Tomado de un pasaje de Nietzsche, recuerdo perfectamente, en ese aislado aforismo de una obra concreta que no sabría especificar, que el pensador germano reflexionaba, de forma breve y concisa, sobre lo que él denominaba el arte para cansados. Con el término ‘arte para cansados’ Nietzsche criticaba lo que él concebía como el movimiento artístico post-industrial, aquél del que disfrutaba el hombre post-industrial, aquél que creaba ese mismo hombre post-industrial: el hombre fatigado, el hombre cansado, el hombre que tras un duro jornal de trabajo y toda una lista de obligaciones, relegaba, a las últimas horas del día -aquéllas en las que las fuerzas escasean y las ganas no alzanzan la mitad de las fuerzas-, ese tiempo dedicado a crear arte y disfrutar del arte. El ‘artista cansado’ y el ‘espectador cansado’ ya carecerían, por implicación, de la energía creadora y creativa para generar y comprender un arte noble, cargado de esplendor y fuerza; ese ‘arte para cansados’, digno de las sociedades post-industriales, sería un arte de poca calidad, poca creatividad y poco espíritu, diseñado desde la más profunda carencia para el más completo carente de los seres. Arte en cadena, arte de producción en masa, arte que suplica, en las últimas horas del día, cuando la noche comienza a seducirnos para abandonar el mundo de la vigilia, ser creado y disfrutado. Los descendientes de este arte brillarían por la baja calidad en su forma y contenido, tejido a medida, como el traje que un sastre cose con esmero, para un ciudadano que no desea esplendor ni grandeza: desea dormir y guardar energías para el próximo jornal.
¿Dónde quiero llegar con esta reseña, extraída de una obra que no es la mía pero explicada, como en otras ocasiones, en un lenguaje que sí es el mío? Esta introducción es algo más que una reseña, pues de ella quiero exponer una reflexión que poco tiene que ver con la primera en contenido, si bien guarda estrecha semejanza, por inducción, con esta misma. La reflexión iría dirigida a lo que considero que puede ser considerado, en este caso, como el arte para todos. El ‘arte para todos’ es una consecuncia que trasciende, por lógica temporal, lo que a finales del siglo XIX se consideró ‘arte post-industrial’. En una época -actual- en la que prima la libertad de consumo, es decir, la Sociedad de Consumo, de la que se deriva, no sólo como fenómeno de adquisición y estatus social, sino como todo una fenomenología compleja del quién eres según aquello que consumes, se sobreentiende de muy mala manera, aunque ello sea practicamente inevitable en un entorno donde la manipulación de la información es una realidad constante, tanto desde un polo como desde el otro, que somos seres humanos con libertad de expresión e igualdad de derechos y deberes. De la manera que esto afecta a la vida política es algo que, por motivos obvios -para aquél que conozca mi trayectoria-, voy a obviar: valga la redundancia.
Lo que ‘el arte para todos’ viene a dibujar, con agujas te tatuar que no han sido esterilizadas, es que la ‘libertad de expresión’ y la ‘libertad de acceso a los medios’ ha vuelto a suponer, por partida enésima, un duro golpe a la ya de por sí mermada imagen del arte y el artista. Sobre qué es arte y qué no es arte es algo que ya he debatido, reflexionado y expuesto, junto a muchos de vosotros -lectores- en ocasiones pasadas; en resumidas cuentas, arte es todo aquel proceso de transformación de una realidad en otra a través de la interpretación subjetiva. Por su naturaleza fenomenológica, toda forma de arte requiere de un espectador, aunque éste sea el artista mismo; una obra de arte que no es contemplada, escuchada ni, en definitiva, ‘sentida’ por algún sujeto externo a ella, es, sin mucho quebradero de cabeza, un objeto vacío en todas sus formas y contenidos. Lo que implica, como se puede entrever de la terminología utilizada en este caso concreto, es que ‘el arte para todos’ es una forma de arte independiente al movimiento y la tendencia, que, por definición, sólo cumple un único requisito de doble cara: puede ser creada por cualquiera y, por implicación, es disfrutada por cualquiera. A efectos analíticos, esta implicación, que merece ser bien explicada, es doble: lo primero subsiste gracias a lo segundo, pero lo segundo no se da si lo primero no llega a subsistir.
El arte, ¿es de todos y para todos? A diario, en multitud de medios -impresos, visuales, auditivos y virtuales- me hago eco de la multiplicidad, que roza lo exponencial, de obras de arte -mal llamadas obras de arte– que inundan, como una tormenta tropical, el espacio reservado para el flujo de información. No pasan veinticuatro horas sin que un nuevo ‘artista’ empuñe una pluma, un pincel, un instrumento musical, un amasijo de arcilla o un teclado QWERTY y se lance, después de haber superado el umbral del cansancio nietzscheniano, a crear y generar lo que, posteriormente, un tercero contemplará y, con su punto de vista, su particular ángulo que, del mismo modo, ha superado la barrera del cansancio nietzscheniano, considerará como obra de arte: y así se establece, reafirma y retroalimenta un círculo que, a mi juicio, escupe gotas de agua sucia en su incesante intento por centrifugar en un espacio vacío. La concepción -errónea- de cualquier individuo, fuera de los límites de lo que se considere arte o no, fuera de lo que se considere la ejecución de una técnica o una muestra expresa de talento y genio; no sólo del individuo, sino ‘de que el individuo’, en su libertad de expresión y consumo, puede ser protagonista de un momento, el momento artístico, que por-para el arte sólo supone otra rebaja de calidad falta de escrúpulos.
Sinceramente, estoy indignado ante la creciente oleada de individuos que se consideran a sí mismos artistas, que osan denominar sus paupérrimas creaciones como ‘obras de arte’, que contribuyen -de forma tácita- a la frivolización de lo que tuvo y tiene sus momentos grandes y grandiosos, donde el espectáculo y el deleite de los sentidos se tornan una exquisitez que no todo asno puede comprender. Pinturas que insultan a las pinturas, poesías que insultan a las poesías, narraciones que insultan a las narraciones, canciones que insultan a las canciones, etc. son el resultado, directo y consecuente, de lo que ha traído consigo el arte para todos, hecho por todos. El mal gusto, la falta de refinamiento, el conformismo y el falso espíritu de la bonanza social que debe, como otra obra del consumo, impregnar a todas las clases sociales; la carencia de criterio, la asunción del ‘todo vale’, la veneración de todo aquello que el incapaz es, por definición, incapaz de hacer -como el que ignora cómo se suman dos números pares y adula con gestos y florituras a aquél que sabe multiplicar por dos- a la base de todo lo que un segundo individuo, el que se cuelga la medalla de artista, sí es capaz de hacer, están desfigurando, deformando, amordazando y desprestigiando todo aquello que algún día fue grande, noble, ingenioso, bello y sublime, independientemente de la tendencia y la época que albergaba en su seno a dicha tendencia. Deformadores y libres pensadores, por no decir ‘esclavos consumidores’, que, en su desdén a lo grandioso y a lo elaborado, en su desidia intelectual que impregna de sombras toda gran obra clásica, rebosante de calidad, que opta por la luz artificial, esa luz de cocina en la que no se guardan las normas de higiene, transgrede todo lo majestuoso, épico y venerable, lo tacha de ‘sobrecargado’ o ‘tortuoso’ optando, como mosca que opta por refrescar su mandíbula en la más pestilente de las heces, por el ‘arte para todos’, de todos.
En mi corta experiencia, no como artista pues carezco de toda cualidad artística -y si hay algún lector que alguna vez lo hubo pensado, ya está tardando en des-pensarlo-, he conocido las obras de grandes artistas, he podido interactuar con unos pocos de ellos sin renegar a lo clásico: he tenido el privilegio de sentir la creación que está por encima del cansancio y la democratización del arte. Sus nombres, son los que tienen; de alguno de ellos podréis encontrar enlaces en mi bitácora: son espacios que sugiero fervientemente como un debes leerlo. De otros, sencillamente tendrá que conformarse el lector con la aceptación sin pruebas empíricas del testimonio de, quien en esta exposición, afirmó haber visto al nuevo artista, pero al artista de verdad. Y como todo conjunto que delimita en su frontera al conjunto que queda fuera, lanzo mi más dura crítica contra aquéllos que osan denominarse artistas y a toda la muchedumbre, a todo individuo sin criterio que en su apertura de mente deja huecos para que se cuelen los más sutiles pero descarados insectos con alas coloreadas y torso lleno de barro, pues si hubo una vez en la que el arte tuvo que vencer la fatiga, el cansancio y el veto, ahora, escupiendo a la Sociedad de Consumo y lanzando puntapiés a todo ente que colabore en la producción en cadena de basura mediática, ahora le toca al arte y al genio vencer lo que está convirtiendo a lo grandioso y sublime en carnaza para carroñeros: comida de perros por y para perros. Y si un perro sigue siendo perro, al igual que las gaviotas, buscará antes entre las bolsas de basura por no esforzarse en alcanzar la más jugosas de las carnes.
Salvemos al genio y a su obra de la catarsis.