Son las ocho y cinco de la mañana. Delante de mí parpadea la barrita del editor de texto de mi ordenador portátil, mientras los pájaros cantan ajenos al desastre inminente que se producirá en España a menos que cambiemos el rumbo de nuestra propia historia. Con la canción de La Carretera de Julio Iglesias pienso que nuestro gobierno anda perdido en un cenagal pestilente donde una espesa niebla producida por su propio ego nubla la vista de aquellos valientes que intentan salir del agujero de una muerte anunciada.
A lo largo de este verano las noticias sobre política han ido desapareciendo poco a poco, como una especie de rutina veraniega. Al parecer, al pueblo español no le interesa ni lo más mínimo lo que suceda en su país durante los meses vacacionales, sino que la playa, el chiringuito y las tapitas son el pan de cada día. Mientras tanto, Xavier Sala i Martí, economista catalán, se atreve a decir que España puede convertirse en un gran problema para Europa, incluso que puede llegar a ser expulsada del Euro. No sé si esta afirmación es un poco exagerada o no, pero lo cierto es que no hace falta a día de hoy ser economista para observar de primera mano que algo no funciona en este país donde la deuda aumenta y aumenta llegando a cimas nunca vistas. No estamos en un buen momento y es algo que se viene diciendo desde hace mucho tiempo.
Los negocios siguen cerrando y los autónomos que acaban en la ruina ya son mayoría, los parados tienen que aguantar las absurdas y tramposas medidas del gobierno socialista, mientras la cifra de paro sigue siendo escandalosa. Además, el paro aumenta en el sector servicios y eso que estamos en verano. Pero no pasa nada, porque nuestros políticos están de vacaciones y cuando saltan a la palestra informativa es para señalarse uno a los otros diciendo tonterías bananeras propias de niños pequeños que se pelean en una guardería, “No, la culpa es tuya”, “no, tuya”, “A que te pego”, “Pégame”.
El hecho de que España necesita una clase política decente no es nuevo, pero ahora quizás no es el mejor momento para buscar líderes fuertes y enterrar a los vivos casi muertos. Hay que preguntarse por qué la élite política de este país da ganas de vomitar, por qué producen me producen la misma sensación que cuando veo un gato lleno de hormigas tirado en mitad del andén. Quizás la culpa la tengamos nosotros, los españoles que no exigimos que nuestros supuestos representantes que dan su vida por una democracia a la que cada día que pasa cuestiono más y más, hagan las cosas como Dios manda, si es que lo hace.
En un momento dado de nuestra larga historia, Antonio Cánovas del Castillo puso en práctica un sistema político basado en un bipartidismo claro, una especie de alternancia pacífica y ordenada para que todos pudieran besar y tocar el poder cada cierto tiempo. Por un lado estaban los conservadores (Cánovas) y por otro los liberales (Sagasta). Durante un tiempo, el sistema funcionó pero no sirvió para regenerar la vida política, sino más bien para darle de comer a los bribones de entonces, algo que no quita que la idea de Cánovas fuese en su momento lo mejor para el país pues nos encontrábamos sumidos en una crisis política que amenazaba nuestra propia existencia. Los votantes votaban y los peces gordos decidían. Es decir, la democracia no era real, sino más bien una cortina de humo para tener contenta a la población. Aquello se convirtió en un verdadero circo pues aunque ambos partidos eran distintos ideológicamente hablando, al final todos querían lo mismo, el poder. La población vivía engañada mientras Cánovas Y Sagasta llevaban a cabo una política de circo y espectáculo.
Más o menos como la que estamos viviendo ahora mismo. Mientras España pierde su esencia como país unido por todas las esquinas, nuestros dos partidos mayoritarios se dedican a cruzar palabras vanas, tonterías que no llegan a ningún lado, sino que más bien buscan llamar la atención del consumidor de democracia barata para que deje lo que esté haciendo y se trague poco a poco todas las mentiras de un sistema que hace aguas. O hacemos aglo, o dejaremos de ser ciudadanos libres. Ellos son las hormigas y nosotros el gato.