Mañana se cumple un mes desde que terminó el curso escolar. Eso quiere decir que a los peques los disfrutamos, los aguantamos, los soportamos, los asumimos y nos los comemos, mucho más que en el resto del curso porque están de vacaciones. Y si han aprobado todo, mejor que mejor. Al compartir más tiempo con ellos, porque uno también todavía disfruta de lo que se llama familiar y coloquialmente «jornada intensiva», hay lugar para observarlos mejor. Comparto mi experiencia por si a alguien le sirve. Al tener más tiempo libre, hay un objeto, «estrella» del lugar y de todos los momentos, como diría un argentino, que copa el primer puesto: la tele o caja tonta. En ella, y a través de las distintas cadenas, fluyen programas como río desbordado.
A partir de marzo de este año salió la Ley General de la Comunicación Audiovisual y dedica una especial atención a los menores. El artículo 7 recoge sus derechos y prohíbe todos aquellos contenidos que puedan perjudicar su desarrollo «físico, mental o moral». Estos contenidos sólo se podrán emitir entre las 22.00 y las 6.00 e irán precedidos de un aviso acústico y visual. Los contenidos «pornográficos o de violencia gratuita» tendrán además, otro filtro: se difundirán en un sistema con control parental. Y aquellos sobre juegos de azar y apuestas estarán relegados a la madrugada (entre la 1.00 y las 5.00). Bien. Este artículo se lo saltan a la torera las distintas televisiones.
Eso por un lado. Pero por otro lado (el más oscuro y el más soterrado) están aquellos programas que bajo el disfraz del entretenimiento, del ocio, del “divertimento” y de la risa paralizan hasta llegar a anularlo por completo, si no estamos alerta, el mentado y deseado desarrollo de nuestros futuros hijos, como personas. Se puede producir otro desarrollo, digo, como monstruos letales. Bajo mi punto de vista los programas que descentran e involucionan a los peques: algunos dibujos animados. Transmiten violencia, mal rollo, competencia desleal, mentiras, discusiones, mala leche, crispación, intolerancia, falta de respeto y mala educación. Mi hijo tiene 9 años (ya superó la edad de Barrio Sésamo) y cuando no se le ha controlado el tiempo para estar delante de la dichosa caja, el ambiente es similar a una casa de locos de atar, a una jaula de grillos, a un sinfín de discusiones y a un rollo de los chungos. Es, hablando en lenguaje informático, un continuo: copia y pega. Y joder si pega. Al mismísimo hígado. Otro ejemplo: algunas series. Las que sueltan en el canal de fantasía utópica. En tiempos pasados era conocida como la fábrica de sueños. Actualmente la denomino la fábrica de las pesadillas. Lo mismo que algunas series de dibujos animados pero con personas reales. Aquí ya llegamos a la frontera de lo paranoico porque a nuestros hijos les entra la ansiedad por emular o copiar/pegar a los distintos actores y/o actrices con el añadido de: cómprame el bolsito, los zapatitos, la pulserita, el llaverito, el sombrerito, el colgantito. Es la previa para que se conviertan en unos Diógenes cualquiera. Por último, están los programas “del corazón y del cotilleo”. Juro que veo las distintas muestras cuando estoy en un bar tomando un cortado o una cerveza porque de resto (lo juro) es algo que me crispa los nervios y como la tele no es mía sino del dueño del bar, me los tengo que tragar. Lo poco que he visto es de lo más patético, esperpéntico, borde y hortera que se puede uno echar a la cara.
Llegados a este punto, visto lo visto y oído lo oído, digo y comparto: a mi hijo le he sugerido (resulta más positivo que prohibir) no ver los dibujos animados que suele ver, series que te invitan a vivir realidades que son impensables y fantasmagóricas y, por supuesto, programas “del corazón” que son para ponerlos a partir de la 1 de la madrugada. Todo esto se sustituye por: pintar (cualidad innata); hacer tarea (la de verano); leer; montar en bici; pasear y jugar con la perrita y jugar a la Wii Sports (con control); nadar y jugar o realizar actividades con sus amigos. Resultado: los primeros días (dos) fueron de cabreo y pataleta. Ya lleva 7. Y el mismo me lo reconoce: «Papi, no sé porqué pero me siento mejor, más alegre, con ganas de hacer otras cosas.» Y es cierto. Se le nota mas centrado, está menos protestón; contesta sin enfadarse y hasta se ríe mucho más. Está más tranquilo y sosegado. Sobre todo y por encima de todo: Menos violento. En este tono, es más fácil dialogar, hablar con calma y se hace más llevadero entender las cosas.
A ver lo que dura.