La tortura psicológica no deja marcas físicas visibles, pero puede crear falsos recuerdos y dejar secuelas psicológicas irreversibles. La fabricación de recuerdos desmonta la justificación de la tortura como método para obtener información.
Gran parte de los diez millones de personas encarceladas en el mundo viven en condiciones inhumanas que violan su dignidad como seres humanos. La desnutrición, el maltrato físico, la ausencia de luz, ventilación o cobertura sanitaria son algunas de las prácticas a las que muchos Estados someten a los presos, sin cumplir con la obligación de respetar su dignidad humana.
A pesar de las numerosas normativas y declaraciones que prohíben y condenan la tortura, los métodos empleados para conseguir confesiones de los encarcelados han ido modernizándose, con el fin de conseguir una mayor eficacia. Sobre todo, en un tipo de tortura que no deja rastro físico en el cuerpo de la víctima: la psicológica. Aunque no resulta tan efectiva como se piensa. Según un estudio, la presión y el estrés psicológico al que se somete a los torturados es tal que éstos generan falsos recuerdos que toman como verdaderos. El tejido y los órganos cerebrales encargados de las funciones de la memoria y de la toma de decisiones quedan dañados por las técnicas de estrés practicadas, por lo que las declaraciones de los presos no responden a la realidad.
Para llevar a los torturados al límite del sufrimiento psicológico existen distintos mecanismos. Algunos de ellos han sido revelados en los últimos meses, tras la desclasificación de un informe de la CIA sobre torturas llevadas a cabo en cárceles extranjeras tras los atentados del 11-S. La ridiculización de las víctimas, obligándoles a llevar un pañal como única prenda; amenazas de violación y asesinato a familiares; presencia de torturas físicas realizadas a otros presos; el aislamiento, cubrir sus cabezas con capuchas y hasta la representación de asesinatos a otros presos que, en realidad, no eran tales. En total, un promedio de hasta veinte técnicas de tortura psicológica y de elementos de estrés mental. A raíz de los datos presentes en el informe, el juez Eric Holder decidió investigar los casos y llevar a los responsables ante la justicia si el proceso da sus frutos. Entre ellos se encuentran el ex presidente estadounidense George W. Bush, miembros de su gobierno y altos cargos de la CIA. El actual mandatario de Estados Unidos ya ha recibido presiones de ex dirigentes de la agencia norteamericana para detener el proceso, alegando que podría revelar datos que pondrían en peligro la guerra contra el terrorismo. El propio Obama, premio Nobel de la Paz, ha llevado a cabo medidas para controlar la tortura a los presos, además de haber prometido el cierre de la prisión de Guantánamo en enero del próximo año. Sin embargo, el plazo parece que no va a cumplirse, y su gobierno continúa con centros de retención de presos en el extranjero. Además, varias organizaciones han denunciado la presencia de métodos de tortura psicológica en los Centros de detención de inmigrantes ilegales dentro de Estados Unidos. Acusan a las autoridades de tratar a los indocumentados como criminales y de forma inhumana mientras esperan su deportación a sus países de origen.
A pesar de que la tortura psicológica no deja huellas en el cuerpo de los torturados, las consecuencias en la mente son tan devastadoras como la tortura física. Los recuerdos de lo sufrido se convierten en una nueva tortura. Son los trastornos por estrés postraumático. Un estudio de la Universidad de Londres, que analizó a 270 víctimas de tortura psicológica durante los años que duró el conflicto de la antigua Yugoslavia, prueba que los torturados continúan sufriendo, mucho tiempo después, las mismas consecuencias que si las agresiones hubiesen sido físicas: pesadillas, trastornos del sueño, pánico, pérdida de conciencia e incluso dolor corporal. El 75% de los encuestados había sufrido en alguna ocasión trastornos de estrés postraumático. El 55% los sufría habitualmente cinco años después del fin del conflicto.
La práctica de la tortura, tanto física como psicológica, viola el derecho internacional y la dignidad de las personas. A pesar de ello, aún son muchos los países, tanto democráticos como no democráticos, que la utilizan en sus interrogatorios. El afán por conseguir respuestas no justifica la humillación y el sufrimiento al que son sometidos los presos. Unas respuestas que, como se ha comprobado, no son fiables por culpa de los propios torturadores.
Javier García Ropero
Periodista