REFLEXIONANDO:
2 de Mayo. Domingo. Me pilló en el Hotel Gala ubicado en el sur de Tenerife (Playa de las Américas). Allá me fui para coger sol, descansar, leer y resolver un par de asuntillos pendientes. Muy bien, vamos. El personal excelente, las instalaciones de notable alto, casi sobresaliente. La comida, superior y con mucha variedad. Fueron tres días para relajar la mente y en ese ejercicio poder reflexionar. El otro, fue observar (esto lo dejaré para el siguiente post). En el capítulo reflexivo me dije que tal y como está la cosa, hay que reconocer que me he permitido un lujo. Un lujo que se difumina cuando vuelves a la realidad y leo la noticia: a los comedores sociales les están faltando los alimentos. Y se me queda el cuerpo chungo. No me puedo quedar indiferente. Como si no pasara nada. Y me pregunto: ¿Qué coño hago en un hotel rodeado de un montón de comida mientras mucha gente está pasando hambre? Y mientras también observo: la gente se llena los platos como si no hubiera comido en su vida. Resultado: la mitad o más a la basura. ¿Qué estamos haciendo para, de alguna forma, evitar en parte esta tragedia?. No somos solidarios. Cierto que el paro está haciendo estragos en mucha gente, pero lo que sí tengo claro es que la solución la tenemos nosotros mismos. Gastamos en cosas inútiles y que, nada más comprarlas, duermen en los trasteros, en los armarios y en los garajes. Nos cuesta compartir. Renunciamos voluntariamente porque nos han educado con la mentalidad del capital. Cuántas veces hemos visto y experimentado que quien menos tiene es el que más comparte. Ahora tenemos el argumento estrella para acallar nuestras conciencias: la crisis, puta ella, porque ya está manoseada por todos. Y nos seguimos creyendo cojonudos hasta la médula. También es cierto que “a río revuelto, ganancia de pescadores”, símil que vale muy bien para aquellos y aquellas que son gandules y ociosos por naturaleza. No han dado un palo al agua en toda su existencia y se meten en la misma cola que el que se ha quedado sin trabajo, sin prestación ni subsidio. Si ya de siempre y de por sí la mendicidad es un mal presente en todos los momentos de la historia, ahora, y en esta época, en pleno siglo XXI, parece que está cobrando unos tintes de auténtica negrura. Nos volvemos locos haciendo estudios y convenciones, charlas y seminarios buscando soluciones al problema y nos señalamos unos a otros desde lo individual a lo colectivo esperando a que un tercero hable o haga algo, para luego criticarlo (y vuelta a empezar). Y esto es más sencillo que desenroscar la tapa de una botella de agua: si pensáramos entre todos sólo un poquito que compartir es la clave para que muchas situaciones mejoren, la crisis, puta ella, no tendría cabida en nuestra vida. Pero claro nos entra verdadera ansiedad por tener y poseer. Somos auténticos licenciados en consumismo. Y es que nos han educado mal pero creo que tenemos la posibilidad de ser autodidactas, de no ser tan “del rebaño” y cambiar las cosas.
OBSERVANDO:
Fue el día especial de la madre. La tradición, el marketing y el consumismo así lo marcan y así había que celebrarlo. Era el día especial de todas las madres: de las que siguen vivas y de las que ya no están con nosotros. Era y es el día que nos acordamos y las agasajamos de forma especial. Día de las madres tradicionales, de las machistas, de las feministas, de las solteras, de las viudas, de las que tienen pareja, de las despreocupadas, de las superprotectoras, de las que se creen más madres que ninguna otra, de las que lo llevan con naturalidad; de las que tienen calma y de las que pierden los nervios, de las que imponen su criterio simplemente “porque lo he dicho yo”; de las que eligen el futuro de los hijos y de las que se las apañan y se las ingenian para tenerlos a su lado hasta que la muerte los separe. Día también de las suegras que son las madres políticamente correctas o incorrectas según te toque porque aquí sí que hay que decir que si te toca una buena, entonces sí que te sacaste una lotería. Podía seguir pero no era ese el objetivo que me había propuesto. Para todas ellas y como ejemplo, aquí va esta pequeña vivencia: Eran las 10 de la mañana y bajé a desayunar en el hotel. Enfrente de la mesa que ocupé, un matrimonio (calculo una edad entre 35-45) con un hijo. El chaval podía tener 12 años. No tenía defecto alguno porque si no esto que cuento ni se me ocurriría comentarlo. Sus movimientos eran normales: los brazos, las piernas y las manos llevaban un ritmo sincronizado y en los ojos se le notaba que acababa de levantarse. De ahí (creo y lo afirmo) la lentitud en sus extremidades. El supuesto padre del niño (un pelín desarreglado para ser domingo) y pareja de la supuesta madre, lo primero que se trajo a la mesa para él solito (faltaría más), fue un vaso con zumo (o jugo en canario) de naranja. Mientras este menda desayunaba con calma, no quería perderme detalle de lo que sucedía, ya que la “ñora” comenzó una carrera de triatlón comenzando por los yogures y cereales y siguiendo con las mermeladas, panes, huevos, mantequilla, embutidos varios y los cafés con leche para los tres. El niño seguía sentado tranquilo y calmado. El padre, otra vez a buscar un vaso del mismo zumo. Cuando ya todo estaba en la mesa y los tres sentaditos, observo cómo ella se levanta de nuevo y ¡¡ OH ¡¡ sorpresa. Coge el pan del niño, se lo corta, se lo embadurna de mantequilla y mermelada, le pone algo de embutido en el plato, le abre el sobre de azúcar, se lo pone en el café con leche y se la revuelve. A todas estas, observo que el niño había colocado las manos debajo de los muslos (de él mismo, no se me malentienda). Total, no tenía nada que hacer, bueno sí, coger los cubiertos. Pero, ¿quién se los cogió? .No es difícil averiguarlo. Pero como por la ley de la gravedad y al ser unos objetos de acero que no se podían mantener en el aire, el crío (¿se debió dar cuenta o se lo diría ella?) sacó las manos de sus muslos y los cogió empezando a comer con normalidad. Ya estaba esperando que ella (hubiera sido todo un detalle) le diera de comer. No quise mirar de qué forma y manera manejaba los cubiertos y comía el preadolescente porque en mi estómago podía ocurrir algo desagradable. En definitiva, a mí, el desayuno no me sentó mal (bueno, un poco revuelto sí que acabé) ya que la “peli” era de risa aunque con tendencia a la pena. Pena, porque muchas veces, nosotros, padres y madres, sin querer o queriendo, hacemos a los críos (he dicho críos, en masculino) una manada de inútiles. Luego, al salir y en el patio, se me ocurrió escribir este guión para luego sacar algunas conclusiones y hacerme unas cuantas preguntas. Si ella misma se propuso celebrar el día de la madre, interpretando el papel de supermadre-superprotectora, habría que darle un oscar, por méritos propios. Por el contrario, si ese es su “ajetreo”, la costumbre y el quehacer diario….Hummm…pobrecita… No sé si dará cuenta que está alimentando y haciendo crecer a un niño inseguro y caprichoso. Y no exagero. Me apuesto lo que sea, que si llega a ser una niña, el guión hubiera sido distinto. Seguro. Por otro lado, me dí cuenta que el papá era como un cero a la izquierda. Ni tosía ni mugía. El, a lo suyo: otro vaso de zumo. Me acordé de mi peque que tiene 9 años y se me o se nos ocurre hacerle la mitad de lo hecho por aquella madre (que seguro, seguro tiene que ser una persona supernoble y buena) y lo primero que me dice algo así como: “Papi o mami, que no soy manco”. Y es que o cambiamos de mentalidad a la hora de educar a los varones y con esto matizo que se tienen que acostumbrar a hacer de todo y de forma independiente o me da en la nariz que vamos a tener lacra masculina (de la chunga) para rato.