El conflicto de la minería del carbón hace florecer el trastorno bipolar que gobierna mi devenir por la vida y que sólo aparece en situaciones de alta reflexión ética, económica, ecológica y social. Se trata de un conflicto que no es nuevo, viene de atrás, y amenaza con enquistarse en nuestras vidas a no ser que alguien sea capaz de tomar las decisiones correctas, duras e impopulares, pero necesarias.
Por un lado, mi perspectiva social y humanitaria reclama solidaridad para con los mineros, hijos y nietos de mineros, padres y abuelos de mineros, que ahora ven como su medio de vida, el único que conocen, se viene abajo paulatinamente pero sin solución de continuidad. Solidaridad que exige inversiones permanentes en las cuencas mineras para reflotar una industria de capa caída para poder recuperar la gloria de antaño.
Pero, por otro, mi perspectiva económica y ecológica vierte sobre la realidad el líquido febril de la eficiencia de ambas ciencias y reclama una reconversión necesaria y ya tardía y una apuesta clara y decidida por otras energías, no de palabra sino con hechos fehacientes.
Porque a pesar de aceptar que la situación de los mineros es desesperada, alargar su agonía no traerá más que consecuencias desastrosas porque lo que hoy es malo mañana será pésimo. Las cuencas mineras no necesitan subvenciones públicas para seguir explotando las minas, necesitan reconversión inmediata. Una reconversión que reconduzca las industrias mineras hacia otras vías de explotación económica, a través de programas de formación adecuados y plataformas de inversión interesadas en otros proyectos.
Comprendo que los tiempos políticos impiden ejecutar medidas de tamaño calado y sólo estadistas en retirada, como Felipe González, son capaces de anteponer los intereses del Estado a sus propios intereses políticos. Por ello, el Gobierno actual, en retirada, aunque sin estadista que lo lidere, ha conseguido ayudas de Bruselas, en otro ejercicio de hipocresía política de la Unión Europea.
El carbón es una fuente de energía que debería desaparecer de nuestras vidas. Poco a poco hemos ido consiguiendo aislarlo y condenarlo a una utilización residual en la que debería mantenerse. Toda la ayuda pública que ahora se le va a otorgar debería dedicarse a la investigación en otras fuentes de energía más ecológicas y más rentables, en el largo plazo, desde el punto de vista económico.
La solución que se le está dando al conflicto minero es pan para hoy y hambre para mañana, es contentar a unos pocos mineros en pie de guerra para ganar tiempo y dejar que sean otros, los que vengan, los que se encarguen de resolver un problema que algún día habrá que abordar.
Y los mineros no deberían engañarse a sí mismo, comprender que la minería ya no es una salida, y buscar la formación adecuada que les permita probar suerte en otros campos y en otras industrias. Todo progreso implica destrucción, ya lo anunció Schumpeter, pero se trata de un avance y no de un retroceso.