Lo de mi paso por Chiloé va camino de convertirse en la cena jocosa de Baltasar del Alcázar… Anuncié que hoy me ocuparía de eso, pero no me apetece. Quédese, como la historia del portugués, para mañana.
Y si no saben de lo que hablo, allá ustedes. Vayan a Salamanca.
Chicho Sánchez Ferlosio, que militó a mi lado en la vieja guardia de la amistad, tiene una canción cuyo estribillo decía: “Hoy no me levanto yo”… ¿Por qué? Pues porque no le apetecía, como a mí, hoy, lo de Chiloé, y porque ésa era su real gana.
Yo sí que me he levantado, pero… Si Dragolandia es mi imperio, ¿por qué no voy a aplicar en su ámbito las razones o sinrazones de mi santa voluntad?
Bajo a desayunar, veo un ratito la tele, se me atragantan las tonterías que Llamazares y una psocialista cuyo nombre no recuerdo dicen en ella a propósito del debate, aún nonato, de la cadena perpetua y regreso a mis labores.
Estoy en Castilfrío. Sol y hielo. La estepa es un rompimiento de gloria.
Busquen, busquen en el diccionario o en los manuales de historia del arte lo que significa eso.
Sostenía Llamazares que el índice de delincuencia es, en España, uno de los menores de Europa y que las penas de nuestro código penal doblan en firmeza y en dureza a las de los demás países europeos. La verdad es justamente la contraria. Lo sabemos todos y lo ratifican las cifras oficiales. Madrid es una de las ciudades más violentas del mundo. Que se lo pregunten a los japoneses.
Yo, aquí, estoy en el paraíso. El paraíso es el ronroneo de un gato. Tengo, ahora, tres (Teseo, Sensei y Susto), y los tres andan por el desván en el que escribo. También anda por aquí la memoria de Soseki.
Daniel Utrilla, corresponsal de El Mundo en Moscú y compañero de blog y del alma, me envía la foto a la que hoy recurro para ilustrar estas líneas. No la preparó. Dejó mi libro sobre un mueble de su casa moscovita y su gato Puzo llegó a la conclusión de que la portada del volumen en cuestión era un lugar que ni pintiparado para descabezar un sueñecito.
No es el único. Me cuenta una lectora (Paloma), que su minino (Misli), al que por desgracia no fotografió, hizo exactamente lo mismo.
Esas causualidades (neologismo de mi invención) demuestran que Soseki está vivo y que, como creían los egipcios, cuando mil gatos tengan el mismo sueño todos los de su especie volverán a ser humanos.
Claro que, en opinión de Mark Twain, que hago mía, si los gatos se transformaran en hombres, la condición humana mejoraría, pero la gatuna se estropearía.
No sabía cuando escribí mi libro que, según los celtas, los ojos de los gatos son vías de acceso al mundo de las hadas. ¡Fantástico!