El trabajo constituye una importante fuente de satisfacción personal, proporciona un estatus y un prestigio social, y ofrece identidad personal y social, y es uno de los grandes vertebradores de creencias y actitudes. Por lo tanto el trabajo, es algo más que un simple modo de obtener recursos materiales. No obstante, cuando el trabajo es disfuncional o no favorece la adaptación o integración de los trabajadores, se convierte en un factor que no beneficia el desarrollo psicosocial del individuo, y lo desadapta personal y laboralmente. Sin embargo, muchas veces, detectar la fuente de la propia insatisfacción, es más complejo de lo que parece, ya que tiene que ver con los hábitos, es decir con comportamientos que se repiten tantas, y tantas veces, y de modo tan regular, que ya no requiere de la consideración o reflexión de quién lo ejecuta.
La dificultad de que el trabajador o el gerente no repare en detectar sus propios hábitos, o incluso favorecer que echen raíces, puede estar fomentada, por factores organizacionales, como pueden ser un ritmo frenético en la incorporación de nuevas tecnologías, una gerencia mediocre o una búsqueda creciente de la rentabilidad, que presionan al trabajador hasta herirlo emocionalmente.
Una buena parte de las organizaciones han podido comprobar el enorme coste de esto, y aunque no tengan bien definidos los instrumentos para definir su impacto, se muestran inquietas ante ello. Por su parte, en la literatura de empresa, muchos son los títulos que se han publicado, siendo Stephen Covey uno de los pensadores que más ha aportado al estudio de la gestión de hábitos. En 1989 publicó en Inglés “Los 7 Hábitos de las personas Altamente Efectivas”, con casi veinte millones de libros vendidos, y traducciones a más de treinta idiomas.
El desarrollo personal, según S.Covey, tiene tres etapas: la primera: “Victoria privada”, tiene que ver con un cambio interno, la segunda: “Victoria pública”, con el establecimiento de relaciones consistentes, y la tercera: “Renovación”, vendría a ser una retroalimentación que nos introduce de nuevo en un proceso cíclico.
Evidentemente, todo lo que tiene que ver con el cambio de hábitos básicos y firmemente arraigados en nuestra conducta y con nuestra cultura, no se puede cambiar de la noche a la mañana, y requiere su tiempo. Por otro lado, no son aspectos que se puedan aprender a través de contenidos teóricos, o en curso de unas pocas horas, lo que nos obliga a utilizar el entorno laboral para un entrenamiento continuo de habilidades, aprovechando cualquier situación que se presente como una oportunidad para derrocar viejos hábitos, y promocionar nuevas estrategias personales.
En este sentido, todos, trabajadores y empresas, somos responsables de cómo interpretamos los acontecimientos, y en ese sentido debemos de implicarnos en el cambio de nuestras actitudes, y en el cambio de las actitudes de las organizaciones que integramos, modificando nuestras actitudes, modificando nuestro pensamiento, aumentando nuestra reflexión introspectiva, entrenándonos para ser socialmente habilidosos, y entrenando habilidades como la creatividad.
Uno de los principales retos emocionales, para poder gestionar con satisfacción y solvencia las relaciones, es conocerse a uno mismo. No es nuevo: a esto se le dio en llamar, desde 1920, Inteligencia Social, y parece que la relación es indiscutible. Si quiero gestionar bien mis relaciones en el ámbito público, es precisa una gestión emocional en mi ámbito personal.