Un gobierno que deja a sus connacionales a merced de unos criminales desarrapados no es precisamente garantía de orden y buena gestión. Máxime cuando no es la primera vez que los responsables de la cosa pública española hacen de recaderos viles de secuestradores somalíes (si es que se puede usar el gentilicio, pues Somalia es una entelequia como país desde hace años).
Mientras Francia sufre ataques que repele con acierto y contundencia en el Océano Ándico, el Gobierno de España sólo es capaz de ponerse chulo con presos de conciencia moribundos en Cuba. Ahora hay que devolver a dos criminales convictos a Somalia porque lo manda un jefecillo mafioso… ¿qué explicaciones le van a dar al superhéroe Garzón acerca de los supervillanos que aquél se hizo traer a España a su mayor gloria?
Pero hay más. Qué explicación se le va a dar a la ciudadanía. ¿Acaso que el Gobierno no hace ni repajolero caso a manifestaciones pacíficas de un millón de sus ciudadanos, y que se arrodilla ante las amenazas de un matón analfabeto que tiene en sus manos treinta vidas y un lanzagranadas?
Así es que estamos ante un presidente prepotente con los mansos y débiles y sumiso y hasta servil con aquellos que le imponen la fuerza. También hay que entender que mientras los pescadores españoles faenan ganando un salario del miedo, los militares ibéricos hacen lo propio en Afganistán, como si sus emolumentos los pagara Hamid Karzai o la ONU, siendo esta última el mayor foro mundial para no arreglar ningún problema y sermonear estúpidamente sobre todo.
Es verdad que España, como dijera un ilustre político español, es un manicomio en régimen de autogestión. No me extraña que aparezcan tipos como Eguiguren (único político en activo en toda Europa condenado en firme por maltrato de género, cosa de la que es consciente el «feminista» de la Moncloa) que de vez en cuando animan a negociar con ETA.
