Hace unos días leí un magnífico artículo de Carlos Tena en el que analizaba la triste evidencia de que en nuestro país, como resultado de la crisis económica y la falta de empleo, la depresión y los intentos de suicido han sufrido un considerable aumento. Las consecuencias trágicas de la situación actual, sobrepasan la capacidad de percepción de cualquier individuo. Detrás de cada cifra, de cada estadística, hay familias deshechas, individuos con nombres y apellidos, con la mirada perdida en un futuro incierto y el corazón abatido.
La sociedad de consumo, superficial, engañosa y engañada, engendra individuos banales, miopes y crueles. Su mezquina agudeza visual, les obliga a medir al prójimo por la cantidad de cosas que acumula. “Tanto tienes, tanto vales”, lo llevan marcado en la frente, como estigma inconfundible que los convierte en miembros de honor de la “masa” sumisa. Cuando los que forman este colectivo gozan del suficiente poder adquisitivo, todo es fraternidad, compañerismo y camaradería. La vida sonríe y uno se siente feliz de formar parte de la “buena gente”.
Pero llega el suceso imprevisto y la empresa en la que uno ha trabajado durante años, decide prescindir de alguno de sus empleados, y entre ellos está usted. De repente, sin darse cuenta, usted ha sufrido una metamorfosis a los ojos de sus familiares y amigos. De la noche a la mañana, usted se ha convertido en un “parado”. Donde antes había confianza, ahora hay recelo. Donde existía amabilidad, ahora hay falta de respeto. Usted no logra entender qué es lo que ha sucedido. Nunca podría imaginar que sus seres queridos, tan leales, podrían tratarle con tanto despecho. Sus apreciaciones le dejan frío. Una lluvia de consejos no solicitados, le acribillan los oídos. Usted se ha convertido en alguien a quien fustigar. Se siente empequeñecido, humillado y traicionado. Su mirada, la de ellos, ya no es la que le hacía sonreír. Ahora sus ojos le señalan desde arriba, acusándole de ser un “perdedor”, un mendigo de subsidios, un “parásito” de la sociedad. Una sociedad que consiente imperturbable al conocer los recortes en las ayudas a las personas más desfavorecidas, en los salarios, mientras “las fiestas y actividades relacionadas con los toros reciben cada año, por parte de las administraciones, 564 millones de euros en subvenciones”. Y usted se pregunta: ¿cómo podemos consentir este desprecio a los ciudadanos?, ¿cómo no exigimos que estos millones de euros sean destinados a los más pobres?. Y ahora comprende que un pueblo que no lucha por los derechos de sus miembros más necesitados, tampoco reaccionará para defender a los animales torturados.
El tiempo pasa y usted siente que le están enterrando en vida. El hoyo donde se encuentra es más profundo cada día. Algunos de sus allegados van echando tierra sobre su fosa. Pero usted se rebela. Se llena de coraje y decide que cada pala de tierra que recibe, la aplastará bajo sus pies. El trabajo es duro, pero su sentido de la dignidad personal va consiguiendo que el hoyo que otros intentan cavar para usted, vaya formando parte del suelo que usted pisa. Hasta que por fin consigue subir, demostrando a esos que han pretendido hundirle, que usted vale, no por las cosas que posee, sino por lo que es. La penosa experiencia le ha ayudado a abrir los ojos ante una realidad que antes no veía. Ahora puede distinguir a los amigos de verdad, y no siente tristeza por haber perdido en el camino a los que intentaron cavar su sepultura.
Yolanda Plaza Ruiz
http://delavidaylapalabra.blogspot.com/2010/06/entierro-de-un-difunto-vivo.html