El congreso del Partido Popular (PP) concluyó el pasado domingo con un resultado esclarecedor y la unión de todos los compromisarios bajo una misma idea: apoyar a Mariano Rajoy. O al menos eso es lo que nos vendieron.
Hoy, cuatro días después de aquella escenificación retórica, Esperanza Aguirre se ha tomado justa venganza de aquella afrenta eliminando de su gobierno a todos aquellos que apoyaron la candidatura de Rajoy, y poniendo en su lugar a los que se mantuvieron junto a ella (incluso se rumorea que ofreció una consejería a Pizarro).
Sin duda, la venganza es un plato que se sirve frío, y Esperanza Aguirre ha sabido aguardar su momento, ha esperado que la euforia del domingo se diluyera para demostrar su fuerza dentro del partido, y recordar a Mariano Rajoy que las heridas no están, ni mucho menos, cerradas.
Con esta decisión Esperanza Aguirre se coloca en la primera posición de la parrilla de salida para la sucesión que todos los analistas vaticinan para el año 2009, justo después del más que previsible batacazo del PP en las elecciones autonómicas y europeas.
Como siempre, lo hace de manera oculta y por la espalda, demostrando que la guerra de guerrillas es su especialidad y que en el sempiterno juego sucio de la política, ella se maneja mejor que nadie.