Las personas se abren a los demás cuando descubren la radical indigencia de todas las personas. La raíz de la auténtica fortaleza está en el reconocimiento de la propia debilidad.
El auge del voluntariado social es uno de los síntomas de una transformación ante modelos de vida injustos. Los datos de la ciencia, la experiencia de los pueblos, el diálogo intercultural están presentes gracias al desarrollo de las comunicaciones.
Estos avances nos permiten presenciar el ocaso de unos modelos de desarrollo que, junto al mito del progreso ilimitado, han llegado a un punto de saturación sin retorno porque ha alcanzado el techo de su contradicción.
Ignorarlo es no saber escrutar los signos de los tiempos, y silenciarlo es convertirse en cómplices de la injusticia. Algo no va bien cuando la vida se transforma en espera, muchas veces sin esperanza.
Lo malo es cuando no se actúa por temor a equivocarse o por creerse incapaz de hacer algo por los demás. Durante mucho tiempo, los voluntarios hemos sido presentados como personas extraordinarias sólo por saber ayudar a otros. Se trataba de descubrir la radical indigencia de toda criatura y de comprender que, en el reconocimiento de la propia debilidad, están las raíces de la auténtica fortaleza.
Un día comprendemos que nos agobiábamos por problemas que dejaban de serlo ante las desgracias que se descubren cuando nos asomamos a los umbrales de la marginación. Uno se pasma de haber pasado tantos años junto al dolor y junto a la soledad de los que estaban ahí, “a la vuelta de la esquina”.
La gota que se sabe océano tiene una actitud radicalmente distinta a las de las gentes manipuladas por el consumismo, la inseguridad y el miedo. No hay que calentarse la cabeza buscando ocasiones extraordinarias para hacer cosas grandes que quizá nunca lleguen.
No existen límites de edad, de sexo o de condición social para practicar la solidaridad. Lo que importa es echarse a andar y sentir la pasión por la justicia.
Residencias de ancianos, hospitales, hogares para niños, hogares de discapacitados, clínicas psiquiátricas, comedores para transeúntes y personas sin hogar… es inmensa la lista de posibilidades.
Uno se da cuenta de que es más fácil de lo que suponíamos. Nunca es tarde para comenzar porque hoy es siempre, todavía. Siempre se pueden sacar dos horas a la semana para ayudar a los demás. Así podremos ser fieles a esa cita con lo mejor de nosotros mismos: el que nos necesita y se agarra a la mano que le tendemos, abierta y frágil, pero generosa.
POR J.C.G.F.