Lucas 17:10 “…….Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos…….”
La práctica de la bondad, la mansedumbre, la paciencia y de todas las virtudes habidas y por haber, no debe ser una excepción de nuestro comportamiento sino una regla de vivencia continua. Ser ambivalente y/o dubitativo en nuestro comportamiento siempre imprimirá un sino de carácter negativo en nuestra personalidad. Cuando estaba en el mundo y siendo yo así, un amigo me increpó por dicho comportamiento y me espetó: “……. ¡la maldad hay que hacerla bien hecha o mejor no hagas nada!…….”, haciéndome ver con esto que una personalidad indefinida es peor que una definida. Este amigo, que no era cristiano, en su momento y como parte de su naturaleza, intuyó lo que nos dicen las escrituras en: Apocalipsis 3:1 “…….Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca…….”
Actualmente también, Dios prefiere que seas totalmente malo o bueno (sin desmedro de sus consecuencias), muy por encima que seas “más o menos”. No debemos mantenernos en el medio engañándonos a nosotros mismos y a los demás.
Muchas veces, algunos piensan que la vida cristiana se limita al cumplimiento de ciertas reglas o cánones y que tenemos licencia, de vez en cuando, de cometer tropelías que normalmente justifican diciendo: “…….con esto no hago daño a nadie…….” Cuando en realidad no se dan cuenta, o mejor dicho, soslayan el dictado de sus conciencias con este tipo de declaraciones y se hacen daño a sí mismos y a quienes bien los quieren.
Dios quiere todo de nosotros, lo cual es para nuestro bien porque: ¿Qué podemos darle nosotros a Dios que lo beneficie? Simplemente nada, porque sino, no sería Dios. Es para nuestro bien ponernos a su servicio en esta vida teniendo en cuenta sus promesas de las cuales se destaca la de vivir en su gloria por la eternidad.
Cuando nos comprometemos a ser atentos a su voluntad, tendremos la seguridad de beneficiarnos de su infalibilidad y cuando los seres humanos se conviertan de modo general, retornaremos al paraíso que alguna vez dejamos en la persona de Adán. Definitivamente el retorno se debe hacer de la mano de Jesucristo; no hay otra manera porque así lo ha determinado Dios, para nuestro beneficio.
La vida en Cristo debe ser plena y nunca debemos dejarnos arrastrar por la vana tentación de justificarnos diciéndonos a nosotros mismos que hemos hecho lo correcto para luego reblandecernos con malas acciones (placeres) que postergan nuestra plena realización. El secreto de la vida plena en Cristo radica en la perseverancia constante en bien hacer, sin desmayos, sin dobleces, sin fatiga, con resolución, compromiso y veracidad. Todo lo contrario será que sigamos dubitativos y que muramos en esa condición puesto que ya sabemos que nos haremos inútiles en la presencia de Dios y, lo peor, es que seremos vomitados de su presencia en el juicio final. Son cosas en las cuales más nos vale meditar para tomar una resolución favorable a sus preceptos sin condiciones.