El mundo avanza porque hay hombres que interiorizan el progreso y lo hacen suyo, porque toman los riesgos como desafíos y oportunidades, y llaman a las cosas por su nombre.
“¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a entregar mi corazón”, en palabras de Fito Páez. Se extiende una especie de pesimismo, pasotismo, egoísmo individualista que más bien tiene que ver con la resignación. Y es preciso llamar a las cosas por su nombre. Al que roba hay que llamarle ladrón y llevarlo a los tribunales; al que miente, mentiroso; al que explota, explotador, y así sucesivamente. Pero protestar aportando, en lo posible, propuestas alternativas nacidas de la reflexión, del conocimiento, de la pasión por la justicia y por la solidaridad. Porque “Otro mundo, mejor y más solidario, es posible” porque es necesario. Todo lo necesario tiene que ser posible, si no se trataría de una quimera, fantasía o necedad.
Para ello tenemos que “pasar la palabra” cuando leemos o escuchamos algo interesante, valiente y esperanzador. No podemos abortar los ideales por temor a no poder alcanzarlos. Mal punto de partida. Todo lo grande de este mundo se ha llevado a la práctica porque alguien lo imaginó primero, lo interiorizó y lo hizo suyo. No vale escudarse en que “yo no sé hablar”, “no estoy preparado”, “nadie me va a escuchar”. Tú pasa la palabra, difunde las ideas, proyectos y propuestas de quienes te conmuevan y te parezcan sensatos, creíbles, y arriesgados. Tenemos que esquivar los peligros o superarlos y asumir los riesgos como auténticos desafíos, como oportunidades.
Mi experiencia me ha demostrado que nadie sabe de lo que es capaz hasta que se pone a hacerlo. Es preciso convencerse de que no hay que esperar a ser bueno, para hacer cosas buenas. Gran parte de las personas respetables y admirables que conozco nunca hubieran comenzado. Porque no se trata de lo que hagamos sino de cómo lo hagamos. Poner el corazón y hasta la vida en aquello que admiramos, amamos y anhelamos. Siempre habrá un puesto para mí, así como soy, sin cambiar sino asumiendo mi realidad. De esta forma, los marginados y los excluidos se pueden identificar con nosotros con menos dificultad.
No podemos esperar a que nos ocurra algo extraordinario si no lo “descubrimos” en todo lo ordinario que nos sucede. Al llegar a esta altura de mi vida, he comprobado que la virtud más eminente es hacer sencillamente lo que tenemos que hacer. Ni se trata de empeñarse en hacer cosas buenas. Los sabios, los auténticos líderes, los santos, los maestros no hacen cosas buenas. Bueno es lo que hace el sabio, el santo, el maestro. Cuando come, come; cuando bebe, bebe; cuando duerme, duerme. Las cosas fueron primero, su para qué después. Autentikós es quien tiene autoridad, y ésta deriva de augere, promocionar, pues tiene autoridad sobre alguien el que lo promueve. Por tanto, auténtico es el que tiene las riendas de su ser, posee iniciativa y no nos falla porque es coherente y nos enriquece con su modo de ser estable y sincero, con palabras de A. Quintás
Así, en cualquier estadio de nuestro vivir podemos caer en la cuenta de que, así como somos, somos necesarios. No se trata de cuanto más, mejor; sino de cuanto mejor, más. Y todo lo que se hace desde el corazón, reforzado por la mente, es bueno y se difunde por sí mismo.
Anteayer di una conferencia en la universidad de Salamanca. Quien la organizó se ocupó en convocar al mayor número de medios de comunicación, prensa, radio y televisiones. Entrevistas de 20 minutos en cuatro emisoras y en directo; dos entrevistas de quince minutos para dos televisiones; y desde días antes, entrevistas en periódicos, y, al día siguiente de la conferencia, aparecían comentarios y fotos en otros periódicos; y este domingo saldrá una entrevista a doble página en el diario más importante de la ciudad.
¿Qué importa el número de personas que hayan podido acudir a la conferencia a las 12 de la mañana y en el alejado campus universitario? Todo lo que han difundido los medios y por Internet es tan eficaz o más que la presencia personal.
Al día siguiente me escribió la persona que arregló todo en silencio: “Gracias profesor. Quién pudiera hablar como usted”. Y yo le respondí “sin ti, nada hubiera sido posible. ¿Te das cuenta de todo lo que ha ocurrido? El escrito que me has enviado, lo reenvié a mi cadena de amigos, y estos los reenviaron a los suyos, lo he colgado en mi blog y otros colgaron sus post”. Esta es la red de redes, sabernos necesarios y aceptados y acogidos y queridos y respetados. Nadie sabe de lo que es capaz, hasta que se pone a hacerlo.
Eso es auténtico periodismo: provocar, escuchar, mirar y saber contarlo.
José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la UCM. Director del CCS