En la edición de El País de ayer domingo pudimos disfrutar de un excelente artículo, uno más, firmado por Paul Krugman, titulado ‘Las prioridades de Obama’, en el que el autor analizaba los grandes retos a los que se enfrenta el recién elegido Presidente estadounidense.
Sin embargo, hay dos ideas básicas del artículo que pueden ser extrapoladas claramente a cualquier país del mundo, especialmente si éste es Occidental y se encuentra inmerso en la misma crisis que el país norteamericano.
Por un lado, Krugman dice que Obama debe de poner en marcha un ‘programa de aumento del gasto público para fomentar la producción y el empleo’; y, por otro advierte de que ‘uno o dos años en números rojos… no deberían ser un obstáculo’.
¡Qué dos grandes verdades y qué poco ortodoxas!
La ortodoxia económica, tanto académica como no académica, tararea aquello de que los buenos gobiernos no tienen déficit, de que ‘el déficit no es ni de izquierdas ni de derechas, sino de malos gobiernos’.
Pues bien, y me alegro de que Krugman esté de acuerdo conmigo, bueno seamos serios, en realidad soy yo el que está de acuerdo con él, que por algo él tiene un premio Nobel y yo no tengo nada más que deudas.
En definitiva, como iba diciendo, me alegro de estar de acuerdo con Krugman en fomentar el déficit público como medida anticíclica y metodología adecuada para luchar contra situaciones de crisis.
Evidentemente, no estamos hablando de un déficit excesivo, ni alocado, sino de un incremento del gasto público, por encima de los ingresos, con el objetivo de fomentar políticas de integración y de empleo que reviertan en beneficio de la sociedad.
Un déficit público que sería financiado con deuda pública, la cuál, no cabe duda, generará un incremento en los gastos financieros del gobierno, los cuáles quedarán difuminados al salir de la crisis.
Porque los gobiernos están para limar las ineficiencias del mercado, y en este momento el mercado está mostrando todas sus limitaciones, todas sus perversidades, y todas sus ineficiencias, por lo que es el momento para que los gobiernos acepten sus responsabilidades e incurran en déficit público, sin miedo, sin temor, con responsabilidad.
Y no lo digo yo, bueno también, sino que lo dice Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008.