No hay compromiso firme de limitar las emisiones de CO2 y frenar el calentamiento de la Tierra por los torpes y miopes intereses nacionales, sectoriales y empresariales. Este voraz capitalismo neoliberal es estúpidamente suicida.
Cambiar a una economía baja en emisiones de CO2 no será barato.
Á‰sta es una de las verdades de la Cumbre del Clima de Copenhague. La Agencia Internacional de la Energía calcula que los cambios en la producción y uso de la energía y en el transporte que son necesarios para reducir las emisiones de gases contaminantes y limitar a 2 grados de calentamiento, tal como se ha propuesto en la cumbre, suponen una inversión de más de once billones de euros hasta 2030. Sólo hasta 2020, unos tres billones.
La otra verdad diáfana es que si no frenamos el calentamiento global, la Tierra con su gente, su flora y su fauna se van al carajo.
Y una tercera, que este capitalismo de nuestros sufrimientos es voraz hasta la estupidez.
La inversión para frenar el calentamiento global es para ahorrar energía, sustituir fuentes contaminantes de energía por otras no contaminantes, captura y almacenamiento de CO2, cambios de hábitos colectivos… También hay quien apuesta por los biocombustibles para reducir las emisiones de CO2, pero ese no parece buen camino: además de las consecuencias indeseables de deforestación y perjuicio para la agricultura alimenticia por la desaforada extensión de cultivos para biocombustibles, éstos no contaminan (comparados con los de origen fósil) pero sí su proceso de producción.
Y también ha quedado claro que hay empresas que huelen mucho dinero en la limitación de CO2. El presidente de la eléctrica española Iberdrola asegura que “la única manera de bajar las emisiones es que cueste”.
“El coste de la energía va a subir» ha dicho otro empresario energético para que nos preparemos los que siempre pagamos todo. La captura y almacenamiento de CO2 “será un negocio para las empresas”, ha asegurado alguien más de ese gremio… Entonces miles de ecologistas, en manifestación por las calles de Copenhague, han gritado a esos empresarios que “es nuestro clima, no vuestros intereses”. Y denuncian que las empresas se envuelven en la bandera verde de la defensa del medio ambiente, pero les importa un rábano. Sólo quieren negocio.
¿No ven que una de las cosas a cambiar precisamente es dejar de situar el beneficio y el crecimiento económicos como primeros (a menudo únicos) motores de la vida en este planeta?
El resultado necesario de la cumbre de Copenhague sería un protocolo del clima reconocido por todos los Estados con acuerdo firme de reducción de emisiones de CO2 para 2020 del 25% al 40% respecto a las emisiones de 1990. Y que los países ricos ayuden al resto para que accedan a tecnologías de energía limpia.
Pero parece que se acordarán unos años de prórroga del Protocolo de Kioto (pero en Kioto no está Estados Unidos, que contamina más que nadie). Y un acuerdo nuevo de todos los Estados, pero sin forma definida, en la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático. El parto de los montes. Tanto ruido para eso.
Estados Unidos no quiere entrar en el Protocolo de Kioto con los países industrializados y la mayoría de los países en desarrollo no están dispuestos a asumir compromisos vinculantes, pero los Estados insulares (los que más sufrirán las consecuencias del cambio climático) han propuesto seguir con Protocolo de Kioto y crear un Protocolo de Copenhague, que incluiría a Estados Unidos y por el que todos los países desarrollados elaborarían planes nacionales legalmente vinculantes para reducir sus emisiones del 25% al 40%. Una propuesta que no parece tener éxito.
Angela Merkel, canciller de Alemania, ha hecho un dramático llamamiento por un acuerdo vinculante que limite el aumento de la temperatura a 2 grados: “Si no tomamos las medidas oportunas, nos arriesgamos a daños dramáticos”.
Pero a pesar de los datos y de las insultantes evidencias de que la Tierra se calienta, los polos se derriten, cada vez hay más tifones y huracanes desmadrados e inundaciones, los deltas se hunden y aumentan los desastres meteorológicos… no se toman las medidas necesarias para salvar la vieja Tierra. Y salvar la Tierra es salvarnos a todos.
Parece no haber decisión ni compromiso firmes de limitar las emisiones de CO2 y frenar el calentamiento de la Tierra. Y no los hay por los torpes y miopes intereses nacionales, sectoriales y empresariales.
Decididamente este voraz capitalismo neoliberal es estúpidamente suicida.
Xavier Caño Tamayo
Periodista y escritor