…y se tiño de sangre nuestra América recién descubierta.
Se salvó Cristóbal Colón de un tremendo escarmiento cuando 120 marineros que iban en las carabelas en pos del Nuevo Mundo, se amotinaran pensando que los estaban llevando a una muerte segura. Y no estaban equivocados.
Pero la muerte, selectiva, prefería la piel cobriza de los habitantes de las tierras americanas, mientras se frotaba las frías manos imaginando el banquete que la agreste geografía a la vista habría de proporcionarle.
Pieles cobrizas, «salvajes» que supuestamente irían a recibirlos con los brazos abiertos como corderos listos para el sacrificio.
Llegaban los «salvadores» y el arribo se producía en nombre de la fe y amparado por el dogma, con proyecto expropiador, genocida.
Crucifijos en alto, Dios en las bocas, y los cuerpos de los conquistadores atrapados en corazas de acero por las dudas que el «salvajismo» intentara romper las sagradas carnes que «sólo querían proporcionar cultura y domesticación».
¿Habrase visto «herejía» más grande que la de esos indígenas que honraban a la madre tierra, al sol y al agua, en vez de arrodillarse ante la mención de un Dios con todas las características europeas? Los reyes de España esperaban ansiosos las noticias que hablaran de triunfo y de hallazgo de grandes recursos naturales que pasarían a engrosar las arcas de la corona.
Cuánta ansiedad habría en aquellas épocas sin internet, faxes ni celulares. Qué libre volaría la imaginación de los que abrieron las puertas del mercantilismo capitalista que llegó para permanecer hasta nuestros días.
Pisaron tierra que jamás volvió a ser de los habitantes paridos por esas tierras.
Pisaron tierra a fuerza de terror y la anegaron en sangre.
La misión había triunfado, la religión pegó un salto cuantitativo y ya nada volvió a ser como era entonces. A partir de la nefasta llegada,
miles de nativos fueron «convertidos» a la religión católica, o sea,
claramente, pasaban a ser súbditos de los Reyes de España a fuerza de filo de espadas y escupidas de fuego de esas armas extrañas que asolaban todo a su paso.
Hombres, mujeres, niños, ancianos, hasta la cultura nativa caía asesinada. Grandes hogueras se alimentaron con cuerpos, filosas espadas ostentaban como trofeo los cuerpecitos de las criaturas nonatas arrancadas del vientre de sus madres, mientras sus padres eran pasados a degÁ¼ello por ser atrevidos infieles a la sacrosanta fidelidad de los artífices de las ambiciones más degradantes.
Rumbo a Europa expectante, partían los barcos cargados con mucho más de 200 mil kilos de oro y millones de libras de plata pura, los ojos de la corona se abrían hasta parecer soles de odios y saqueo ante la maravilla jamás vista hasta el momento.
América india recibió el mayor saqueo, el más genocida de los robos fue cometido en estas tierras «bárbaras». Colón y demás miembros del equipo infernal fueron catalogados héroes por la historia que siempre se inclina a favor de la muerte y la apropiación.
Los indígenas que según fuentes se contabilizaban en unos 70 millones, fueron reducidos a una décima parte luego de 150 años de la conquista y cuando el trabajo sucio recayó en nuevos «héroes» que hasta gozan, post mortem, de fabulosos monumentos reivindicativos de su «hazaña» genocida.
No hubo gobierno, hasta el momento, que se atreva a bajar de sus pedestales inmundos a los continuadores de la obra terrorífica que causa vergÁ¼enza a quienes respetamos el heroísmo de nuestros nativos.
A 20 años de la llegada de los «santos» conquistadores, los habitantes de las islas del Caribe fueron prácticamente exterminados.
En las minas de plata, de Potosí, quedaron los pulmones reventados de los indígenas que trabajaban día y noche para enriquecer al viejo continente.
500 mil víctimas anuales quedaron como saldo de semejante atrocidad durante los primeros 150 años de exterminio que trajeron la «cultura y el desarrollo», ¿acaso encontraremos crímenes tan bestiales como celebrados?
Más de 500 años de dominación extranjera, las culturas Azteca, Inca, Maya fueron devastadas y a ello le llamaron progreso, aunque muchas comunidades resistieron con estoicismo el saqueo, dando
cátedra de altura moral aunque tan poco se hable de ello. La ferocidad de la conquista logró opacar ante los desmemoriados, las luchas genuinas y bravas que se oponían a su exterminio, al despojo y a la violación de sus hijas y mujeres.
No hubo monumentos para estos rebeldes, tampoco avenidas donde hayan estampado sus nombres inolvidables, la historia que escriben los ganadores siempre resulta más creíble para las mentes cerradas que responden a los intereses más mezquinos.
Hubo un Tupac Catari que se animó a gritar ante el invasor «volveré y seré millones», pero hasta esa frase le fue arrebatada para atribuírsele a alguna otra persona, como parte del continuo saqueo cultural y la tergiversación de la historia.
Pero volvió nomás, aquí cerquita, en esa Bolivia que resiste los embates de la colonización moderna que actúa en colaboración con la CIA y de los grandes pulpos internacionales.
Volvió siendo millones en Ecuador, en Guatemala, en República Bolivariana de Venezuela, en el pueblo mapuche, en el aymara y volverá en cada pueblo que se anime a reivindicar esa historia olvidada.
Volvió también La Gaitana, Cacica de Tamana de esa Colombia herida de muerte por el Terrorismo de Estado que perdura hasta nuestros días.
Va La Gaitana esta vez empuñando la Espada de Bolívar que da vueltas en el continente y en cada lugar del mundo donde la opresión deja más víctimas y más dolor. Vuelven los pijaos y vuelven los paeces.
Volvió el Indio Hatuey vuelto cenizas en una hoguera por no aceptar la «salvación» de su alma ofrecida por un sacerdote, que recibió como escupitajo de dignidad una pregunta más incisiva que la espada, lanzada por la boca de Hatuey:
«Hay gente como ustedes en el cielo»? Y cuando el sacerdote respondiera: «hay muchos como nosotros», Hatuey atacó con el filo de su lengua: «no deseo saber nada de un dios que permite que tal crueldad fuera hecha en su nombre».
Hoy, a más de 500 años de la entrada a América de la muerte legalizada e instigada por un trono cubierto de oro, esmeraldas y amoralidad ilimitada, para muchos el 12 de Octubre es nada más que un feriado.
En algún lado y para beneficiar el turismo interno, ese feriado es móvil y se lo corre hacia el lunes 13.
Será esa la manifestación de repudio a un día que no puede considerarse festivo, sino que debe ser un innegable día de lucha, memoria colectiva, reflexión?
Día de duelo y de dolor añejo.
¿Será que es más interesante mantener el capitalismo salvaje que entró para quedarse, en lugar de honrar con el recuerdo y respeto la memoria de nuestros primeros habitantes, dueños legítimos de estas tierras oprimidas?
¿Será que tenemos temor de tomar posicionamiento por las víctimas que dejó la historia y que la eterna desmemoria se encargó de catapultar entre las frías paredes del olvido que es tan asesino como la más brutal de las armas?
Nuestros indígenas no merecen semejante afrenta, merecen nuestro homenaje, nuestro recuerdo y hasta nuestra vergÁ¼enza ajena. Merecen un día de duelo, porque su sangre no puede haber sido derramada en vano.
No obstante la hipocresía reinante, vuelve la conciencia indígena para recordarnos que un día, comenzó una historia, cuando algunos gritaron Tierra…!!!
Y la saquearon…
Ante esa conciencia viva, sin embargo, muchos nos ponemos de pie gritando ¡bravo hermanos, estamos con ustedes!
Ingrid Storgen:
04 de octubre: Mientras tantos reservan hoteles y resorts dónde irán a pasar el feriado largo y mientras otros rendimos culto a nuestros mártires honrados por el latido de nuestros corazones.
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