La psicología positiva nació en Estados Unidos a finales de los 90. El psicólogo Martin Seligman fue quien señaló que la psicología, igual que la medicina y otras áreas, debería orientarse no sólo a disminuir el sufrimiento humano, sino también a promover el bienestar. En España, quizás el más importante en esa ciencia es el catedrático de psicopatología y director del instituto de psicología positiva, Carmelo Vázquez.
El profesor ocupa un pequeño despacho en la Facultad de Psicología. Llama la atención un pequeño sofá y una mesa situados sobre una alfombra de alegres colores. «Estas pequeñas cosas también te acercan a la felicidad», dice con una sonrisa.
P.- ¿En tiempos de crisis tenemos que suponer que la gente es menos feliz?
– En momentos de crisis la gente trata de salvar los muebles fundamentalmente. En los medios de comunicación aparecen expertos, psiquiatras, médicos, que hablan de que ahora hay mucha más avalancha de personas con problemas de ansiedad, de insomnio… La verdad es que no hay datos claros de esto.
Quizá, paradójicamente, lo más contundente sea el caso de Islandia, donde se ha sufrido la crisis financiera más brutal del entorno europeo. Islandia era uno de los países más felices o de mayor bienestar de la Tierra, y la crisis no ha afectado esto de un modo significativo. El sentido común nos dice otra cosa, pero la capacidad de resistencia de la gente es enorme. Cuando uno ve series históricas de felicidad o bienestar desde los años 40, se ve que los acontecimientos que sufre un país no afectan de manera inmediata sobre el bienestar de la gente. Se produce un ajuste más lento o gradual.
P.- ¿Y esto no se puede explicar como un rechazo de la gente a reconocer esa pérdida de bienestar o felicidad?
– Probablemente sea un mecanismo de resistencia. Las crisis también vienen a reducir las necesidades de la gente, llevan a cabo un ajuste más realista de las necesidades que cada uno tiene.
P.- ¿Entonces, qué es la felicidad? ¿Se puede definir?
– Básicamente es el estar bien con los demás y con uno mismo, pero también son muchas más cosas. Es lo que venía a decir Aristóteles cuando hablaba de la eudaimonía, de llevar una buena vida.
Una buena vida es una vida en la cual uno es capaz de realizar una parte de sus potencialidades. Somos expertos en clasificar enfermedades, trastornos, síntomas… Pero muy poco capaces de desarrollar sistemas de medida de las fortalezas humanas. Si tú eres bueno en escuchar a la gente, siendo sensible con lo que te rodea. Si eres sensible a la belleza, una buena vida es la que te ofrece oportunidades para disfrutar de la belleza o incluso generarla. Tenemos fortalezas muy diversas y una buena vida es la que permite desarrollarlas. La OMS, en 1948, de modo un tanto visionario, pero que se ha utilizado muy poco, decía que la salud era una situación en la cual uno puede desarrollar el máximo de sus capacidades y potencialidades sin dañar a otras personas. La felicidad es una sensación de bienestar, que tiene que ver con lo cotidiano, con los placeres pequeños, los elementos hedónicos o placenteros. Pero no sólo es eso. En la receta magistral, a mi juicio, tienen que intervenir tres cosas: los elementos hedónicos o de placer, los que buscamos desde que nos levantamos; una segunda sería el desarrollo personal y profesional, y por último, el sentir lo que haces, darle sentido a tus actos. Se puede ser feliz juntando las tres o sólo con una de ellas. Se puede ser feliz cuidando a la pareja con Alzheimer, ¿por qué no, si eso es lo que da sentido a tu vida?
P.- Hace poco afirmaba que el 50 por ciento de la felicidad la marcan elementos genéticos. ¿Quiere esto decir que nada más nacer ya estamos marcados para ser felices o infelices?
– En estudios sobre la personalidad se ha visto que un 40 o un 50 por ciento parecen estar determinada por elementos difícilmente cambiables, una buena parte de ellos genéticos. La buena noticia es que el 50 por ciento es cambiable, es decir que no estamos atrapados por nuestros genes. Una de las vías hacia el sentirse bien es el elemento hedónico que está muy determinado por factores genéticos o biológicos.
Un 5 ó 10 por ciento son los factores externos: nivel económico, estatus social, educación, estado civil… Son factores que la gente cree que pesan más, pero que realmente pesan poco en la felicidad humana. El resto tiene que ver con la conducta intencional, con lo que tú hagas, con lo que te permita hacer tu contexto.
P.- ¿Esa determinación genética ha evolucionado?
– El doctor Tiger, que escribió Biología del optimismo, hace un repaso de todos los argumentos para poder hablar de una biología del optimismo. Yo creo que tenemos factores preinstalados en nuestro hardware que nos facilitan tener un mayor bienestar. Por ejemplo, nuestra tendencia a la memoria selectiva, a borrar lo malo, lo que nos hizo daño, lo que afectó a nuestra autoestima…
P.- ¿Se puede hablar que la búsqueda de la felicidad es un rasgo, un objetivo, de la evolución?
– Los mecanismos psicológicos o neurobiológicos están al servicio de la supervivencia de los propios genes. ¿Quién resiste más la adversidad, un pesimista o un optimista? Creo que ser optimista o pesimista no se debe a algo cultural sino que está ligado a elementos de la propia vida. Me cuesta pensar que esto no tenga una utilidad, no sé si un sentido, en la evolución.
Alberto Martín
Periodista y Subdirector del semanario Tribuna Complutense