La labor de los profesionales se complementa con la de los voluntarios sociales a la hora de mejorar la vida de los demás.
La creciente especialización en diversas áreas de los servicios sociales ha supuesto un logro importante como base permanente de atención a los más desfavorecidos. En algunos países se ha consolidado un sistema de solidaridad institucionalizada que se asume como algo obvio y obligatorio para las administraciones públicas.
Dentro de este sistema de protección social, los profesionales (médicos, enfermeras, trabajadores y educadores sociales, monitores diversos, psicólogos, terapeutas ocupacionales, etc.) desempeñan una función central e imprescindible, mientras que los voluntarios sociales asumen su papel subsidiario, al servicio en muchos casos de los propios profesionales o coordinados por ellos.
Hay quien opina que existen incompatibilidades entre profesionales y voluntarios. Afortunadamente, somos muchos más los que defendemos la absoluta complementariedad de ambas actividades.
Sería un grave error que el voluntario hiciera de su servicio una actividad profesional porque ni su compromiso, ni sus conocimientos ni su dedicación serían los adecuados. Y, aunque lo fueran, podría ser una intromisión laboral. Aunque posea cualificación para atender profesionalmente a una persona, no debe hacerlo. Más bien, deberá derivarlo hacia el profesional de referencia.
Un voluntario que sea médico de profesión no podrá diagnosticar, prescribir medicamentos o poner un tratamiento a un enfermo cuando actúe como voluntario, salvo en un caso de urgencia. Por el contrario, deberá enviarlo al centro de salud que le corresponda.
Por otro lado, tampoco podemos condenar a los excluidos o a los enfermos a que sólo se relacionen con su familia cercana, si la tienen, y con los profesionales que los atienden. El voluntario entra en el hueco descubierto de la amistad, del cariño, de la fraternidad, de las relaciones humanas abiertas y espontáneas de las que se ven privadas las personas en exclusión.
El voluntario llega espontáneamente, como llegan a nuestra vida los amigos, con su carga personal de cualidades y defectos, con una historia que contar. Con el voluntario se puede hablar con la seguridad de que no está diagnosticando enfermedades ni prescribiendo remedios. Sólo escucha con respeto y acompaña en la soledad.
Hay profesionales de los servicios sociales que piensan que su área de especialización todavía no se ha asentado en el imaginario social con la suficiente fuerza y que, por tanto, los voluntarios son un peligro para su futuro laboral. Antes al contrario, habría que estudiar la cantidad de puestos de trabajo que ha creado el movimiento voluntario para la preparación de programas que requieren de una supervisión profesional o para la coordinación de los propios voluntarios.
J. C. Gª Fajardo
SOLIDARIOS para el Desarrollo