoles) que ha nacido allí, que bastantes de sus antepasados vivieron, nacieron y murieron allí; que allí y con todos sus condicionantes adaptaron sus vidas y allí prosperaron y siguen viviendo por que les interesa. Que nos digan los impuestos que pagan y los comparen a los que pagamos los españoles.
Imaginen a ese «isleño» (Gibraltar es un peñón aislado) que se encuentra con la gran facilidad de entrar y salir como le da la gana, a la contigua España que se encuentra a su entera disposición y como un paraíso para sus disfrutes, correrías expansivas (se libra de la claustrofobia de su islote); donde puede y de hecho muchos tienen, sus fincas, chalés, apartamentos y todo lo que les viene en gana; sin estar sometidos como individuos a las leyes de un país que no les interesa y así lo demostraron en el plebiscito que los astutos ingleses mandaron hacer para afianzar más la propiedad del peñón.
Imaginen a ese giblartareño, pensando en la inestable historia de «su vecina España»; lo mal gobernada que ha estado casi siempre y sigue estándolo; la cantidad de guerras civiles que han sufrido, las rencillas malditas que impiden una verdadera unión nacional; los separatismos rampantes y activos actuales y en fin, las bandas de bandidos, ladrones, estafadores y demás lacras que asolan a España; e imaginen, a ese gibraltareño poniéndosele los pelos como escarpias, sólo en pensar que puedan anexionarlo a tal cúmulo de desaciertos; seguro que en tal caso, se arma de metralletas y defiende «su peñón».
Lógico pues, que allí griten desde siglos atrás y más alto aún que los ingleses, el grito clásico de… ¡Viva la reina o el rey!… pero de Inglaterra, no de España. Que luzcan la bandera inglesa y que ignoren a la española… y es lógico, puesto que como ya digo, lo primero es la panza y el bolsillo; después el techo que nos cobija y después… «eso de patria que en realidad llega a bastantes menos de los que dice cobijar ese ente».
Lo idiota, para mí… es que nada menos que un ministro de asuntos exteriores español, haga el panoli, yendo a hablar de esos asuntos al lugar menos apropiado, puesto que los asuntos de Gibraltar deben ser tratados siempre en Madrid (como capital del país expoliado) Londres, como capital del país expoliador; y en tercer lugar en la sede internacional máxima, como lo es hoy la ONU, aunque ésta y pese a lo que decidiera en su tiempo… ya sabemos que los ingleses se lo pasan por debajo… «del big ben», o lo sepultan en las mazmorras de la Torre de Londres y allí está para otros tres siglos, por lo menos.
Y lo inexplicable igualmente para mí, es que cosas tan claras y sencillas no se digan a los españoles, puesto que para qué decirles otra cosa… «sí, para idiotizarlos aún más y que no piensen en la realidad de que ellos viven muchísimo peor que los gibraltareños». Esa es la cruda, dura y cruel realidad del español de hoy.
Veamos ahora a ver, cuántos periódicos españoles publican este artículo… me temo que poquitos, o ninguno… ya veremos.