“Más el Consolador, el Espíritu Santo, que mi Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo. Y les recordará cuántas cosas les tengo dichas” (Jn 14, 26).
La breve vida pública de Jesús fue siempre de enseñanza de la Palabra del Padre que lo envió. Lo hacía con oración – Á‰l oraba sin cesar -, con parábolas, con arte polémico y con obras (milagros). Hacía con su enseñanza, la demostración de cómo se debe ejercer la fe.
El predicaba con su ejemplo y lo hacía, no sólo con sus discípulos, porque Dios es para todos.
Al estar vivo, a la Palabra la acompañaba su Espíritu. Cumplía a cabalidad el plan salvífico de Dios, que, al enviarlo, hizo que asumiera nuestra naturaleza pecadora, sin ser Á‰l, pecador, para llevarla a la salvación con su crucifixión, su resurrección y su ascensión donde el Padre.
Con esa salvación de la naturaleza humana, reivindicando a Adán, nos llevó de nuevo a la vida eterna que, lograremos, siguiendo la Palabra de Dios, cuyo conjunto de mandatos constituye la verdadera sabiduría.
Jesús sabe que tiene que ser sacrificado y, con su infinita misericordia de Maestro, piensa en sus discípulos, que, tristes, temen a la soledad que, al morir, les dejará. Y les hace una promesa: Mi padre les enviará otro abogado (Jn 14, 16), el Espíritu Santo, para enseñarles todo y recordarles cuantas cosas dejó dichas(Jn 14, 26).
El evangelista Lucas nos dice con profusión de detalles, como no lo hace ningún otro autor sagrado, cómo será esa venida del Espíritu Santo en cumplimiento de esa promesa de Jesús (Hechos de los Apóstoles 14, 1-13).
Lucas introduce un acontecimiento que marcará por siempre a la Iglesia: La venida del Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
Es una fuerza, es un viento recio, que, a partir de ese momento – en el día de Pentecostés – poseerá a los apóstoles y a todos los de ayer, los de hoy y mañana que seguimos la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo.
Es una fuerza que se expresará en todas las lenguas o idiomas del mundo para que el Mensaje de Jesucristo pueda llegar a todos los confines de la Tierra.
Pero me pregunto ¿Que hubiera sido de Cristo si no existiera el Espíritu Santo? ¿Cuál hubiera sido el destino de la Iglesia sin el Espíritu Santo? ¿Qué hubiera sido de la evangelización sin el Espíritu Santo? ¿Qué hubiera sido del trabajo pastoral sin el Espíritu Santo?
Respondo diciendo que la venida del Espíritu Santo hizo de Cristo un personaje del presente y del futuro; de la Iglesia una sólida institución que nada ni nadie la destruirá; que el evangelio es para formar cristianos y captar a otros para convertirlos; y que el trabajo pastoral es pastoral y no actividad sin espiritualidad.
El Espíritu Santo es el Espíritu de Jesús y el lugar de su presencia es el interior del hombre y de la mujer, desde donde ilumina e impulsa. Sin el Espíritu Santo nada somos, por eso, cada día, digo: Ven Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor y se renovará la faz de la Tierra.