Vivimos en la era de la imagen, todo es imagen, todo es fachada, la imagen vende más que cualquier servicio comercial que se pueda dar al cliente, todo está basado en la imagen ofrecida y en la imagen percibida, en la unidad de imagen.
Y una de las partes esenciales de la imagen de una compañía es la marca, el símbolo que sirve para que los usuarios o clientes puedan reconocer el prestatario de un servicio o el vendedor de un producto con tan sólo pronunciar su nombre.
Es importante que la marca sea concocida, pero también es importante que la marca tenga buena reputación, que la marca esté identificada con la calidad, con la seriedad y con la profesionalidad.
Hoy hemos conocido que Telefónica desaparece, al menos como marca, porque a partir de ahora nuestra empresa de telefonía más importante, otrora nuestra empresa pública de telefonía, dejará de llamarse Telefónica para cuestiones comerciales y pasará a comercializar todos sus productos y servicios bajo la marca Movistar.
Hasta ahora Movistar era utilizada únicamente para la telefonía móvil, pero Telefónica quiere ampliar el abanico de cobertura bajo la marca y aprovechar el tirón y el conocimiento que la sociedad tiene de la misma para ganar cuota de mercado.
Telefónica, como marca, quedará para representación institucional, pero todo lo relacionado con la venta de productos y servicios ser hará bajo la denominación de Movistar.
Esto supone una ingente inversión para cambiar toda la rotulación, toda la facturación, las tiendas y hacer un giro de 180 grados a la publicidad que se está utilizando hasta ahora.
Una inversión que los dirigentes de Telefónica quieren amortizar con la sinergia de marca que se generaría en el largo plazo al proteger todos sus productos y servicios bajo una misma denominación a nivel internacional.
Sin embargo, Movistar se verá ligeramente modificada. Hasta ahora ofrecía una imagen juvenil y fresca, la cuál tendrá que atemperarse ligeramente para ofrecer una visión algo más seria que no asuste a los estamentos más conservadores de la sociedad.
Sin duda, una decisión arriesgada, con un coste evidente y que el tiempo dirá si ha merecido la pena, o no. Seguro que los dirigentes de Telefónica esperan que sí y sus clientes esperan no ser repercutidos con dicho coste.