La probable próxima huelga general de este otoño puede ser crucial para el devenir de los acontecimientos en los próximos meses, incluso en los próximos años. La clase trabajadora española se juega el ser o no ser en esta nueva fase de la lucha de clases.
Ya está aquí. El tan anunciado decretazo de la “reforma” laboral inaugura oficialmente la nueva campaña de las élites en contra de las clases populares en el Estado español. La lucha de clases entra en una nueva fase en la que las clases altas dan un paso más en su guerra no declarada contra el conjunto de la sociedad.
Ya no hay excusa para no ver. Quienes creían que bastaba con buscarse la vida por uno mismo, que bastaba con mirarse el ombligo, que ellos podrían librarse, que a ellos no les tocaría, ya no les sirve esconder la cabeza como el avestruz. Por mucho que agachen la cabeza, a ellos también les salpica. Ya no vale eso de esperar a tener suerte y librarse del paro rezando para que la prejubilación les salve de su segura exclusión del mundo laboral. Ya no vale eso de que a mí no me va a tocar porque llevo muchos años con un contrato fijo y en mi empresa me conocen y me valoran. Salvo un pequeño colectivo, cada vez más pequeño, la inmensa mayoría de trabajadores tienen cada vez más amenazados sus puestos de trabajo, su sustento, en el mejor de los casos. Ya no es que el paro haya alcanzado a casi cinco millones de personas en edad de trabajar, ya no es sólo que los funcionarios (y como consecuencia el resto de trabajadores en mayor medida) vean reducidos sus sueldos, ya no es sólo que las condiciones reales de trabajo empeoren en la práctica, obviando los derechos proclamados de papel, ahora, es que sobre el mismo papel, una gran parte de las conquistas logradas en los dos últimos siglos, se están finiquitando. No es sólo que vaya a haber más desempleo, más recortes salariales, menos protección laboral, empleo de peor calidad, es que además se está intentando liquidar definitivamente la capacidad de lucha de la clase trabajadora, reduciendo el margen de maniobra de los sindicatos, atacando de raíz al derecho básico de la organización obrera, menguando la capacidad de negociación colectiva, impidiendo así, por ley, la unidad de los trabajadores. Si la capacidad de lucha de la clase trabajadora, si su unidad, estaban ya, de facto, muertas, con este decretazo, se publican su esquelas. El decretazo pretende rematar a la clase trabajadora.
Pero no nos engañemos. Esto se veía venir. Sólo quienes se tapaban los ojos no lo veían, aunque quizás tampoco podían evitar verlo. El decretazo, que podemos decir, sin miramientos, pretende declarar oficialmente muerta la lucha obrera, el triunfo casi definitivo del capital sobre el proletariado, es también un producto de la apatía de la
clase trabajadora. Hace ya tiempo que la iniciativa viene de arriba. Abajo sólo se aguanta estoicamente el chaparrón. La solidaridad obrera hace tiempo que está en paradero desconocido. Nos hemos acomodado. Nos hemos relajado. Y ahora tenemos más trabajo (pero no del remunerado) que nunca. Debemos recuperar el terreno perdido, el tiempo perdido. Nos creíamos el discurso oficial de que la lucha de clases era algo del pasado, y ahora nos topamos con ella sin quererlo, puesto que nos la están declarando quienes la negaban. Pensábamos que el continuo retroceso en derechos laborales que venimos sufriendo en los últimos lustros iba a parar en algún momento, y por el contrario, vemos que dicho proceso es un pozo sin fondo. Y así, nos encontramos con unos sindicatos que se ven obligados, en contra de sus deseos, a declarar huelgas. Nos encontramos con una clase trabajadora que se ve obligada, en contra de sus deseos, a retomar la lucha de clases que ya creía olvidada. No es de extrañar que, en estas condiciones, las huelgas no tengan el éxito que debieran tener.
La lucha obrera es ya casi sólo un recuerdo del pasado. La guerra la está ganando el capital, entre otras razones, porque su enemigo está en retirada desordenada, porque los soldados del ejército proletario desertan del campo de batalla y huyen hacia sus refugios privados, porque ya no hay un ejército enfrente sino que muchos individuos aislados. El ejército proletario está descompuesto. La atomización de la clase obrera hace que ya casi no podamos hablar de una clase proletaria sino que simplemente de un conjunto de proletarios, de individuos aislados, que no tienen ni siquiera conciencia de clase. El gran triunfo del capital es que ha descompuesto a la clase trabajadora. La conciencia de clase ha sido prácticamente liquidada. El decretazo tiene que ver ni más ni menos con la rendición definitiva del ejército proletario en nuestro país. Ahonda en sus males, profundiza en su atomización.
La inmensa mayoría de la gente ha sustituido la lucha colectiva por la lucha individual. Todo trabajador sabe que en verdad sólo es posible enfrentarse a un enemigo poderoso mediante la unión, mediante la organización de todos los
trabajadores frente al enemigo común, pero, en espera de esa unión que tanto se proclama como necesaria, pero que nunca llega, no tiene más remedio que “enfrentarse” al enemigo individualmente. Y el “enfrentamiento” individual no es más que una claudicación sin límites. Por tanto, la “lucha” de los trabajadores se ha convertido simplemente en un “sálvese quien pueda”, en un “buscarse la vida”. Como así ocurre en el campo de batalla con los soldados del ejército vencido que huye despavorido. Á‰sta es la cruda situación de la guerra de clases. Á‰ste es el parte de guerra en el momento histórico actual. El decretazo actual, enmarcado dentro de la ofensiva neoliberal internacional, supone el intento de hacer firmar al ejército vencido su rendición. Supone un tratado de Versalles para su definitiva claudicación.
Querámoslo o no, estamos presos del capitalismo. Sabemos que para sobrevivir debemos adaptarnos al sistema. Pero éste nos pide cada vez más. Es insaciable. No basta con “negociar” individualmente con el empresario nuestro salario, nuestras condiciones laborales antes de incorporarnos a una empresa. “Negociación” que consiste normalmente en un “lo tomas o lo dejas”, en un “sí o no”. Sólo en determinadas circunstancias tenemos un poco la sartén por el mango. Cuando tenemos ciertos conocimientos o experiencia que el empresario, o alguno de sus
lacayos, necesita urgentemente. Y en dichas circunstancias excepcionales nuestra “negociación” se limita sólo a un ligero regateo en el salario a percibir que, sin embargo, pasado cierto tiempo (no mucho) tenderá a estancarse cuando no a retroceder. Pero este pequeño margen de negociación individual, a su vez, es cada vez menos frecuente.
Porque cada vez hay más gente demandante de empleo y el empresario tiene cada vez más donde elegir. Y la negociación colectiva hace tiempo que es sólo meramente simbólica, para establecer ciertos mínimos ridículos.
Negociación colectiva que en esta nueva “reforma” se quiere prácticamente finiquitar. ¡Estamos viviendo un resurgimiento de la época dorada del capitalista! Todos somos tarde o pronto, cada vez más pronto, cada vez más, prescindibles. Esto es algo de lo que todos debemos concienciarnos. No vale el sálvese quien pueda. Porque tarde o pronto nadie puede salvarse, a todos nos salpica. Como decía, el capitalismo es insaciable. No basta con no tener casi margen de negociación, no basta con aceptar las condiciones impuestas al entrar en una empresa, tampoco basta con
renunciar a cobrar las horas extras, con perder poder adquisitivo, con llevarse el trabajo a casa, con vivir para trabajar. Ahora nos quieren liquidar sin contemplaciones con el menor coste posible. No nos engañemos, el objetivo último es el despido libre y gratuito. Hasta que no lo consigan, no pararán. Si no hacen aún el despido completamente libre es porque aún temen cierta reacción obrera. Quieren asegurarse la victoria definitiva sobre el proletariado y esto requiere astucia y un poco de paciencia. Si no les paramos los pies continuarán su acoso. Esto es algo de lo que no podemos tener dudas. Los acontecimientos en los últimos lustros lo demuestran irrefutablemente. Es imposible no verlo. Ya ni siquiera vale taparse los ojos.
Con este decretazo no están en juego sólo ciertos derechos laborales, está en juego la propia clase trabajadora. Si ésta no se opone a él firmemente, habrá casi firmado su rendición definitiva. El resultado de esta nueva batalla condicionará de forma directa los acontecimientos en los próximos meses y en los años venideros. Si sale adelante esta nueva contrarreforma laboral, y desgraciadamente hay muchas posibilidades de que así sea, las clases populares de este país se verán sometidas a un retroceso tras otro, a una continua involución. Los organismos internacionales que dictan la política del gobierno “democrático” español, convirtiendo a la soberanía popular, ya de por sí muy mermada en estas “democracias” simbólicas, en un camelo, ya están pidiendo más. La derecha ya pide más. Los empresarios, como siempre, siguen pidiendo más. Lo próximo va a ser la “reforma” de las pensiones y el copago sanitario. Esta batalla contra la “reforma” laboral puede ser la última posibilidad de evitar un enorme retroceso social. El triunfo del capital puede ser casi definitivo. Ya casi lo es. Pero en la historia realmente nada es definitivo.
Este decretazo supone un jaque importante, pero no un jaque-mate. Pero aunque no suponga un jaque-mate, la tendencia actual de los acontecimientos nos retrotraen, poco a poco, cada vez más rápido, a las condiciones del silgo XIX. Todas las luchas obreras de los dos últimos siglos están en juego. Tantos esfuerzos y sacrificios se están tirando por la borda. Esto demuestra que la lucha de clases no acabará hasta que una de las dos partes triunfe definitivamente, si es que ello es posible. Pero no sólo es irresponsable tirar por la borda todo el trabajo hecho en los
dos últimos siglos, no sólo es irresponsable eludir la lucha a la que nos están obligando en el presente, es también irresponsable no luchar por que nuestros hijos no tengan que volver a hacer en el futuro el trabajo que tuvieron que hacer en su día nuestros bisabuelos. Lo que está ocurriendo en las últimas décadas demuestra, sin ninguna duda, que la clase trabajadora no puede relajarse ni acomodarse. No se trata sólo de conquistar derechos, se trata también de aplicarlos, de saber defenderlos. No es suficiente con conquistar cierto terreno, se trata sobre todo de permanecer alerta para saber defenderlo y seguir conquistando nuevos terrenos. Pero la clase trabajadora no sólo no ha conquistado nuevos terrenos sino que ni siquiera ha sabido defender los conquistados. Y ahora, lógicamente, está volviendo a perder terreno. Esto es una lección histórica que no deberíamos olvidar nunca. Ha llegado la
hora de invertir la tendencia. ¡Ya es hora de recuperar terreno! ¡Ya es hora de empezar a defenderse, sin perder de vista que hay que volver a atacar! Y debemos atacar, no sólo para seguir conquistando terreno (que aún queda mucho por conquistar), sino que sobre todo, debemos seguir atacando porque si no, como han demostrado los acontecimientos, nos seguirán atacando. La mejor defensa es el ataque.
La lucha de clases existirá mientras existan clases, mientras haya grandes diferencias sociales, mientras el sistema se sustente en la contradicción entre clases, entre capital y proletariado. A más de uno esto le puede sonar a un marxismo trasnochado. Pero es que, precisamente, el marxismo, guste o no, sigue, en esencia, vigente. De hecho,
dado que estamos retrocediendo a la época en que se gestó, cada vez está más vigente. A pesar de ciertos cambios en las formas en los dos últimos siglos, no ha habido tantos cambios en el fondo. Ahora tenemos obreros manuales y mentales.
Seguimos teniendo explotación, aunque bajo otras formas más sutiles, más disimuladas, más sofisticadas. Y lo preocupante es que la explotación va en aumento, en vez de al revés. El estrés laboral, el mobbing, son los principales síntomas del aumento de la explotación. Estamos viviendo un evidente retroceso en las condiciones
laborales. El marxismo debe adaptarse a los tiempos actuales, pero muchos de sus postulados básicos siguen siendo válidos, entre ellos la lucha de clases. Remito al capítulo “Los errores de la izquierda” del libro “Rumbo a la democracia”, donde analizo en profundidad sus aportaciones y sus errores. Los mismos que nos dicen que el
marxismo, que la lucha de clases, es algo superado, es algo del pasado, nos están declarando continuamente la guerra. Ellos que niegan la lucha de clases, la practican continuamente, incluso la intensifican. Es como si un ejército estuviera bombardeando a una población y al mismo tiempo le dijera que la guerra es cosa del pasado. Ellos nos atacan pero al mismo tiempo nos dicen que no hay ninguna guerra, que no necesitamos defendernos. El resultado, si les hacemos caso, es, pues, obvio. Si no te defiendes entonces ellos te dominan cada vez más, ganan la guerra, conquistan cada vez más terreno. Y esto es lo que nos está ocurriendo en esencia. El capital nos aliena cada vez más porque, entre otras cosas, no somos suficientemente conscientes de que nos ataca, porque nos creemos en parte su propaganda engañosa consistente en negar que exista una guerra. La actual crisis nos debe permitir a todos abrir los ojos de una vez por todas. Para volver a luchar debemos ser conscientes de que nos están atacando, de que debemos defendernos. Y la forma de hacerlo es desprendiéndonos del pensamiento único. Es contrastando las ideas y las
informaciones, contrastando la teoría y la práctica, lo que nos dicen y lo que vivimos a nuestro alrededor. Es dándonos cuenta de que existen otras medidas para salir de la crisis. Es dándonos cuenta de que las medidas adoptadas por el gobierno de turno no se toman para salir de la crisis, sino que para beneficiar a los mismos que la han provocado. Las medidas tomadas no son las únicas posibles y benefician a las clases privilegiadas, responsables de la crisis, mientras perjudican a la gran mayoría de ciudadanos, mucho menos responsables de la crisis. Esto podemos percibirlo contrastando entre la prensa oficial, dominada por el gran capital, y la prensa independiente accesible en Internet.
Mientras haya capitalismo, habrá lucha de clases. Nos guste o no. Que la clase obrera no la haya practicado en los últimos tiempos no significa que no la haya habido.
El capital la practica constantemente. Es inherente al sistema. El capitalista siempre quiere más, nunca se conforma. El continuo aumento de los beneficios es la esencia del capitalismo. La acumulación continua de capital es inevitable en la lógica del capitalismo. Y dicha acumulación sólo puede producirse mediante el reparto desigual de la riqueza. El capitalista sólo puede aumentar su riqueza a costa de los trabajadores. Sólo puede haber ricos si también hay pobres. Repito. Esto es el ADN del capitalismo. Remito a mi libro “Las falacias del capitalismo”
Mientras no sustituyamos el sistema actual por otro distinto, estamos condenados, queramos o no, seamos conscientes de ello o no, seamos los que atacan o los que son atacados, a la lucha de clases. Capitalismo es sinónimo de lucha de clases.
Podemos hacernos ilusiones. Podemos creer en determinados momentos que no hace falta ya luchar. Pero la lógica del sistema nos condena, tarde o pronto, a luchar.
Podemos aguantar durante un tiempo. Pero, tarde o pronto, no tenemos más remedio que reaccionar. Eso de que sólo discuten dos personas si las dos quieren es una falacia. Si una de ellas desea discutir, si te acorrala, tarde o pronto, no te queda más remedio que reaccionar, que discutir. Asimismo, queramos o no, repito una vez más,
estamos todos condenados a la lucha de clases mientras haya capitalismo. Estamos condenados todos. El capitalista y el trabajador. El capitalista porque si no aspira a acumular más y más capital, tarde o pronto, perece. Queda fuera del terreno de juego.
O se prejubila y se retira en una de sus mansiones a disfrutar de la dolce vita por el tiempo que le queda en este mundo. O bien, por el contrario, se convierte en un proletario, o en un semi-proletario. Y el trabajador porque, quiera o no, debe, tarde o pronto, luchar, reaccionar, si no quiere acabar tirado en la calle pidiendo limosna. La
principal diferencia entre lo que ocurre en los últimos tiempos y lo que ocurrió a finales del siglo XIX y principios del siglo XX es que ahora la iniciativa la tiene el capital. La lucha de clases, como el propio capitalismo y sus famosas crisis, es cíclica. En determinados momentos ataca la clase trabajadora y en otros el capital. Si en determinados momentos del siglo XX los trabajadores tuvieron mejores condiciones laborales fue sobre todo por la inercia de las luchas obreras. El capitalismo temía al comunismo y por esto cedió parte de terreno. Fue una retirada estratégica en espera de mejores circunstancias para volver a contraatacar. No por casualidad, una vez caído el muro de Berlín, una vez desaparecida la URSS, surgió una nueva ola neoliberal y neoconservadora. Una vez desaparecido (por lo menos en la mayor parte de países) el “comunismo”, aunque en verdad no fuera más que una degeneración bárbara del mismo, el capitalismo ya no tenía competencia, ya no temía ser sustituido por otro sistema, se llame como se llame, sea el que sea. Cuando el enemigo colapsó, cuando se desintegró, cuando la auténtica izquierda desapareció en combate, el capitalismo inició el contraataque. En el momento histórico actual estamos asistiendo a la huída hacia delante del capitalismo. El capital está crecido. Y si la izquierda, si la clase trabajadora, no reacciona, el capital seguirá creciéndose. La próxima huelga general en España puede suponer la última esperanza de pararle los pies por un tiempo.
Como siempre, como así ocurre en el mundo de la física, a la acción le sigue la reacción. Estamos en plena fase de la acción del capital contra el proletariado. Y, como ya ocurrió en el pasado, tarde o pronto, probablemente, surgirá la reacción. ¿Es el momento actual de la reacción? ¿Seguirá aguantando el chaparrón la clase trabajadora, o, por el contrario, por fin, va a empezar a reaccionar? Nadie lo sabe con certeza. Lo que sí podemos saber con certeza es que si no hay conciencia, no hay lucha de clases. Si no nos organizamos, si no nos unimos, no tenemos ninguna posibilidad de vencer, ni siquiera de resistir. Lo que sí sabemos con certeza es que la reacción no puede producirse espontáneamente, por arte de magia, por una fatalidad del destino. El destino no está escrito. La historia la hacemos los humanos.
Estamos indudablemente condicionados. No podemos actuar con plena libertad. Pero podemos en cierta medida influir en los acontecimientos. Si no empezamos a concienciarnos, si no empezamos a reorganizarnos, la lucha no será, por ahora, posible. O dicho de otra manera, la lucha estará perdida de antemano. Si no empezamos a reaccionar ya, seguiremos retrocediendo. Debemos invertir la tendencia. Y para ello debemos empezar por adoptar la actitud adecuada. La tendencia no cambiará por sí sola. La tendencia actual no ocurre por sí sola, viene determinada por aquella parte de la sociedad que lleva la iniciativa. Es imperativo que la clase trabajadora recupere la iniciativa. La clave de esta guerra, como de cualquier guerra, radica en la iniciativa. Quien lleva la iniciativa en una guerra, tarde
o pronto, vence, o por lo menos tiene mucha más probabilidad de vencer. Quien lleva la iniciativa avanza, va poco a poco conquistando terreno, hace retroceder al enemigo.
En toda guerra siempre hay una batalla decisiva. Una batalla que determina el curso de la guerra, que invierte la tendencia. Una batalla en la que el agresor huye a la defensiva. La próxima huelga general que, muy a su pesar, no han tenido más remedio que convocar los sindicatos mayoritarios, en ello les va su propia subsistencia, puede ser una batalla decisiva. Dependiendo del resultado de dicha batalla, la historia de España, y por extensión quizás la del resto de Europa, tomará un derrotero u otro en los próximos años. Si la huelga fracasa entonces esto dará alas
a la clase empresarial y a sus cómplices políticos para seguir atacando. Las élites dominantes están vendiendo la idea de que la gente sólo debe plantar cara en las urnas. Eso no les da miedo porque la “democracia” la tienen totalmente controlada.
Saben que la gente votará al PSOE o al PP. El diseño de la oligocracia condena al bipartidismo, al partido único del capital. Los grandes medios de comunicación, dominados por el capital, directa o indirectamente, canalizan el creciente e inevitable descontento de la forma menos peligrosa para el sistema: culpabilizando a Zapatero o al partido gobernante, redirigiendo el voto hacia el partido de la “oposición”. ¡Cómo si fuera posible otro tipo de gobiernos en estas oligocracias! Mucha gente cree que todo se arreglará con un simple cambio de gobierno. Pero, sin duda, a los hechos del pasado reciente podemos remitirnos, a la política de derechas del partido “socialista”
sucederá en esencia la misma (o incluso peor) política de derechas del Partido Popular. La falsa conciencia de clase ha triunfado (el capitalismo a pesar de su probable colapso ha triunfado ideológicamente) y muchos ciudadanos se creen el discurso demagógico del PP diciendo que es el partido de los trabajadores. ¡Lo que nos faltaba por oír! Aunque, bien pensado, si el partido “socialista” se permite el lujo de hacer una política ultra-neoliberal (con ZP estamos asistiendo a los mayores recortes sociales de la joven “democracia” española), ¿por qué el partido de la derecha no se va a permitir el lujo de hacer un discurso “bolchevique”? En estas “democracias”, todo es posible. Todo, todo, no. El poder del pueblo es una utopía inalcanzable.
Es evidente que se necesita urgentemente el resurgimiento de la izquierda en el mundo y en España en particular. Esto llevará tiempo y no puede pretenderse que para dentro de unos pocos meses se produzca. Es muy difícil, en las condiciones actuales, recuperar todo el tiempo perdido (que es mucho) en unos pocos meses, más, si cabe, estando el verano por medio, una auténtica pausa en la vida social.
Ahora de lo que se trata es de poner toda la carne en el asador para que la próxima huelga general tenga el mayor éxito posible. Como ya he explicado reiteradamente en mis otros escritos, se necesita también una lucha política para cambiar el sistema político. La lucha sindical es imprescindible, pero insuficiente. Debe ser complementada por la lucha política. Y la lucha política en nuestro país tiene nombre y apellidos: Tercera República. La República puede suponer el catalizador de la regeneración democrática y de la izquierda de este país. Remito a mi libro “La causa
republicana” donde hablo en profundidad sobre la lucha política en este país. La lucha política debe tener como prioridad absoluta la construcción de una verdadera democracia sin la que es imposible cambiar las cosas. Pero, repito, ahora, a corto plazo, debemos centrarnos en la lucha sindical. El ataque a los derechos laborales, sin precedentes en la historia de este país, exige una respuesta inmediata, ineludible, contundente. Si bien, dicha lucha debe también promocionar la lucha política. En la próxima huelga, como en el resto de movilizaciones sindicales,
debe promocionarse la causa republicana. Las banderas tricolores, junto con las rojas, deben tomar la calle. Esto debe servir para que los trabajadores se conciencien de que la lucha sindical es sólo una parte de la lucha política. Aunque ahora mismo la prioridad absoluta sea parar el decretazo, es importante que la clase obrera se dé cuenta también de que esta batalla forma parte de una guerra a mayor escala, de mayor calado, a más largo plazo. Es primordial ganar esta batalla, pero no será suficiente. Hay que ganar la guerra.
Pero lo más inmediato, insisto, es la próxima batalla. Y para ganar esta batalla, no queda más remedio que todas las organizaciones que, en mayor o menor medida, de una forma u otra, están del lado de los trabajadores, aparquen momentáneamente sus diferencias y se pongan a trabajar en serio, a contrarreloj, por el éxito de la huelga general. A todos los trabajadores nos interesa que dicha huelga sea exitosa.
Todos perderemos si fracasa. Por tanto, todos debemos trabajar por ella.
Anarquistas, comunistas, socialistas (los de verdad), republicanos, incluso socialdemócratas (la política del actual gobierno atenta incluso contra los principios básicos de la socialdemocracia), deben trabajar, todos ellos, para que la huelga suponga un antes y un después, para que sea un rotundo éxito. Sindicatos mayoritarios y minoritarios, oficiales y radicales, nacionalistas y no nacionalistas, todos ellos deben aparcar sus diferencias, sus críticas mutuas y centrarse prioritariamente en convencer a los trabajadores de la urgencia de ir la huelga, de las nefastas consecuencias de no hacerlo. Que los sindicatos mayoritarios lo han hecho mal. Por supuesto. Son en gran parte responsables de la situación actual. Aunque no los únicos responsables. Todos tenemos también parte de culpa. Pero es un error no hacer la huelga para castigarlos. Al contrario, si por fin empiezan a hacer lo que deben, y simplemente por llevarles la contraria, no hacemos lo correcto, lo lógico, lo único que realmente podemos hacer para defendernos, los primeros perjudicados somos nosotros mismos, los trabajadores, y además, incitamos a dichos sindicatos a seguir haciendo el nefasto juego que han hecho hasta ahora. Si la huelga es un rotundo éxito, esto les incitará a ser más combativos. Si, por el contrario, es un fracaso, entonces les damos la razón, les incitamos a seguir con su política de rendición. Por este motivo, es primordial que todos los sindicatos, incluso aquellos críticos con
los mayoritarios, se sumen a la convocatoria de huelga. Apoyar la huelga general, algo que la mayoría de sindicatos llevan reclamando desde hace tiempo, no es hacer el juego a los grandes sindicatos. Es simplemente ser coherentes. El hecho de que ahora los sindicatos mayoritarios se muestren más combativos, por el motivo que sea, da la razón precisamente a los sindicatos que siempre han reivindicado la lucha de clases, como la única forma de impedir retrocesos, como la única forma incluso de seguir avanzando.
El apoyar e incitar a la huelga general no es incompatible con la crítica a los sindicatos mayoritarios. Lo verdaderamente importante es que los trabajadores vean que todos los sindicatos, a pesar de sus diferencias, coinciden en la imperiosa necesidad de hacer la huelga. Esto es lo más importante. Si, además se critica a los sindicatos amarillos, esto no debe impedir que al trabajador le llegue la idea de que a pesar de coincidir esta vez con dichos sindicatos, la huelga hay que hacerla. No hacer la huelga no es la forma de castigar a los sindicatos cómplices con el sistema. La forma de castigar a dichos sindicatos es haciendo la huelga, no porque la hayan convocado ellos, sino porque también la han reivindicado los sindicatos que de verdad están del lado de la clase trabajadora, sino porque la clase trabajadora entera será la perjudicada si fracasa. La forma de castigar a los sindicatos amarillos es
mostrándoles que deben de ser combativos apoyando las acciones que sean combativas. Y la acción más combativa que puede hacer la clase trabajadora es siempre la huelga general. No hacer la huelga general es hacerle el juego al sistema corrupto, es precisamente hacer lo que los grandes sindicatos llevan haciendo durante demasiado tiempo. Si queremos castigar a los sindicatos mayoritarios por sus malos comportamientos, no debemos castigarlos cuando, por fin, hacen lo correcto, sino al contrario. Si queremos castigarlos, debemos apoyar a los sindicatos alternativos que sí se muestren combativos, que sí defiendan con contundencia los intereses de la clase trabajadora. Debemos apoyar a los sindicatos más combativos siguiendo las acciones que fomenten (como la huelga general) y votándoles en las elecciones sindicales. En suma, si queremos castigar a los sindicatos amarillos, esto debemos hacerlo siendo
combativos y dejándoles de votar en las elecciones sindicales. No hacer la huelga no equivale a castigar a los sindicatos sumisos, significa echar tierra sobre nosotros mismos, los trabajadores. Es castigarnos a nosotros mismos. Es hacernos el haraquiri.
Es hora de empezar a practicar la unión que tanto reivindicamos. Es hora de pasar a la acción responsable. Los acontecimientos nos lo exigen. Tenemos todos una gran responsabilidad en el momento histórico crítico actual. Es hora de dejarnos de tonterías y agarrar al toro por los cuernos. En los próximos meses todos los sindicatos, todas las organizaciones políticas de la izquierda auténtica, tienen que centrar sus discursos en la promoción de la huelga general. Hay que explicar a los trabajadores, con datos, con suficientes razones, que es absolutamente necesario hacer la huelga, concienciándoles de la imperiosa necesidad de parar el ataque neoliberal. Hay que preparar el terreno de la huelga. Más que hacer urgentemente, a toda costa, una huelga general, es más importante hacer una huelga que tenga éxito y para ello hay que prepararla. En las condiciones actuales, hacer una huelga rápida, sin una suficiente labor previa de preparación, de explicación y concienciación, es garantía de fracaso (como así ha
quedado patente con la huelga de funcionarios). Dada la pasividad de la ciudadanía, dada la apatía general de los trabajadores, se necesita primero preparar el terreno para que la huelga tenga cierta probabilidad de éxito. Todos los sindicatos y organizaciones políticas de izquierda deben centrarse prioritariamente en esta labor de preparación de la huelga. Un primer fracaso podría ser mortal. Es preferible, en este sentido, esperar un poco a hacer una huelga prematura apelando a una ciudadanía apática, insuficientemente informada, poco concienciada. Esto tampoco significa esperar indefinidamente ni al año que viene. Significa no precipitarse para no dar un mal paso que pueda imposibilitar la lucha, la tan necesaria reacción obrera. Es imprescindible preparar bien la huelga general para que sea un éxito.
Hay que currársela. En este sentido, el haber convocado la huelga para finales de septiembre, aunque en verdad, quizás, los sindicatos lo hayan hecho con la esperanza de evitarla, es algo positivo porque así se tiene un poco de tiempo (aunque tampoco mucho) para prepararla bien. Necesitamos, hoy más que nunca (porque la conciencia
de clase está prácticamente en paradero desconocido, por la importancia del momento actual, por la imperiosa necesidad de dar una respuesta exitosa, contundente), evitar una huelga chapucera, prematura o improvisada.
Lejos de caer en el derrotismo, hay que propugnar el activismo. Hay que recordar a los trabajadores la importancia histórica de la huelga general. Hay que recordarles los éxitos alcanzados. Es imprescindible que los trabajadores vean que en el pasado (no necesariamente remoto) se consiguieron importantes resultados por la acción unitaria de la clase trabajadora. Los sindicatos deben concienciar informando, no basta con hacer proclamas genéricas por la lucha obrera. Hay que explicar casos concretos en los que gracias a las huelgas se lograron avances o se impidieron
retrocesos. Hay que explicar las causas profundas de la crisis actual. Hay que mostrar ideas alternativas al pensamiento neoliberal. Hay que hacerle ver al trabajador que el pensamiento único es artificial, que no hay el consenso que nos dicen en los grandes medios, que hay economistas críticos que abogan por otras salidas a la crisis. El trabajador debe tener claro que la huelga no es una medida desesperada por frenar lo irrefrenable. Hay que concienciarle de que otro sistema es posible, de que las medidas propuestas por el capital no son inevitables, no son imprescindibles para salir de la crisis. Al contrario, van a ahondar aún más en la crisis, como cada vez más
voces menos radicales dicen. Y también hay que explicarles a los trabajadores que si no frenamos este nuevo ataque a la clase trabajadora, esto no será más que el principio de una larga sucesión de ataques cada vez más graves. Cada trabajador debe ser consciente de que es posible y necesario evitar las medidas tomadas por el actual gobierno. Debe ser consciente de que esto no lo arregla un simple cambio de gobierno. Hay que explicarle que si esto lo hace ya un partido supuestamente de izquierdas, ¿qué no se atreverá a hacer un partido que se declara de derechas? Un partido que dice que las medidas de Zapatero llegan tarde, que son insuficientes, que se necesitan más “reformas”. La única forma de evitar el retroceso laboral que supone esta “reforma” es mediante la movilización de la clase trabajadora, mediante la huelga y las manifestaciones. No hay otra forma.
Siempre ha sido así. Es importante que los sindicatos hagan referencia a artículos o noticias que ilustren estas ideas. El trabajador debe percibir que se le está informando, no que se le está comiendo el coco. Es importante diferenciarnos de los demagogos apelando al pensamiento libre y crítico, incitando a los trabajadores a contrastar entre lo que decimos nosotros y lo que dicen nuestros enemigos. Al final de este artículo me permito recomendar ciertos artículos que pueden ayudar mucho a la concienciación de los trabajadores. En mi blog he recopilado muchos más artículos y noticias que pueden ayudar a aumentar la conciencia sobre las causas y posibles soluciones de la actual crisis.
Por otro lado, ¡parece mentira que tengamos que estar recordando esto, pero así están las cosas a principios del siglo XXI!, es imprescindible concienciar a los trabajadores de que la pérdida de sueldo de un día como consecuencia de hacer la huelga es despreciable comparada con las pérdidas de derechos, de calidad (de la poca que nos queda) de empleo, o de salarios que se nos avecinan, si no frenamos el decretazo. Es una auténtica vergÁ¼enza y sinsentido que salga alguien diciendo por la televisión, como así ocurrió en la pasada huelga de funcionarios, que no se puede
permitir el lujo de perder el sueldo de un día con la crisis que nos está cayendo. ¿Es que esa señora no hizo cálculos para decir eso? ¿Qué es la pérdida del sueldo de un día en comparación con la rebaja del 5% de su sueldo, rebaja que se va a aplicar indefinidamente, no un día? Los sindicatos deben combatir esos sinsentidos con números. Deben comparar el caso de hacer la huelga y conseguir frenar el decretazo con el caso de no hacer la huelga y no impedirlo. ¡A ver si con números algún inconsciente recupera algo de sentido común! No debemos dar por sentadas todas
aquellas cuestiones que a nosotros, los trabajadores más concienciados, sí nos parecen obvias. Debemos de volver a explicar aquello que hace tiempo ya debería ser obvio para todo el mundo. Esto es lógico que sea así. Estamos en plena involución, y debemos volver a explicar el capítulo de introducción del manual de la lucha obrera.
En muchos aspectos, debemos volver a empezar. Y también debemos hacer comprender a los trabajadores que si no arriesgamos algo, aunque sea poco (los funcionarios desde luego lo mínimo), entonces nunca conseguiremos nada. Y no sólo eso, sino que cada vez iremos perdiendo más. No se trata ya sólo de conseguir más, sino de mantener por lo menos lo que tenemos. Si no nos mostramos combativos, si no tenemos un mínimo de valentía, entonces estamos condenados a perder cada vez más. ¡La involución hay que frenarla luchando, arriesgando algo, no parará por
sí sola, al contrario! Y, por supuesto, hay que volver a recordar la importancia de estar unidos. Esto es el ABC de la lucha obrera. ABC que hay que volver a explicar.
¡Así están las cosas! Si todos los trabajadores de una empresa (o por lo menos una gran mayoría) hacen la huelga, el empresario no puede despedirlos a todos. El peligro es cuando sólo siguen la huelga unos pocos. Los trabajadores deben ser conscientes del poder de la unión. Lo dicho, debemos volver a explicar lo básico de la lucha obrera. Tarde o pronto tendremos que hacerlo. Y cuanto antes, mejor.
Nos jugamos mucho en la probable próxima huelga general. La clase trabajadora se juega su razón de ser en la lucha de clases a la que está condenada bajo el capitalismo. Si no impedimos que salga adelante esta nueva contrarreforma laboral, la lucha obrera está condenada en los próximos años en nuestro país. La próxima huelga general es VITAL para la clase trabajadora. Es casi cuestión de vida o muerte. ¿Es esto una exageración por mi parte? Ojalá sea así y yo esté equivocado.
Pero, mucho me temo que la huelga será crucial. Puede ser la última oportunidad para intentar evitar la degeneración que está sufriendo nuestro sistema político, social, sindical y económico. El sindicalismo está en juego. La misma democracia está en juego. La poca y escasa democracia que tenemos está siendo finiquitada. La sociedad entera está sufriendo un “expediente de regulación de empleo”. Los ciudadanos estamos siendo, de facto, despedidos de la “democracia”. Nuestro voto se está quedando cada vez más en papel mojado, es cada vez más inútil. La única
salida que nos queda es la movilización general. Y no hay mayor movilización general pacífica que la huelga general.
Si fracasa esta próxima huelga general no será el fin del mundo, obviamente. Pero el capital habrá dado un gran paso hacia el triunfo definitivo, por lo menos hacia un gran triunfo en los próximos años, quizás décadas. Si fracasa esta huelga, es muy poco probable que vuelva a convocarse otra huelga. Cundirá el desánimo. A diferencia de la selección española en el mundial de fútbol, no podemos permitirnos una primera derrota. Esta próxima huelga general puede ser el último cartucho que nos queda antes de claudicar por una buena temporada. Si el decretazo sale adelante, la
lucha sindical se vuelve cada vez más difícil. Este decretazo supone la guillotina para el sindicalismo, para la lucha obrera. Si cuando aún había cierto contexto legal favorable para la lucha sindical, en los últimos años ésta ha casi desaparecido, con los medios adecuados, proporcionados por el decretazo del partido “socialista”, la lucha
sindical desaparecerá prácticamente del mapa. No se trata esta vez sólo de oponerse a un retroceso más en derechos laborales, se trata de defender la posibilidad de la lucha obrera como única forma de, en primer lugar, evitar la involución, y, en segundo lugar, lograr una sociedad mejor. Se trata de defender la posibilidad de defender
nuestros derechos, nuestros intereses. Nos jugamos mucho en la próxima huelga general. Su fracaso incluso puede ser contraproducente en Europa. Grecia y otros países del viejo continente donde el neoliberalismo está atacando con fuerza tienen los ojos puestos en nuestro país.
No sólo está en juego la clase trabajadora en España, está en juego la lucha proletaria internacional. El resultado de la huelga podría producir un efecto dominó en el resto del continente. Puede suponer un antes y un después. Para bien o para mal. Esperemos que para bien. Para el bien de los trabajadores, del conjunto de la sociedad. ¡Trabajemos todos tenazmente para que así sea! Tenemos mucho que ganar y poco que perder (cada vez menos). La peor lucha es la que no se hace. La única lucha que se pierde es la que se abandona. Si luchas puedes perder, si no luchas estás perdido.
¡Todos a la huelga! ¡Por nosotros, por nuestros hijos!