Más vale tarde que nunca, y aunque a destiempo y sin oportunidad política de ningún tipo, digno es de agradecer a Díaz Ferrán que haya sabido escuchar las voces críticas de su organización y haya, por fin, plegado velas y cambiado el rumbo de su travesía hacia su propio grupo empresarial.
Durante todos estos meses se ha estado aferrando al sillón en el ejercicio más típico español, el de no dejar un sillón público pase lo que pase, ¡aquí no dimite nadie! Cualquier mindundi sueña con llegar a ser un cargo público, de cualquier índole, y una vez allí sabe que no puede abandonar el barco aunque se hunda, él como un buen capitán, deberá de ser el último en salir.
Y es que algo falla en los estatutos de la CEOE si un tipo que ha arruinado a uno de los grupos empresarialés más prósperos de este país puede presidir la organización, porque por mucho que se afane en regalar explicaciones por doquier, carece de todo tipo de autoridad moral.
Digno de estudio será su asalto al poder, y los favores que ha venido recibiendo desde las diferentes administraciones públicas desde tiempos inmemoriales, los cuáles son hartamente conocidos en los mentideros empresariales madrileños, pero eso es otra cuestión.
Lo verdaderamente importante es que si Díaz Ferrán no hubiera estado presente es probable que otro gallo le hubiera cantado al diálogo social, porque en las últimas fases del mismo se convirtió en un tapón que hizo añorar los buenos tiempos de Cuevas, un negociador inigualable.
Ahora es cuando debe de aparecer una figura incontestable en el empresariado español que lleve la CEOE al lugar que se merece y que debería ocupar, que permita unas relaciones cordiales con CEPYME, y que facilite el diálogo con los sindicatos, para permitir que España siga avanzando.
Gracias, Sr. Ferrán por su tiempo, pero ¡ya era hora de que se fuera!