Las mujeres dejan el campo y buscan en la ciudad independencia, anonimato y oportunidades que se ajusten a su alto nivel de formación. Los hombres se quedan solos. Las zonas rurales, despobladas.
Se calcula que por cada 80 mujeres, hay 100 hombres en los pueblos de menos de 10.000 habitantes y sólo el 38% de las personas entre los 30 y 49 años del mundo rural vive en el mismo municipio en el que nacieron. Parece que un nuevo éxodo rural se está produciendo en nuestros días, pero con un protagonista diferente al de los años 60: ahora es la mujer quien se traslada del campo a la ciudad. El hombre se está quedando cada vez más solo en el campo.
Este nuevo éxodo rural no es muy diferente al de nuestros antepasados, cuando también se dio una ruptura con la tradición para buscar las oportunidades que ofrecían las grandes urbes. Si entonces eran los humos de las grandes fábricas lo que llamaban a los jóvenes a la huida del campo, hoy son la libertad, independencia y anonimato lo que buscan las mujeres en la ciudad.
Muchos factores parecen haber influido en este nuevo éxodo. Por un lado está la alta formación de las mujeres. Si hasta hace unas décadas la universidad era territorio masculino, hoy son las mujeres quiénes más carreras y más altos niveles educativos consiguen, lo que las empuja a buscar unos trabajos cualificados que difícilmente el campo puede ofrecerles. El segundo factor hace referencia al rol tradicional que la mujer ha mantenido en el campo: la ciudad ofrece libertad e igualdad frente al campo, en donde se repiten aún hoy muchos de los roles machistas que limitan el papel de la mujer al ámbito doméstico.
La principal consecuencia de este nuevo éxodo es la masculinización de las poblaciones rurales. En su revés, la feminización de las ciudades. Las dos caras de un mismo fenómeno que produce la misma consecuencia: la distancia entre los dos mundos que implica que cada vez resulte más difícil el encuentro hombre-mujer, con resultados obvios: cada vez existen una mayores tasas de soltería en la población española y, en consecuencia, una caída de la tasa de natalidad, con una población envejecida que no se renueva y que deja los campos cada vez más vacíos e improductivos.
Este nuevo éxodo debe también hacernos replantear el papel del campo en el siglo XXI. El sector primario resulta imprescindible, no sólo en la economía de cualquier país, sino también en la calidad de vida y en la subsistencia: proporciona desde aire limpio de unos bosques y parajes bien conservados, hasta los alimentos que el hombre necesita.
Ahora, en plena crisis, cada vez son más las voces y las iniciativas, entre ellas un cada vez más pujante turismo rural, que apuestan por el desarrollo del campo como una fuente de riqueza y futuro laboral para muchos. Pero es un futuro que se ve limitado por la falta de inversiones en el medio rural: faltan transportes y comunicaciones, dos pilares básicos sobre los que se apoya el mundo actual. Por ello, la inversión y la apuesta gubernamental son dos soluciones imprescindibles ya no sólo para la conservación de nuestro medio rural, sino para la necesaria renovación y adaptación a los nuevos tiempos.
En un mundo que se ha convertido en un territorio transfronterizo, parece que los únicos movimientos migratorios que llaman la atención son los verticales «Sur-Norte». Pero también se producen importantes movimientos dentro de nuestras propias fronteras. Uno de ellos es el éxodo rural de las mujeres que, atraídas por luces de neón que iluminan su camino en el siglo XXI, han decidido reivindicarse dentro de la ciudad.
Mercedes Hernández Gayo
Periodista