POR FEDERICO MAYOR ZARAGOZA.
La educación en libertad formará a ciudadanos libres del miedo, del prejuicio y del fanatismo, características más propias de los súbditos.
Educación es «dirigir con sentido la propia vida» Ser uno mismo. Por eso lo que hacemos tiene que ser fruto de la reflexión personal y no del dictado de nadie. Aprender a conocer, a hacer, a ser, a vivir juntos, constituyen los cuatro pilares fundamentales del proceso educativo.
La educación libera del miedo, del prejuicio, del fanatismo… y permite el vuelo alto, sin adherencias ni lastres en las alas, en el espacio sin límites del espíritu. La educación debe «promover el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos» (artículo 26.2). Como tan lúcidamente se expresa en el inicio del preámbulo de la Declaración Universal: «[…] la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e indeclinables de todos los miembros de la familia humana».
Los Derechos Humanos son indivisibles, pero el derecho a la vida es el derecho humano supremo, porque condiciona el ejercicio de todos los demás derechos. La vida, biológicamente, requiere nutrición, agua, un medioambiente sano, paz… Intelectualmente necesita educación, fomento de la creatividad, «gozar de las artes y participar en el progreso científico» (artículo 26.3). Educación para todos a lo largo de la vida. Progenitores, educadores y gobernantes deben tener muy claro que ésta es una responsabilidad esencial para la calidad de vida propia de la «igual dignidad humana».
Todos tendrán acceso a la educación pero, a partir de la edad de la emancipación, lo harán «en virtud de sus méritos» (artículo 26.1) Definición suprema de cultura es el comportamiento cotidiano: ¡lo que hemos aprendido, o que hemos pensado, lo que hemos sentido, lo que hemos imaginado, lo que hemos soñado, lo que hemos creado!…, lo que recordamos y lo que olvidamos, lo que amamos y lo que rechazamos… Todo esto, reunido, es lo que caracteriza nuestra conducta, nuestras actitudes, nuestros esfuerzos, que se han modificado en parte, y en parte conservado, en una constante evolución de la personalidad, enriquecida por la escucha y la interacción, por la expresión y la meditación.
Y así, cada persona única, capaz de la desmesura de inventar, de hacer lo inesperado, de actuar deliberadamente, debe esforzarse en conservar la diversidad infinita, que es la riqueza de la condición humana, unida por unos valores universales comunes que le proporcionan su fuerza.
Por ello hay que evitar la uniformidad, la gregarización, el ser espectadores impasibles, y hasta indiferentes, para convertirnos en actores de nuestra vida, en personas educadas, es decir, libres y participativas, que no guardan silencio, que contribuyen a la construcción de una democracia genuina a escala nacional y planetaria. «La educación […] promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas» (artículo 26.2).
Tratar, en resumen, de favorecer, por medio de la educación, la cultura, el conocimiento y la comunicación, la transición de una cultura de imposición y violencia a una cultura de diálogo y entendimiento, de la fuerza de la palabra. De súbditos a ciudadanos.
Federico Mayor Zaragoza
Presidente de la Fundación Cultura de Paz y ex Director General de la UNESCO