De las cenizas del neoliberalismo se puede rehacer el mundo con un orden que revierta la insatisfacción de millones de personas por el enriquecimiento desvergonzado de unos pocos.
Una visión del mundo no es una manera de ver las cosas. Determina nuestros valores, dicta los criterios para nuestras acciones, impregna nuestra experiencia de lo que somos y hacemos. Otro mundo es posible si cambia nuestra visión del mundo, escribe Jordi Pigem. De ahí nuestro compromiso ante este desafío con el que nos interpelan los responsables de la crisis actual. Esta se produce en un momento en que ya existe una conjunción de crisis: energética, alimentaria, climática. Empieza por una inmobiliaria, bancaria, de las autoridades de regulación, industrial, social y, cuando todas estas condiciones se juntan, lo mismo que en meteorología se utiliza el término ‘tormenta perfecta’, tenemos esta ‘crisis perfecta’, dice Ignacio Ramonet.
La crisis climática ha sido originada por el productivismo industrial que se aceleró desde los años 50 y 60. En la larga historia del capitalismo moderno, hay una articulación constante entre el Estado y el mercado. Pero en estos últimos 30 años, el mercado ha querido hacer creer que podía funcionar sin ningún control por el Estado, e incluso contra el Estado. Esa idea de que el capitalismo puede autorregularse llegó a su apogeo en los el años 2005 y 2006. Se llegó a creer en el milagro de que se había suprimido la posibilidad de crisis sistémicas.
Esta irracional exuberancia, con la creación de nuevos instrumentos financieros, alejados de cualquier control, se había convertido en una desconexión de la economía financiera con la real. Y como cualquier burbuja acaba por estallar, lo ha hecho coincidiendo con una crisis sistémica. Ahora la dificultad es encontrar una vía de salida. El área financiera está empezando a reconstruirse, pero las otras dimensiones de la crisis aún no han alcanzado su cenit y, en cualquier momento, esta situación precaria puede volver a desbocarse.
Los responsable políticos no pueden abandonar la economía financiera a su propia autorregulación. Hay que regular los instrumentos financieros. Hay que crear una autoridad económica internacional, al estilo del Consejo de Seguridad de la ONU, porque el FMI y el BM también han sido vencidos por esta ideología perversa que rompe la relación de equilibrio con la naturaleza y con el mundo.
En estos momentos, cuando los grandes bancos de Wall Street anuncian beneficios extraordinarios, el paro sube y seguirá haciéndolo en los próximos meses. Algunos aventuran que lo peor desde el punto de vista social aún no ha llegado.
Ante la necesidad de un rearme ideológico, no hay varias teorías compitiendo, sino sólo una funcionando, la capitalista de mercado. De una economía de mercado han llegado a una sociedad de mercado. Ya no se puede decir que si no funciona el capitalismo, lo hará el socialismo. Ya hemos visto sus desastrosos efectos con el socialismo de Estado. Hay que buscar soluciones en este nuevo marco. Ante nuestros ojos se derrumba el neoliberalismo, por lo que, según muchos analistas, cualquier solución debe pasar por un nuevo keynesianismo adoptado a nuestro tiempo, con el cambio climático y una concepción diferente sobre la sobreexplotación y el desaforado consumo. Hay que ir hacia una austeridad, una frugalidad, hay quienes hablan incluso del decrecimiento. Idea que, bien entendida, podría estar llena de sugerencias. Como lo fue aquel «desaprender» de la Institución Libre de Enseñanza. Deshacer el desarrollo para rehacer el mundo, en busca de una nueva experiencia. Nuestra principal tragedia y la raíz de nuestra sensación de soledad, escribió D.H. Lawrence, es que hemos perdido el rumbo.
Hay que calmar los mercados con mecanismos como la tasa Tobin, que acabaría con la especulación con las divisas. Hay una serie de soluciones que son reformas de la economía de mercado indispensables.
Hay una insatisfacción cada vez mayor en nuestras sociedades al ver cómo grupos más reducidos se enriquecen desvergonzadamente. Eso crea una desconfianza en el sistema democrático, que debe aplicarse no sólo a la esfera política, sino también a la económica. Las privatizaciones no pueden hacerse en contra de la sociedad. No se pueden retirar los servicios públicos a los pobres, porque es el único recurso que tienen: escuela, transporte, sanidad. Si se privatizara, como pretenden los «neoconservadores» más deshumanizados, les habremos quitado lo poco que tenían. Y contra esa tiranía de las oligarquías es obligado rebelarse. El mercado no puede arrinconar a la sociedad, que es lo que el sistema financiero ha hecho: esa inmoralidad, sostiene Ramonet y lo suscribimos, crea descontento social, que puede derivar en un momento dado en movilizaciones, protestas y quién sabe qué oleadas de frustración y desesperanza.
José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS