El sostenimiento de la libertad necesita forzosamente del debate ideológico. Los representantes políticos que en democracia niegan la importancia de la ideología, no sólo traicionan a los ciudadanos que los votan, sino a la raíz y al concepto de la función política y a la democracia misma.
No es correcto afirmar que la Argentina está partida en dos por un conflicto entre izquierdas y derechas; lo está, por aquellos que niegan y vulneran las libertades y los que pretenden recuperarla, pero lo ciertamente preocupante es que tal controversial puede que no garantice a la oposición mantenerse al margen la ruptura que se vislumbra. La actual crispación política y social en aquel país hunde sus raíces mas profundas en la negación de la ideología.
Los últimos años de la historia política de los argentinos se han visto plagados de inacción en lo relativo a un necesario debate de ideas, esto fue obviado a partir de lo que se dio en llamar: «transversalidad», una inteligente maniobra que permitió al ex presidente Néstor Kirchner generar poder y afianzarse por encima del escaso 22% que lo deposito en la presidencia en 2003, pero una revisión de los años transcurridos, muestra que tal transversalidad no ha sido mas que una suerte de vulgar travestismo político y lo único que ha mostrado como diferente a lo conocido, es que ese gobierno, que llego al poder a través de la derecha, para luego fingir gobernar por izquierda, naufrago en el propio populismo que estimuló y nadie es ajeno que hoy se encuentra acosado por los movimientos sociales de base clasista y popular que el mismo creó, este es el dato innovador de lo que se conocía de la Argentina, donde muchos llegaban por izquierda y luego se revelaban gobernantes de derecha.
Quienes detentan el poder han ejecutado maniobras políticas estimulando un penoso, impresentable y anacrónico populismo clientelista manipulando y utilizando a los que menos tienen. Así, abusan y abusaron de las clases pobres (que ampliaron a través de su gestión de gobierno), algo reprochable por cierto, pues se pretendió que la ciudadanía olvide las lecciones de la historia sobre los populismos autoritarios que, dicho sea de paso, han causado desolación en gran parte de la humanidad, incluidos los del siglo XX y los que presenciamos en los inicios de este siglo XXI precisamente se han caracterizado por la negación del debate de las ideas.
Lo que sucede en Argentina, al igual que en todos países gobernados por la cleptocracia y el populismo como Venezuela y Bolivia por caso, es un profundo temor al debate ideológico, de allí que este último sea cercenado con el fin de forzar el propio dictado del gobierno a fuerza del poder de su «caja» y la confrontación de clases.
De forma general, ideología significa el estudio de las ideas, vale decir, su origen, desarrollo y aplicación. Como definición amplia, puede entenderse como el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de un individuo, una sociedad, una época, un movimiento cultural o político.
Argentina vive en el error de la negación ideológica, su decadente panorama político, económico y social confirma la necesidad de clarificar las ideas y renovar un «pacto social» definitivo que deposite al país en el sitial que merece en el concierto de las naciones y no en este limbo actual en el que navega a la deriva, aunque hay que ser justos y debe ser dicho, no solo Argentina padece esta problemática, ello es una endemia que se ha extendido de forma exponencial en América Latina el último decenio.
En la confusión y mezcla ideológica reinante hace falta generar un sano debate en el terreno de las propuestas y proyectos, plantear con nitidez en qué consiste la ideología que cada individuo o cada grupo político defiende, y el espacio natural donde debe tener lugar ese debate es dentro de las instituciones, como se realiza en naciones donde existe auténtica libertad, bajo un sistema democrático que permita e impulse dicho debate. No hay que temerle a las izquierdas verdaderamente progresistas ni a las derechas liberales, una clase política temerosa condena a su país y a su sociedad a la decadencia absoluta.
La aceleración de la historia vivida desde los años 70 que erróneamente continúa camino hacia ningún sitio y es estimulado desde el seno mismo del poder oficial cual círculo vicioso de las venganzas, corrobora una clara polarización de las ideas y los modos de entender el mundo moderno. La ideología de los totalitarismos autoritarios del siglo XX (desde el comunismo al fascismo) incluidas todas su vertientes estalinistas y nacional-socialistas fueron derrotadas por la ideología de las democracias liberales.
En otras palabras, la caída del Muro de Berlín significó la derrota de una ideología (la socialista-comunista) por parte de otra (la demócrata-liberal) que resultó mucho más propicia para el progreso real del ser humano y de sus libertades individuales en el marco del respeto de los derechos humanos. Con todo, la supervivencia de varias dictaduras en el mundo confirma que aquella derrota de los totalitarismos fue parcial. De hecho, lo que vino después, ha ido abonando el campo para la confirmación definitiva del lo anterior.
A las puertas de su Bicentenario, es por tanto, una encrucijada clave para la historia de la Argentina, porque además de ese choque clasista que estimula la dirección política desde el gobierno, no sólo en lo ideológico-político, también en lo religioso, social y económico, es visible también una fragmentación alarmante en el seno social. La ola de violencia y crímenes de la delincuencia común sobre ciudadanos inocentes, hace tiempo ha dejado de ser una sensación como se sostiene desde altas esferas de gobierno, es una realidad innegable que golpea a diario a cientos de familias argentinas, el avance del narcotráfico, la pobreza y la exclusión social confirma una vez más la necesidad de hacer frente desde las ideas a quienes quieren cercenar la libertad y las bases democráticas sobre las que Argentina ha logrado los mayores avances en el pasado.
Nadie ignora que el asesinato de cientos de ciudadanos en ocasión de robo durante este año tiene que ver con la desidia de quienes cargan con la responsabilidad de brindar seguridad a sus gobernados, los niveles de ineptitud e inoperancia para poner coto a estos flagelos son alarmantes. Por ello se debe entender y transmitir con claridad los peligros provenientes de los enemigos de la democracia y las libertades públicas.
Los verdaderos enemigos de la libertad son los autoritarismos que generan confrontación y violencia (por acción u omisión) como eje central de sus discursos, sus ideologías indefinidas y gestiones de gobierno así lo muestran, los sectores que idolatran el totalitarismo comunista (Corea del Norte, buena parte de la política China y Rusia pasando por el modelo castrista en Cuba y sus nuevo aliado, el Bolivariano Chávez) mas el snobismo progresista de sus nuevos aliados yihadistas son ejemplos significativos de un fenómeno central que expone los peligros a los que se somete la libertad de los individuos, al tiempo que manifiesta la profundización en el error de la negación ideológica.
El problema actual argentino, radica en la cada vez más obvia polarización social, aspecto que en el largo plazo estará perjudicando su vida política nacional y su sociedad civil, sobre todo en los tiempos actuales de crispación clasista, algo que se escucha y percibe cada vez con mayor asiduidad con la absurda confrontación de «negros contra blancos» fogoneada por punteros políticos financiados por dineros chavistas que aterrizan desde organizaciones sociales de dirigentes ricos y seguidores sumidos en la pobreza. Otros países pueden permitirse el lujo de polarizarse y dividirse, Argentina no debería hacerlo.
Frente al permanente intento por desacreditar la ideología liberal por parte del gobierno y sus piketeros, es de apreciar que la polarización, como muestra el caso de la política argentina actual, es la confirmación de la cada vez más clara necesidad de acudir a la ideología como termómetro real de las propuestas políticas. Una ideología que verifique la importancia de poder defender las ideas.
Un espacio donde el ciudadano pueda entender cuáles son las propuestas de unos y de otros y así decidir cuál es la que más le interesa. Cada vez que esto ha ocurrido, el ideario democrático liberal del verdadero progreso ha ganado abrumadoramente la batalla de las ideas, y ello pese a las maquinarias propagandísticas contrarias. Eso ha sido posible, desde luego, en países democráticos como EEUU., Suecia o Alemania. Argentina es una de las democracias mas antiguas del continente latinoamericano, debería estar a la altura y poder realizarlo del mismo modo que los mencionados.
Lo que los comentaristas y analistas políticos en sumatoria no plantean, es precisamente lo que desde siempre he sostenido defendiendo la importancia de la defensa de la libertad sobre la base de un ideario claro y bien diseñado, sobre fundamentos de una ideología reflexionada y pensada. Entre las ideologías que conocemos y que hemos experimentado en el mundo, personalmente juzgo sin temor a las críticas a la ideología liberal-demócrata como la más adecuada en la defensa de las libertades y los derechos políticos, civiles y humanos.
Desde los autoritarismos populistas y cleptocratas que se aprecian en varias latitudes del planeta la ideología es demonizada. ¿Donde esta ubicado hoy el gobierno de Brasil ideológicamente?, por citar un ejemplo. Los progresistas amorfos (transversalistas) prefieren hablar de «diálogo», «apaciguamiento», «pragmatismo», «centrismo pacifista» y otras cuestiones de similares aspectos que para nada benefician el avance y la prosperidad en el mundo. Bajo esos términos, ese mismo progresismo desarrolla su propia ideología, que no es otra que la de liquidar la ideología de la libertad de sus pueblos, única razón por la que nacieron las ideologías progresistas radicalizadas.
Este es el debate a clarificar y corregir, el de las ideas. Es claro que el progresismo miope de las izquierdas huecas y el narcoterrorismo ya se han encargado de borrar ese ficticio centro entre socialistas, nacionalistas, progresistas y humanistas pacifistas, todos ellos no muestran ningún pudor en autoproclamarse como personas «regionalistas desde lo ideológico», en tanto que los parlamentarios opositores y hasta los demócratas siguen predicando un irresoluto y poco claro centrismo, esa «moderación ineficiente», o a lo sumo ese «centro-derecha o centro-izquierda», es tan invisible y «correcto políticamente» como falaz y sin destino. Por eso la necesidad de la ideología resulta ahora más obvia y necesaria que nunca.
En Argentina, la derecha y la izquierda deben aprender de sus aciertos y también de sus errores. Sin embargo, lo importante es la necesidad de vivir de acuerdo con su ideología natural, de forma clara y directa, explicando a los ciudadanos, abierta, honesta y apasionadamente, tanto en la teoría como en la práctica sus postulados. Es allí donde se debe clarificar el debate y donde se debe avanzar en la batalla de las ideas para hacer frente a las fallidas ideologías de los autoritarios y demagogos, cuyas banderas van desde los extremismos a los centrismos falsamente llamados «moderados» o «progresistas».
La exigencia de expresar una ideología, implica tener que exponer los aciertos históricos de las respectivas agendas políticas. La de los progresistas y transversalistas, por mucho que quieran disfrazarlas, han sido y son, las historias de proyectos políticos fracasados que han llevado a la postergación, la decadencia intelectual y moral, la miseria, el atraso, la muerte y la desgracia de la Argentina a través de su historia, todo ello, sin ningún crédito ni futuro, se llame «transversalismo, socialismo, progresismo, socialdemocracia o cualesquiera de esos eufemismos» inventados por políticos inoperantes que han utilizado a las masas para su propio enriquecimiento, traicionando a su patria y a sus conciudadanos al momento de asumir sus responsabilidades.