Hace más de 162 años un fantasma recorre Europa. Hoy ya no es el comunismo y en su recorrido ha visitado buena parte del mundo en varias ocasiones y, por lo que vemos, se ha reproducido generosamente en los cinco continentes gestando una constelación de fantasmas que crecen gracias al descaro de los cosmopolitas.
Desde cuando se encargó a Marx y Engels la escritura de un manifiesto que sirviera de presentación a la, hasta entonces secreta, Liga Comunista hasta los eventos con los que, casi sin sorpresa, nos levantamos hoy para observar que en todas partes del planeta tierra se suceden levantamientos, bloqueos, protestas, choques violentos, paros y movilizaciones; se evidencia el asalto de la indignidad que motiva la expresión del creciente descontento con las medidas emprendidas por los políticos de oficio, los tecnócratas y los burócratas emparentados y al servicio de los capitales, la ganancia y la especulación.
En Francia, pese a la extensión y calidad de los beneficios y garantías en salud y educación, se escenifican ahora los brotes del descontento planetario: Jóvenes estudiantes, sindicatos y colectivos, maestros y obreros, migrantes sin papeles y toda suerte de empleados, microempleados, autoempleados y desempleados salen a la calle hoy para denunciar y protestar contra un sistema que vende la igualdad mientras se muestra incapaz de realizarla y, para colmo, se alza contra la solidaridad justamente cuando la reclama incrementando el tiempo vital destinado al trabajo, extendiéndolo hasta coordenadas cercanas a la muerte, en un contexto en que el testamento de la sociedad lega a las y los jóvenes de hoy precariedad, austeridad e incertidumbre por todas las fronteras.
El descontento despierta a los fantasmas: Frente al capital especulativo se alzan las necesidades humanas insatisfechas. De cara a la ganancia y al manejo financiero eficientista se levanta el masivo reclamo de empleo. En el espejo de la política los antagonismos emergen cada vez con mayor violencia y de manera prolongada y los modelos de éxito y hedonismo son confrontados por una masa de pobres; creciente y rabiosamente pobres. Sin embargo, más allá de los sucesos y el carácter noticioso que, si a mucho, provoca el bostezo y la indiferencia de la multitud; los recientes eventos en Francia, España, Portugal y Grecia hacen patente que los fantasmas del nuevo mundo se parecen mucho a los que analizara el viejo Marx, habitando la casa que muchos creen vacía: el poder.
Buena parte de las crisis del siglo XX, ese al que aun no terminamos de despedir, expresan las tensiones de lo político. En la prolongación y cada vez más frecuente expresión del descontento social se escenifica la urgencia por hacer patente lo difuso y develar los resortes de las luchas del presente: Los motivos de las actuales confrontaciones sitúan de un lado a quienes, con poco, quieren más, mientras por el contrario, reciben menos de quienes están en la otra orilla. En los tiempos en los que la lucha de clases ha dejado de ser un concepto significativo y útil para dar cuenta de tal tensión, empieza a parecer consistente la lectura de nuestra época que insiste en que lo que vivimos no es sino la manifestación remozada de las viejas clases y las viejas luchas con los nuevos medios y sus nuevos antagonistas.
Frente al problema de la denominación de los males de nuestro tiempo, sus luchas y sus protagonistas; la pregunta por si la clase obrera ha muerto se golpea de bruces con la existencia patente de los capitalistas, cuyos exclusivos trajes cosidos a mano, su estilo de vida itinerante, su modelo de negociación trasnacional y su postura política centrista e insulsa traslucen hoy los viejos antagonismos y contradicciones sociales en los que, frente a ellos, aparecen los empobrecidos, los miserables, los descamisados, los no obreros de la no clase; los sujetos populares de ahora.
En las actuales circunstancias, tan viejas todas ellas, una constelación de fantasmas asusta y quita el sueño. La desazón con la economía de capitales, el malestar con la política, la paradoja de la inacción, la erosión de la sociedad, el empobrecimiento de las y los trabajadores, la precariedad y la desregulación laboral, la caída real del ingreso, la extinción del ahorro, entre otros tantos y complejos asuntos urgentes, se pone de presente «toda esta ofensiva contra los derechos acumulados de la clase obrera. Lo que está sobre la mesa es el plan del gran capital de cambiar no sólo las condiciones de trabajo sino las relaciones de poder donde el capital por decreto puede imponer grandes transformaciones sobre pensiones, salarios, vacaciones, contratos«, como afirma el profesor James Petras.
Dado el carácter multitudinario de la protesta en Francia, a diferencia de lo que ocurrió en Colombia con reformas de semejante cuño que dilataron la edad de jubilación, tal vez Sarcozy deba recular y moderar sus pretensiones para contener los efectos de un movimiento sindical y colectivo que no parece posible de acallar sin una victoria. Si ello resulta cierto, en la actual crisis de época, se confirmará la devastadora afirmación de Marx en el manifiesto, según la cual «a veces los obreros triunfan; pero su triunfo es efímero».