Por una noche, por un día; en definitivamente, por un instante, deseo hacer de mi ‘voz’ una voz más que pide, más bien, ‘pide a voces’, que en nuestro país se siga la línea de respeto a la libertad sexual del individuo, en la tendencia de progreso que está marcando un antes y un después desde hace poco más de dos décadas. Sin embargo, mi particular visión no puede -pues le es ofensiva- conformarse con apoyar a un colectivo sin lanzar un duro ataque a todos aquéllos que, como insectos moribundos, echan mano del su último aliento para lanzar argumentos, tratando de convencer a determinados sectores sociales, en contra de la libertad sexual y de la igualdad de derechos y obligaciones para todos los individuos, independientemente de su condición sexual.
Los argumentos más obsoletos ya han sido revocados, demolidos, enterrados y sepultados bajo la razón del pensamiento moderno; sin embargo, estas hormigas moribundas, estos sectores minoritarios -y cada vez más minoritarios- que siguen en su línea de coartar la libertad de los homosexuales, se aferran a determinados argumentos que, según ellos, obedecen a la ‘naturaleza’ y a la ‘razón’. Incluso los más osados -por no decir ‘imbéciles’- se atreven a comparar la orientación sexual de un individuo con un estado de salud mental que, bajo su perspectiva, no es ‘normal’. Pues bien, a todos estos amantes de la naturaleza, a todos estos sabiondos de la razón, a todos estos estadistas de las medias y las cifras ‘normales’, el autor tiene algo que contarles.
Cuando alguien refiere a la naturaleza, dirija su atención sobre la misma, pues no se debiere hablar de las estrellas sin echar antes una mirada al cielo en plena noche. El ser humano es un mamífero; pese a que la evolución de nuestro cerebro y nuestro comportamiento dista años luz del otros mamíferos, en ellos podemos identificar y estudiar conductas de las que sacar conclusiones. Observemos, por ejemplo, a nuestro mejor amigo: el perro; diríjase nuestra atención a lo que es la ‘sexualidad’ de un perro, pues quien más o quien menos ha tenido un perro o un vecino con perro. Así funcionan nuestros mejores amigos: una hembra se pone en celo, varios machos disputan el ‘privilegio’ de copular con ella (pues éste es el fin primordial de la vida, el de la supervivencia), y tras dicha disputa el más fuerte o experimentado consigue su objetivo culminando, en un acto que dura segundos -más de un eyaculador precoz desearía ser un perro-, su acto sexual de procreación. Macho y hembra se separan y siguen sus respectivos caminos, acaso que el lector haya visto alguna vez una pareja de perros fumarse un cigarro tras copular.
Sin embargo, autor admite que el ejemplo del perro, además de estar cargado de elementos irónicos, no es el más cercano a lo que podría ser la naturaleza humana. De nuevo, les invito a guiar su mirada hacia otro mamífero, en este caso, el más similar al ser humano: el mono (o los simios, en general). Numerosos biólogos han estudiado diversas razas de simios a lo largo de décadas, con lo cuál estamos en pos de dirigir nuestra mirada hacia la sexualidad de los simios. Nuestros parientes cercanos son un poco más sutiles que los perros, pero sin embargo, sus conductas sexuales no son, ni mucho menos, poco interesantes: hembras en celo, machos que se disputan la cópula, el acto sexual. ¿Lo ‘normal’, verdad? Pues bien, muchas comunidades de simios dan ‘un paso más’: como conducta que afianza los lazos de una comunidad de simios, pues éstos ya forman comunidades, muchas razas de simios fornican entre ellos sin tener en cuenta sexo, edad o parentesco familiar: hijos con madres, hijas con padres, hermanos y hermanas, hermanos y hermanos, padres e hijos, viejos y jóvenes. En su caso, el acto sexual es un medio que reduce el estrés de la comunidad y refuerza los lazos afectuosos entre sus individuos.
Ahora le pregunto yo, a este defensor de la naturaleza, a este detractor de la homosexualidad que se ampara en que la conducta homosexual no es ‘natural’: ¿con qué ejemplo nos quedamos, el del perro o el del simio? Es decir: usted, detractor de la homosexualidad y los derechos de los homosexuales, ¿qué prefiere? ¿el ‘polvo minutero’ de ‘si te he visto no me acuerdo’ o el ‘aquí follamos todos o no folla nadie’? «Oh, por favor, qué blasfemias suelta este hombre al escribir»… sí sí, blasfemias las que usted desee, señor detractor, pero: ¿cuál es la naturaleza de la que el ser humano debe tomar ejemplo?
Aquí, los más sutiles, los que aún creen tener un clavo al cuál agarrarse -sin ser conscientes de que está al rojo vivo- recurrirán a que ‘de siempre’ las parejas han sido hombre-mujer, pues ésta es la actitud normal del ser humano desde el principio de los tiempos. Autor considera que, en este momento, es hora de que el clavo empiece a levantar ampollas sobre la piel del que aún se agarra a estos argumentos inconsistentes.
Tomemos nuestra preciada vista y dirijámonos con ella varias decenas de miles de años atrás; quien dice ‘decenas’, dice cientos. Ahí podemos observar, cuán ‘simio’, al homínido, en su estado primitivo, actuando de un modo muy similar al que puede actuar una determinada raza de simios a día de hoy. Gracias a la Ciencia, gracias a los estudios antropológicos, gracias a las investigaciones de laboratorio y no a los sermones eclesiásticos (volveremos sobre este tema más adelante) los especialistas pueden afirmar, a ciencia cierta -como suele decirse- que el establecimiento de ‘parejas’ entre homínido y ‘homínida’ es una consecuencia evolutiva, es decir, un fenómeno que no le es inherente al ser humano desde sus principios, sino que es una conducta que se ha aprendido y aprehendido en virtud de garantizar la supervivencia de la especie dentro de una comunidad de homínidos. Surgen las parejas, el reparto de tareas, las jerarquías y los rituales: la evolución del ser humano proviene, en sus bases, de esas ‘sociedades’ primitivas que hoy podemos estudiar gracias a las técnicas adecuadas. Por ello, y siguiendo una argumentación cómoda y sencilla, se puede concluir que el establecimiento de parejas es una consecuencia evolutiva, un acto de supervivencia.
Pero el ser humano ha seguido evolucionando: poco a poco esos homínidos se van acercando a lo que ya forma parte de nuestra Historia, desde oriente a occidente, pasando por todos los grandes Imperios y grandes sociedades de las que cualquiera -con estudios- tiene constancia. Ahí, en el epicentro de esta particular línea temporal, encontramos a la Sociedad Griega, uno de los pilares de nuestra sociedad actual en gran parte de Europa. Es sabido y ‘resabido’ que los griegos, padres de la filosofía contemporánea, la aritmética y la política, tenían tendencias homosexuales y bisexuales: el culto al cuerpo del hombre, el amor hacia los individuos del mismo sexo, etc. formaban parte de dicha Sociedad, al igual que formaba parte de ésta el sofismo o los deportes en el Olimpo.
Pues, ¿dónde se halla la prueba concluyente de que el ser humano, ‘por naturaleza’, tiene tendencia heterosexual y que, además, las parejas deben establecerse en este -y sólo este- modo? Los que aún aguantan las quemaduras en sus manos, los que aún creen que por encima de la naturaleza animal del ser humano y la evolución del mismo a lo largo de milenios quedan motivos para ‘creer’ en este hecho, ya deben recurrir a lo que les es ‘moralmente’ normal, o moralmente ‘normal’ (póngase entre comillas la palabra que desee). Y aquí, justamente aquí, es donde entra nuestra ‘amiga’ la corruptora de mentes, la creadora de prejuicios, la mayor pandemia que el ser humano ha creado en su evolución ‘natural’ para anular al ser humano mismo y convertirlo en un sufridor, un ser sin criterio ni aspiraciones: he aquí la religión, más concretamente, el Cristianismo; más concretamente: la Iglesia.
Este cáncer, que por fortuna o por desgracia también forma parte de la evolución del ser humano (pues al ser humano no se le ha inyectado la creencia desde ‘fuera’) es el que ha terminado de poner la guinda al pastel. El ‘santo matrimonio’, Adán y Eva, el pecado, la penitencia, la moral de la culpa y del resentimiento, la moral de la exclusión y de la Inquisición, el amor al prójimo que se construye a la base de poner cotas a todas sus aspiraciones, la moral que convirtió a los grandes hombres, hombres de sabiduría y nobles costumbres en siervos a merced del ‘Señor’, un señor piadoso y compasivo que no admite en su seno que dos personas del mismo sexo sientan atracción, pues no es ‘natural’ ni ‘normal’; una moral de la falta de información, una moral de estamentos, una moral de ‘borreguización’ del vulgo, beatización del pueblo y autoflagelación del pensamiento: la moral de la penitencia, del sufrimiento, de renegar a toda idea que trascienda unos dogmas totalmente irracionales. La moral del ‘dejad que los niños se acerquen a mí’ (y si es desnudos, mejor), la moral del exorcismo y la excomulgación, la moral que me recuerda a una escena de la película ‘Philadelphia’, protagonizada por Tom Hanks y Denzel Washington, en la que ambos salen del juzgado y, de entre la muchedumbre que se agolpaba fuera, un descerebrado gritaba ‘fueron Adán y Eva, no Adán y Esteban’ (al traductor hay que atribuirle los méritos de haber conseguido este efecto)… ¿es ésta la moral la que debe decidir si la conducta homosexual es normal o no, si la unión de dos personas del mismo sexo es normal o no, o si los homosexuales tienen los mismos derechos y obligaciones que el resto de los mortales? ¿en base a qué? ¿a lo natural? ¿a lo ‘normal’? ¿hacia dónde mira la moral Cristiana a la hora de señalar con el dedo, con la mirada inquisitiva, a las personas homosexuales como personas ‘alejadas’ del camino del Señor?
Pues a estas personas no les quedan muchos sitios donde mirar: no pueden mirar a la naturaleza, no pueden mirar a la evolución, no pueden mirar a la Historia, ¿a qué se aferran estos detractores de sotana y ‘buenos’ modales? Posiblemente, a estas alturas el detractor que haya tenido la paciencia y la inteligencia suficientes como para alcanzar este punto, debe tener su mano con quemaduras de tercer grado. Sin embargo, de entre todos los listos y ‘listillos’ hay una última raza, una última estirpe, una última generación de detractores que se hacen denominar ‘hombres de Ciencia’ y que creen estar en disposición del argumento definitivo, irrevocable, absoluto e indiscutible de que la homosexualidad no es una conducta ‘normal’ ni ‘natural’ -obviamente, estos grandes profesionales (o grandes estafadores) no son de los que echan la mirada atrás como lo acabamos de hacer ‘nosotros’-; éstos son son los psicoanalistas, los médicos homéricos, los seguidores de la religión freudiana, los penitentes de una disciplina que a duras penas alcanza el rango de pseudociencia: estos valientes hombres del saber, titulados en oratoria argentina, amantes apasionados de la castración y la pulsión sexual -hasta cagando: sí señores-; éstos, los últimos macacos que se bajarán del carro, son los que consideran la homosexualidad como un ‘trastorno’ de la sexualidad: un comportamiento anormal, erróneo, patológico y enfermizo. Edipo y Electra no pueden ser gays, dirán regocijándose en sus divanes malolientes; para esta última raza de detractores, los que traen una biblia bajo el brazo firmada por unos pocos idealistas y tarados, la conducta homosexual es traumática, dolorosa, patológica y deforme respecto al canon ‘normal’ que no reposa ni en la naturaleza ni en la Historia, en definitiva, en Ciencia alguna: para estos sacerdotes de trajes caros y miradas apagadas, el homosexual es un traumatizado, un desviado: un enfermo.
Pues a estos ‘genios’ de la medicina, quienes basan toda su terapia en las enseñanzas de un señor que jamás llegó a curar a ninguno de sus pacientes, el autor debe recordarles una cosa, pues nunca está de más recordar: el DSM-IV, la ‘biblia’ de la psiquiatría -por encima de las obras de psicoanalistas pajeros y demás RR.PP. argentinos- considera que una tendencia sexual es perfectamente normal siempre que no suponga un impedimento en el desarollo de la vida del individuo, es decir, siempre que esta tendencia sexual -con o sin pareja- sea una voluntad aceptada, consensuada -si se da el caso- y que no genere sentimientos de culpa lo suficientemente severos como para inhabilitar al sujeto en sus ‘quehaceres’ diarios.
Señores psicoanalistas, en base a esto, la lógica más rotunda sólo puede afirmar un hecho, y sólo uno: la conducta ‘enfermiza’ o que puede resultar enfermiza es la de aquel homosexual que, en pos de su condición sexual, se ve obligado a esconder, reprimir, castigar y denigrar sus propios deseos, pues es ésta la actitud la que le supone un impedimento, una traba para ser feliz. El individuo homosexual será plenamente feliz respecto a su sexualidad en el momento que pueda ejercer su libertad sexual sin miedos ni temores, sin ser señalado con el dedo, sin sentir culpa de ser quién es y cómo es, pues en su tendencia sexual consensuada y responsable no hace mal a nadie, exceptuando los cuatro chupatintas que hemos ido recalcando a lo largo de este texto. Y bien sabrán ustedes, señores del diván, que de diez homosexuales, sólo uno lo es por causa genética: ¿quieren aferrarse a esto para concluir que en la educación de un homosexual hay evidencias de episodios traumáticos, de duelo o de rechazo?
Señores, todo ser humano es producto de su entorno y su instinto primigenio: algunos somos más fuertes, otros más débiles, unos más optimistas, otros más pesimistas, unos se identifican en un determinado estilo y otros en algún otro estilo distinto, unos tienen un carácter más transigente y otros menos, unos saben hablar y otros saben escuchar, unos aspiran a todo y otros a duras penas aspirarán a algo. Á‰sta es la realidad del ser humano, su educación y su entorno, y ninguno de los anteriormente mencionados está realmente enfermo, ni de lejos, por haber vivido unas determinadas experiencias en su educación que lo hayan condicionado a tomar una visión ante la vida u otra. Si el sujeto se siente bien consigo mismo y no daña a los demás, ¿dónde está la enfermedad más allá de sus propias mentes, cerradas a cal y canto, por lo que es la ‘Iglesia New Age’ del estudio psicoanalítico?
Por esto mismo, y ya para concluir, autor afirma que no hay argumento alguno que merezca mantenerse en pie respecto a lo que la discriminación hacia los homosexuales se refiere: no existen evidencias naturales, evolutivas, históricas ni psicológicas lo suficientemente sólidas que amparen una teoría consistente de ‘por qué sí’ o ‘por qué no’ la homosexualidad es algo tolerable o no: vivimos constantemente en una Sociedad de progreso, y al igual que en un determinado momento de la Historia los homínidios eligieron establecer parejas por el bien de la supervivencia, tengan por seguro que la homosexualidad y la creciente tolerancia hacia la misma no se salen de esta línea evolutiva. En muchos aspectos, para la supervivencia de la especie y del individuo mismo, esta tendencia es normal, 100% respetable y, aunque a más de uno le duela, cada vez contará con más defensores y menos detractores. Porque así es nuestra naturaleza, nuestra evolución y nuestra psicología: nos iremos adaptando al medio conforme éste lo requiera; y en este proceso evolutivo claramente progresista, donde la razón triunfa sobre los dogmas, será el detractor el que acabe siendo minoría, hasta tal punto de acabar extinguiéndose, como otras muchas especies lo han hecho.
Libertad y tolerancia para los homosexuales: igualdad de derechos y obligaciones, públicas y privadas. Derecho a contraer matrimonio y disfrutar de las ventajas y desventajas civiles del mismo, derecho a adoptar hijos (aunque a alguno de nuestros amigos del diván esta afirmación les inspire un aire de suspicacia) y derecho a hacer lo que les dé la real gana en el momento que les dé la gana, si con ello se respetan a sí mismos y a los demás.
* EPÁLOGO:
(por respeto al lector, si aún tiene éste cabida, sólo disponible en http://dxm83.blogspot.com )