Yo también fui mileurista, ya no, lo dejé, por suerte, soy un afortunado, pero también lo sufrí en mis carnes, viví con la angustia de no llegar a fin de mes, de ver acumuladas mis facturas sin pagar y de sentir la presión social por el consumo.
Porque los datos son demoledores, nos hablan de un 63% de españoles que son mileuristas, o al menos así lo declaran, y no podemos por menos que llevarnos las manos a la cabeza y preguntarnos el porqué de tamaña desmesura.
Durante los últimos años España ha estado convergiendo con la Unión Europea en todos los aspectos económicos y sociales salvo en los salarios, y no hablo del salario medio, que no nos dice nada, sino del salario real que cobra la mayoría de los ciudadanos.
Por ello la convergencia es falaz, basado en una ilusión, no en la realidad, porque el poder adquisitivo de un ciudadano español se ha reducido en los últimos años fruto de la inflación acumulada y de la ausencia de incremento real de los salarios.
Y ello provoca que nuestra economía nunca termine de despegar. Unos salarios competitivos son condición necesaria para desarrollar un país a nivel económico, que permitan ofrecer el incentivo adecuado para el trabajo a la vez que generan un mayor consumo que redunde en beneficio social.
Bajo la cantinela de la protección social los sindicatos han venido defendiendo un sistema claramente ineficiente que provoca desigualdades entre los trabajadores y precariedad en los salarios con el único objetivo de perpetuarse en sus cargos.
La mejor protección social para un trabajador es el trabajo bien remunerado, no las prestaciones que puede llegar a percibir cuando lo pierde y una reforma estructural del mercado laboral es esencial para generar salarios eficientes en nuestra economía y reducir el desempleo de manera drástica.
Una reforma que incluya flexibilidad en los despidos y eliminación de la temporalidad, acompañados de formación continua y adecuada de los trabajadores.
