Desde la religión encuentro el fundamento de un gobierno limitado. Samuel rechaza la petición del pueblo, expresada por sus ancianos, de que les nombre un rey que los gobierne.
Estamos en presencia de la decadencia de la institución de los jueces, último estadio de la vida en Israel, representada por el vidente Samuel.
Samuel, juez y sacerdote, consagrado a Dios desde el vientre de Ana, su madre, que lo ofreció a Dios si le curaba de la esterilidad, había nombrado jueces a sus hijos y éstos estaban atentos al provecho propio, al soborno y juzgaban contra la justicia, yendo contra el proyecto socio-religioso. Es el rechazo de Dios. Por esto, cuando Samuel invoca al Señor, para decidir sobre la petición, Dios le dice: “Dale al pueblo lo que te pide, pues no es a ti a quien rechazan, sino a mi, porque no me quieren por rey” (1 Sam 8,4-7-10-22)
Samuel les advierte. Un rey significará para el pueblo impuestos y esclavitud, les manifiesta como vidente lo que será la posteridad bajo el mandato de un rey.
El pueblo no le para y ratifican su petición: “No importa. Queremos un rey” (1 Sam 8, 19)
Para el pueblo, el rey representa gobierno firme y defensa militar; para Samuel, impuestos y servidumbre. Es una versión antimonárquica la visión de Samuel.
“La verdadera libertad y seguridad está en reconocer y servir al Señor, que libera y no esclaviza; sólo cuando el rey sea servidor del Señor al servicio de la comunidad, protegerá sin esclavizar” (Dt 17, 14, 20) (SHÁ–KEL, Luis Alonso. La Biblia de nuestro pueblo, págs. 483 y sigs.)
“Ese rey cuando suba al trono se hará escribir en un libro una copia de esta ley…La llevará siempre consigo y la leerá todos los días de su vida, para que aprenda a respetar al Señor, su Dios, poniendo por obra las palabras de esta ley y estos mandatos. Que no se alce orgulloso sobre sus hermanos ni se aparte de este precepto a derecha ni a izquierda: así alargarán los años de su reinado él y sus hijos en medio de Israel” (Dt 17, 18-20)
Señor proclamaré sin cesar tu misericordia. Feliz el pueblo que te alaba y que a tu luz camina, que en tu nombre se alegra a todas horas y al que llena de orgullo tu justicia. (Salmo 88)
Dichoso es el pueblo que tiene fe. Dichoso el pueblo que cree en Jesucristo, que tiene el poder en la tierra de perdonar el pecado, que es toda acción mala (Mc 2, 1-12). Dichoso el pueblo cuando practica la solidaridad fundada en la fe de Jesucristo. Dichoso el pueblo que cree en un solo Dios. Dichoso el pueblo que no cree en ídolos y falsos dioses.
Dichoso un pueblo que tenga no un rey, si no un gobierno limitado, regido por leyes sabias y pocas, que respete el Estado de Derecho. Dichoso el pueblo que tenga libertad, que tenga por rey a Dios y a su hijo Jesucristo.
Dichoso el pueblo que vea el poder representado por hombres y mujeres virtuosos que sean sus servidores y no sus tiranos.
Dichoso el pueblo que rechace la mentira. Dichoso el pueblo que en el ejercicio de su libertad emprendedora, no encuentre obstáculos. Dichoso el pueblo que busque la riqueza para ayudar a los pobres y hacer buenas obras, que practique la solidaridad en casos lamentables como el de Haití. Dichoso el pueblo que tenga su conciencia dominada por el bien.