Ciencia y creencia (I).
Si alguna vez el lector llegase al extremo de tener que cuestionarse si es coherente afirmar el hecho de que se puede creer en la Ciencia, la respuesta no podría ser más rotunda: no. Cualquier persona que afirme creer en la Ciencia y en cualquier consecuencia derivada de la misma está cayendo en un tremendo sinsentido, una farsa que se va a sostener lo poco que se tarde en concluir este texto.
Ciencia es un concepto extenso, abstracto, abierto a dos interpretaciones -como poco-: Ciencia desde el punto de vista russelliano o Ciencia desde el punto de vista wittgensteiniano. Aunque los conocimientos sobre Lógica que pueda tener el lector sean pobres o nulos, creo que esta distinción merece ser explicada pues, en base a estas dos posturas, existen dos tipos de argumentaciones diferentes a seguir.
– Desde el punto de vista russelliano, el de las clases, Ciencia -como tal- sería el conjunto de todas las ciencias que estudian un determinado ámbito de la realidad. Sin embargo, si las ciencias estudian algo concreto, ¿cuál sería el ámbito de estudio de la Ciencia? ¿acaso la Ciencia estudiaría las ciencias? Según esta perspectiva, la de Russell, Ciencia y ciencia serían el mismo objeto, pero con distinta clase -rango-; Ciencia, en este caso, sería una clase superior a una ciencia.
– Desde el punto de vista wittgensteiniano, el de las figuras, Ciencia -como tal- sería una figura distinta a todas las ciencias que estudian un determinado ámbito de la realidad. Sin embargo, si estas figuras fuesen realmente distintas, ¿qué es lo que tendrían en común la Ciencia con las ciencias? Según esta perspectiva, la de Wittgenstein, Ciencia y ‘ciencias’ serían figuras distintas que comparten la misma estructura, pero con distinto contenido.
Si bien ambas consideraciones tienen unas consecuencias radicalmente distintas, ninguna de las dos se contradice conforme a lo que las ciencias son en sí, y mucho menos a lo que es el método científico, el pensamiento científico, el saber científico. Las ciencias, independientemente de que éstas sean objetos de una clase inferior a la Ciencia o sean, cada una, figuras diferentes respecto a la Ciencia, éstas se caracterizan por una serie de directrices o particularidades; de entre todas las directrices, quizá, hay dos que pueden resultar significantemente más relevantes que las demás:
– Una ciencia debe ser empírica, es decir, debe poderse comprobar en la práctica (praxis).
– Una ciencia debe ser falseable, es decir, debe ser un sistema abierto respecto a su teoría.
Teoría y práctica.
Es vulgarmente conocido -pero no por ello de forma desacertada- que las ciencias gozan de una parte teórica y una parte práctica; si bien es la parte teórica la que fija los horizontes de una ciencia concreta, es la práctica la que constata que esos horizontes están ciertamente ahí. A la teoría le es lícito ir más allá de la práctica, pero sólo puede adoptar el estatus de ‘verdad’ una vez que se ha comprobado debidamente que, lo que ella dicta, es cierto. Mientras que ese momento llega -o no-, esa teoría no es una verdad; puede ser una teoría más o menos atractiva, más o menos sólida, más o menos prometedora: pero no es una verdad, reitero.
Ya Schopenhauer planteó el dilema de por qué la teoría no podía ser aceptada como ‘verdad’ incluso si ésta superaba las barreras de la práctica, es decir, por qué la metafísica -o el pensamiento metafísico- debía ser relegada a un segundo plano en virtud del empirismo, cuando, según él, el pensamiento metafísico -la razón pura kantiana, si se quiere- había demostrado, eso sí, a través de la práctica, estar en lo cierto en innumerables ocasiones. En definitiva, hubo, hay y habrá siempre una cierta polémica en cuanto a quién tira de qué, y por qué la teoría no alcanza el estatus de verdad hasta una vez corroborada empíricamente. Pero este hecho, sin embargo, no desacredita ni mucho menos al pensamiento metafísico, a la especulación, a la teoría, a la suposición… siempre que se vayan encontrando pruebas empíricas que, al menos poco a poco, vayan ofreciendo sustento a dicha teoría y pesquisas de que se está siguiendo el camino correcto. Es más, en la actualidad hay en marcha bastantes proyectos de inversiones millonarias que pretenden corroborar teorías científicas que, al menos hasta hoy, no han adquirido el estatus de ‘verdad’, sino que se consideran ‘especulativas’, ‘lógicamente consistentes’, ‘atractivas’, ‘prometedoras’, etc., pero no aceptables -todavía- por la comunidad científica.
Falseabilidad.
Las ciencias deben ser falseables, es decir, si se modifican los cimientos, si el sistema es abierto y acepta ser manipulado, los resultados obtenidos deberían ser diferentes, pues ahí reside la coherencia de su teoría (ya excluida la práctica). Á‰sta suele ser una de las grandes pruebas que no consiguen pasar las denominadas pseudociencias, pues al ser éstas -mayormente- círculos cerrados, cualquier modificación hipotética en el sistema produce, como reacción, una serie de argumentos y de falacias que impiden que los resultados sean diferentes. Estas ‘ciencias’ no falseables son las que tienen respuesta para todo, aquéllas que tienen cubiertas sus espaldas tanto para el caso afirmativo como para el caso negativo, son las mal denominadas ‘ciencias’, pues en sus argumentos en círculos no cabe lugar el replanteamiento de sus bases, ya que siempre se vuelve al punto de partida. Obviamente, esta ceguera sólo consigue desacreditar la materia de la que se ha apoderado, la convierte en un sistema de fe.
Partiendo de la Ciencia -y las ciencias- como algo que debe cumplir con los requisitos de ser empírica y falseable, podemos afirmar que toda aquella ‘ciencia’ que pretenda acercarse de una forma cerrada (no falseable) y no empírica a la realidad corre el grave riesgo de ser considerada pseudociencia, misticismo, ocultismo o farsa. Ateniéndonos a las dos perspectivas descritas al comienzo, ¿se puede creer en la Ciencia?
– Desde el punto de vista russelliano, tomada la Ciencia como una clase superior respecto a las ciencias que la componen, el análisis sería el siguiente: creer en la Ciencia es creer, estrictamente, en todo lo que conforma la Ciencia, pues, creer en un objeto que contiene a otros implica, por inducción, creer en todo aquello que forma ese objeto. Luego, al creer en las ciencias, se está afirmando que se cree en verdades, es decir, la creencia abarcaría todo aquello que es empíricamente demostrable y, a su vez, toda aquella teoría falseable. Entonces, si partimos de las realidades científicas, lo que ha alcanzado el estatus de verdad, ¿se puede afirmar que se cree en una verdad? La respuesta es obvia, pero la mencionaré para aquéllos que no hayan seguido el análisis debidamente: no se puede creer en la verdad, porque la verdad ya es verdadera de por sí. La verdad se sabe, se estudia, se asume, se investiga, se indaga en ella, se intenta expandir, experimentar, se modifica si es necesario, etc. pero en ella no se cree, pues en una verdad no hay lugar para la creencia.
– Desde el punto de vista wittgensteiniano, tomada la Ciencia como una figura distinta respecto a las ciencias que la componen, el análisis sería el siguiente: creer en la Ciencia es creer, estrictamente, en todo lo que conforma el método científico -empirismo y falseabilidad-, pues, creer en una figura implica, por inducción, creer en la estructura de esa figura. Luego, al creer en la Ciencia, se está afirmando que se cree en el método científico, es decir, en el empirismo y en la falseabilidad. Entonces, si partimos del método científico, lo que nos acerca al estatus de la verdad, ¿se puede afirmar que se cree en el método? La respuesta, nuevamente, es obvia: no se puede creer en el método, pues el método es el sistema para buscar la verdad en sí misma. El método se sabe, se estudia, se asume, se investiga, se indaga en él, se intenta expandir, experimentar, se modifica si es necesario, etc. pero en él no se cree, pues en el método científico no hay lugar para la creencia.
Creencia, hipótesis y suposición.
Si bien ha quedado claro por qué la creencia no tiene cabida en la Ciencia, en las ciencias ni en el método científico, ello no resta que sí quede un lugar para las hipótesis y las suposiciones, es decir, ese lugar que queda para todas las teorías que aún no han sido demostradas pero las cuáles se tiene intención de demostrar, activamente, y admitiendo -de forma flexible- un replanteamiento de sus bases, sus procesos y sus posibles conclusiones. Suponer, formular, plantear, etc. son acciones perfectamente lícitas en cada una de las ciencias y en el método científico, pues ellas son, como se dijo al principio, las que fijan nuevos horizontes para la Ciencia y las ciencias; sin embargo, todas estas suposiciones-formulaciones-planteamientos no alcanzan el estatus de verdad hasta que no son demostradas empíricamente, si es que se puede.
Si un sistema, una denominada ‘ciencia’, no es capaz -ni por ella misma ni por sus defensores- de ofrecer respuestas empíricas y no es capaz de mostrarse abierta a los cambios en sus estructuras sino que, del mismo modo que un erizo se pliega sobre sí mismo en muestra de autodefensa, mostrando sus púas a todo aquél que desea viviseccionarla, queda muy a la vista de que no se trata de una ciencia, sino de una pseudociencia, una farsa, un sistema débil y cerrado en el que sólo se puede creer de forma ciega.
Conclusión.
Cualquier individuo que afirme creer en la Ciencia -o las ciencias- está cayendo en un absurdo, en un sinsentido, pues ha quedado demostrado que en la Ciencia, en las ciencias y en el método científico no hay lugar para la creencia ni para la fe. La Ciencia se toma o se deja, se asume el pensamiento científico o se relega como menester para personas más capacitadas, pero en ningún caso se le añade ese atributo que convierte la Ciencia en algo de lo que se puede creer o no creer, pues eso es cuestión de fe, y la fe no tiene cabida en el pensamiento científico.
(…)