En ocasiones, cuando en el mundo no pasa nada que sea de interés mediático, nos suelen fustigar con noticias de chascarrillo, como aquella encuesta popular, repetida cada cierto tiempo, para saber cuál es, a juicio de la mundanía, la palabra más bella de nuestro rico vocabulario. Suelen copar los primeros lugares palabras como “Amor”, “Libertad”, “Gamusino” y “Solaz”. A mí nunca nadie me ha preguntado, en realidad nunca nadie me llamó para “encuestarme” por mi intención de voto, ni para saber qué antical uso o si aún creo que Fernando Alonso puede ganar el Mundial. Supongo que nunca he sido digno de formar parte de un muestreo estadístico, y por eso decidí desmigarme por estos lares. El caso es que mi palabra preferida, que ahora compartiré con ustedes, ni siquiera está aceptada, por corrupción (del vocablo se entiende) y desuso, por la Real Academia de la Lengua. ¿Han oído hablar de las “escortinas”? Pues eso. Las escortinas no son sábanas de ventana que se “escorren”. Las escortinas eran antiguos espacios comunales donde los vecinos, en Concejo Abierto, decidían a voz rampante y mano alzada el destino de su pueblo. Vamos, como un corral de vecinos de toda la vida, pero con carácter democrático. Aún hoy en día siguen existiendo los Concejos Abiertos para aquellas aldeas cuyo número de habitantes no alcanza para formar, y supongo que costear, los fastos de un ayuntamiento. Y todo se decide así, en una reunión «a la fresca».
Este primer acto viene a cuento de que el sector minero de la España carbonífera ha lanzado un órdago a todo el orbe que se tercie. Una huelga como las de antaño. La Unión Europea lleva tiempo amagando con cerrar parte de las minas de las cuencas de carbón de la vieja Europa y está haciendo sacar las uñas al gato. El primer paso que ha dado Bruselas ha sido suprimir las ayudas al sector para el año 2014 y, ya se sabe, sin subvención, la minería es como un universitario al que el padre corta el grifo de la juerga. O se pone a trabajar en el McDonalds para ganarse las perras o se va para casa a estudiar un módulo. Es lo que tiene la libertad de mercado. El carbón de Sudáfrica o el de la China, aunque venga de cal Cristo, resulta más barato. Si allí la Seguridad Social es una leyenda o los salarios a los trabajadores una opción empresarial más que un derecho, poco importa. Bruselas ha decidido que las minas europeas ya no le salen rentables. Será cuestión de traernos nosotros las coles desde Katmandú, a ver qué opinan del asunto los eurodiputados.
Por su parte, el Gobierno Español ha presentado un Decreto por el que pretende, al menos, retrasar un tiempo lo inevitable. No me tranquiliza que España haya sacado la garra para defender a sus atribulados mineros. Lo que sí levanta el ánimo es que Alemania parece que está en las mismas y ha dicho que de eso de cerrar las minas “nanai de la China”. Al menos hasta 2018. Lo que me preocupa es que los alemanes, siempre tocando los teutones, tiren por la calle de en medio y nos salgan por bulerías con aquélla del “cierre progresivo” y digan: Hay que ir cerrando las minas poco a poco, con cabeza. Que empiece España. A todo esto, por si las moscas, los mineros de la patria han programado una serie de parones “a la antigua usanza”, con sus comunas y sus piquetes de caucho inflamado. El otro día comentaba que las huelgas están dejando de tener sentido porque se lanzan a destiempo, o sin tiempo, cuando ya todo el pescado está vendido. Este asunto no es una excepción pero a mí, fíjense, me ha removido la conciencia sindical, que la tenía algo soterrada. Lo más parecido a una huelga que yo he vivido son las que protagonizan los concursantes del Gran Hermano cuando se quedan sin tabaco. Y por eso me conmuevo al leer que en Teruel, el 100% de los trabajadores de las cuencas mineras han secundado la huelga de los Sindicatos. Es tan diáfano el dato que nadie, ni Gobierno ni Oposición ni Mercedes Milá, lo ha maquillado con otras matemáticas. Es tan claro el dato que, en un alarde de compañerismo, se han permitido hasta señalar con el dedo, prensa mediante, a los 20 esquiroles que rompieron la unanimidad.
Lo cual deja en entredicho tanta asamblea nacional, provincial y regional y demuestra que cuando el pueblo actúa en Concejo Abierto, sin alcaldes ni concejales que tercien la marrana, no hay quien lo detenga. Los asuntos todos de las huelgas y reivindicaciones debieran decidirse así, sentados los afectados en las escortinas de la sociedad y decidiendo a mano alzada el futuro de cada cual. Es lo que tiene la democracia: que el representante de marras, en demasiadas ocasiones, poco o nada tiene que ver con uno. Sin embargo sabemos que el 99% de los consumidores elige Biacal para el mantenimiento de su lavadora. A mí nadie me lo ha preguntado. ¿Y a usted?
Por cierto, sólo un último dato para la posteridad. El 52% (16 de 31) de los municipios turolenses de la comarca de las Cuencas Mineras se rigen por el viejo sistema de Concejo Abierto. ¿Tendrá algo que ver? No lo creo.