Hay numerosos síntomas que son explicados como la secuela de una falta de autoridad en nuestra sociedad, y que sitúa a la familia como una de las principales causas de que esto sea así. María García Amilburu, profesora de Teoría e Historia de la Educación de la UNED, señala directamente a la familia, ya que “allí es donde el individuo se socializa, la primera inserción en la sociedad se produce a su través. Y si ahí se pierde la autoridad, bien sea porque los padres están trabajando todo el día y para compensar dan a los hijos todos los caprichos, bien porque los progenitores separados traten de ganarse a los hijos a base de ceder, el niño ya crecerá sin ella.”.
Así mismo, además de en la familia, se habla de crisis de autoridad en otros ámbitos de la vida social. No obstante, la misma sociedad que acepta tener una crisis de autoridad, es la que está preocupada por como proliferan entornos en los que existe un acoso basado en el autoritarismo irracional.
En este sentido, y recientemente, una investigación de la empresa Otto Walter, señalaba que tras haber entrevistado a setecientos cincuenta trabajadores, casi la mitad estaban insatisfechos con sus jefes, y el motivo que en su gran mayoría señalaban eran las faltas de respeto hacia sus subordinados: más del 37% de los encuestados consideraba que su jefe era vanidoso, orgulloso, o se creía superior, y ejercía un modelo de mando basado en un autoritarismo asfixiante.
Pero, ¿por qué ocurre todo esto?, ¿nos manejamos bien con el concepto de autoridad?. Vamos al diccionario. El DRAE, nos dice que la autoridad «es el crédito que por su mérito y fama, se da a una persona en determinada materia». Analizando la definición, estableceremos que si se trata de un “crédito o capital” puede, dependiendo de cómo se administre, aumentar o disminuir; y por otro lado si sus dos componentes fundamentales son “el mérito y la fama”, convendremos en que son inexcusablemente el resultado de buenas acciones en el ejercicio de la actividad que nos ocupe.
La autoridad es deseable y muy necesaria en cualquier ámbito en el que sus integrantes no tienen las mismas responsabilidades. No tiene ningún sentido, por ejemplo, hablar de democracia en la familia, y en este sentido Fernando Savater afirma que «el padre que no quiere figurar sino como el mejor amigo de sus hijos, algo parecido a un arrugado compañero de juegos, sirve para poco; y la madre cuya única vanidad profesional es que la tomen por hermana ligeramente mayor que su hija, tampoco sirve para mucho más». Del mismo modo, y a la inversa, para poco sirve el jefe que basa su estilo de mando en la humillación de sus subordinados. Quizá uno de los factores que hace que renunciemos a la autoridad (a ejercerla o a aceptarla), es que la asociamos a la sumisión y a la obediencia, y que esto nos provoque un rechazo porque temamos una pérdida de la libertad personal.
En palabras del Presidente de la Sociedad Española de Psicología de la Violencia, D. Andrés Montero Gómez, en la familia, la educación con autoridad (no autoritaria), “es aquélla que combina la administración de referentes y límites educativos claros con comunicación fluida y mucho, mucho amor. Además de nutriente, el niño tiene que recibir tres cosas de sus padres: un mapa de referentes para la inserción social, amor y comunicación, y apoyo en la resolución de problemas. Los amigos ya los encontrarán en la calle”
En la empresa, el ejercicio de la autoridad, está ligado a ir por delante con el ejemplo como líder (sobre todo en la adversidad), batallar por los intereses de los trabajadores o crear un ambiente motivador y de confianza en el equipo liderado. Lamentablemente, gran parte de los jefes, creen que tener autoridad es aplicar fuertes dosis de agresividad o incluso violencia hacia sus subordinados, pero no existe un sueldo, por muchos ceros que tenga tras la unidad, que pueda pagar a un trabajador sometido. Decía el Premio Nobel de Literatura ruso Alexander Solzhenitsyn que «sólo se tiene poder sobre las personas mientras no se les oprima demasiado; porque, si a una persona se le priva de lo fundamental, considerará que ya nada tiene que perder y se liberará de esa sujeción a cualquier precio».
Parece que por aquí van los tiros. La verdadera autoridad, o liderazgo (tan de moda en el mundo de la empresa) reposa en el poder carismático y la credibilidad; El autoritarismo se fundamenta en la jerarquía, es decir en la legitimidad externa, pero no en el “mérito y la fama”. Siempre una persona con autoridad tendrá seguidores, mientras que una persona autoritaria tendrá subordinados