Estados Unidos enviará 30.000 soldados más a Afganistán sin tener claros los objetivos que persigue en esa guerra interminable.
Para algunos críticos de la política de Obama en Afganistán, el discurso con el que, por fin, el presidente definió el pasado martes la estrategia a seguir desde ahora en ese afligido país, ha sido otra señal de respeto y reverencia, pero esta vez ante la institución militar estadounidense y sus mandos superiores.
No se trata sólo de que para tan importante y esperada alocución al pueblo de Estados Unidos Obama eligiese como escenario, en vez del Despacho Oval, la Academia Militar de West Point y como público selecto a los cadetes que serán los MacArthur o los McChrystal del mañana. El peor y más ominoso antecedente de este hecho es que también en el mismo escenario, y ante una audiencia similar, su predecesor en la Casa Blanca expuso hace siete años la alucinante estrategia de la “guerra preventiva” que tanta sangre ha hecho correr en el mundo y que tan desastrosa se ha mostrado en cuanto a sus resultados.
No vamos a criticar, una vez más, el grave error estratégico que supone pretender ganar una guerra y, por otra parte, establecer anticipadamente los plazos de tiempo en que las tropas victoriosas volverán a casa. No se puede satisfacer a la vez los anhelos de la población, cansada de una guerra interminable, y los de unos mandos militares que desean alcanzar la victoria. Se deduce de esto que la fecha de julio del 2011 es un simple brindis al sol y que la retirada de las tropas de ocupación tendrá lugar cuando se pueda. Lo mismo que el cierre de Guantánamo, anunciado para fines de este año.
El resultado es que, en los próximos seis meses, 30.000 nuevos soldados estadounidenses llegarán a Afganistán. En menos de dos años, el contingente militar de Estados Unidos se habrá triplicado, alcanzado unos 100.000 efectivos. Si a esto se suman los 38.000 de la OTAN (a incrementar en unos 7.000), el despliegue militar en Afganistán superará al de la URSS en los años ochenta, que tanto contribuyó a la descomposición final de la superpotencia soviética. ¿Logrará Obama lo que no pudo obtener el Kremlin?
Pero ahora existe otro problema. En el citado discurso Obama: “Como Comandante en Jefe, he decidido que es vital para nuestros intereses nacionales el envío de 30.000 soldados estadounidenses adicionales a Afganistán. Después de 18 meses, nuestras tropas empezarán a regresar a casa. Á‰stos son los recursos que necesitamos para retomar la iniciativa, a la vez que ampliamos la capacidad de Afganistán para poder permitir una transición responsable de nuestras tropas y salir de Afganistán”.
¿Qué es y en qué términos se define una “transición responsable”? ¿Cuándo estarán las fuerzas armadas y de seguridad de Afganistán en estado operativo para sustituir a las tropas extranjeras de ocupación? Eso no depende de la Casa Blanca ni de la OTAN. La incertidumbre es la misma que existía antes del discurso porque siguen sin definirse con claridad los objetivos concretos de esta guerra.
Obama explicó: “Tomo esta decisión porque estoy convencido de que nuestra seguridad está en juego en Afganistán y Pakistán. Á‰se es el epicentro del extremismo violento practicado por Al Qaeda”. Prefirió no recordar que su antecesor en la Casa Blanca fue el verdadero catalizador de la propagación del terrorismo en esos y otros países, con su aberrante “guerra preventiva contra el terror”.
Todo parece indicar que Obama se quita de encima el peso directo de Afganistán, poniéndolo sobre los hombros del Pentágono y la OTAN, para dedicarse a otras preocupaciones más inmediatas y rentables políticamente. Un paso más en la acostumbrada militarización de la política exterior de Estados Unidos, que Obama no parece decidido a modificar.
Alberto Piris
General de Artillería en Reserva