Desde que llegué a Caracas, el pasado 03 de julio, la frase que más he escuchado en la calle es «eso es lo que hay». Especie de liturgia conformista o manifiesto creciente de un inconformismo social?
En verdad la he percibido como una expresión de doble cara, cuyo sentido depende del lado en que se manifieste.
Si el «eso es lo que hay» viene de personas ubicadas en el sector social tradicionalmente favorecido por nuestros gobiernos democráticos exclusivistas y por el Estado mercantilista neo-colonial (clase media-alta y alta) su carga semántica es de inconformidad, desagrado y rechazo.
Si parte de gente vinculada o perteneciente al sector contrario, la frase se articula como una sentencia que reafirma un nuevo estado de cosas, el posicionamiento de un sistema que pretende diferenciarse del estatus quo pre-existente para imponer realidades hasta ahora vedadas.
En esa orilla de las cosas y de las casas, la sentencia se estructura como un intento de bofetada al supuesto mundo ficticio que la gran mayoría de la población venezolana acusa haber desarticulado con la llegada de la revolución bolivariana.
Es, en otras palabras y en el mismo sentido, el motivo conductor de ese proceso de exclusión positiva en que se han involucrado los sectores sociales medio-bajo y bajo de la sociedad venezolana.
Rodeado por esta frase y sus dos sentidos me he desplazado por las calles de Caracas, de este y sureste a oeste y centro-oeste, para constatar realidades contrarias a las que describen los medios informativos y de entretenimiento masivo, tanto opositores como pro-gobierno.
Con un índice de inflación acumulado en lo que va de 2010 de 11,3%, lo que significa ubicarse como el país de la región con los mayores aumentos de precios, especialmente en Caracas, ciudad que mantiene además indisoluble el problema de la inseguridad ciudadana, no resulta incongruente percibir un malestar generalizado, aunque no así ese casi estado de guerra civil que intentan trasmitir los medios opositores.
Caracas tampoco es el paraíso de la felicidad revolucionaria bolivariana que algunos medios pro-gobierno quieren vender.»¨Sí es perceptible un cambio en el sentido de las cosas, en la orientación económica y política, en la reconstrucción de un nuevo sistema institucional, que permanece aún en intento y se enfrenta a dificultades enormes, sobre todo de conciencia y calidad.
El cambio es bastante visible, en especial porque es aún incompleto, desorganizado, inorgánico, asistemático, y en muchos casos urgente, arbitrario e irresponsable, lo que no ha permitido definir una clara estructura de reorganización y tampoco una ética y una estética favorable al interés conjunto de la mayoría poblacional y del Estado.
En este ir y venir de cosas, dictámenes y circunstancias, me topé con varios discursos elaborados contra la Plaza Bolívar de Caracas, quizás porque representa un espacio emblemático de la acción ciudadana pro-revolución (como la Plaza Francia, ubicada en la urbanización clase media-alta de Altamira, en el sureste, es ícono del movimiento opositor) y decidí pasearme algunos días por allá para constatar.
Entre y alrededor de la Plaza Bolívar encontré una ciudadanía activa y politizada, medianamente estructurada, aunque igualmente invadida por discursos llenos de clichés y de manifestaciones de una solidaridad a veces alarmante por el alto grado de automatismo.
No obstante, la Plaza, como espacio y estructura social e histórica parece mantenerse imbatible y dispuesta a acoger toda manifestación ciudadana, sin permitirse los insanos vicios de la locura política con su determinismo reduccionista.
Curioso y alarmante me resultó, sin embargo, la actitud policial de una Guardia Patrimonial que debería tener como bandera la búsqueda de integración de la ciudadanía con los elementos simbólicos que pueden constituir a la Plaza Bolívar en una escuela ciudadana.
Vi a aquellos guardias patrimoniales convertidos en una especie de cazadores de infracción, ávidos por atrapar a alguien en el acto de infringir reglas tan absurdas como la de no sentarse en la base que soporta la estatua ecuestre de El Libertador, sobre todo tomando en cuenta que quienes se sentaban en esta base eran niños y niñas emocionados por sus padres para tomarse una foto al pie de la poderosa imagen libertadora.
Nadie podrá negar que se establece aquí una contradicción ética: los guardianes patrimoniales negándole al pueblo la libertad de retratarse bajo el mayor ícono de la libertad en Venezuela.
Contradicción ética e ideológica que establece un cortapisa a la necesaria vinculación del pueblo con la libertad y que no sólo es reflejo de esa condición incompleta del cambio estructural que exige el sistema de Gobierno y de Estado en Venezuela para avanzar de forma sana, sino que también de una deformación de sentido que impulsa la ausencia de calidad y cualidad en el servicio público –por cierto presente desde hace muchos años en nuestro país- y cuya pervivencia puede indicar la falta de avance real en el logro del establecimiento de ese nuevo estado de cosas que demanda el pueblo.
No entiendo –o tal vez sí- porque quienes se proclaman como socialistas inducen este tipo de actitud, contraria a los fundamentos sociabilizadores de cualquier doctrina socialista. Se niega el fundamento –y no digamos ya hegeliano o marxista- de la construcción del destino por las propias manos que es tan caro a la doctrina social de cualquier Estado anti-derechista.
Recordemos con Sartre que poco importan las razones que se dan al pueblo para llegar al socialismo, porque lo esencial es que lo construya con sus propias manos, desde su realidad libre, asumida y concientizada con profundidad.
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