Si cualquier físico escuchara la palabra “Resiliencia”, no le llamaría especialmente la atención, ya que es un término que se refiere a la capacidad que tiene un cuerpo para recuperar su forma y tamaño original, después de haber sido comprimido, doblado o estirado, sin embargo en el ámbito de lo psicológico, aunque este término cada día está más extendido, todavía es inusual.
Fue en la década de los ´70, hace relativamente poco, cuando Stephan Vanistendael, un teólogo suizo, lo utilizó para referirse a capacidades psicológicas, y lo definió como: «la capacidad de un individuo de vivir bien y desarrollarse positivamente y de un modo socialmente aceptable, a pesar de condiciones de vida difíciles», es decir la capacidad que tienen algunos seres humanos de, pese a haber vivido “comprimidos, doblados o estirados”, volver a “su forma y tamaño original”.
Cada día más, es estudiada esta capacidad de los individuos que, a pesar de haber vivido en condiciones de vida difíciles, han conseguido desarrollarse positivamente, e incluso han salido fortalecidos y profundamente transformados por ellas. Según Grotberg, Profesora del Instituto de Salud Mental de la Universidad de George Washington y Presidenta del Consejo Internacional de Psicólogos, la resiliencia forma parte del proceso evolutivo y debe ser promovida desde la niñez.
La resiliencia no debe ser considerada como una característica innata del ser humano, ni tampoco como algo totalmente adquirido durante el desarrollo de la persona, más bien es el resultado de un proceso interactivo entre la persona y su medio, de manera que sale profundamente entrenada la capacidad de crear un sentido a las dificultades afrontadas, y de vislumbrar un lado positivo a todo trance, que de coherencia a lo vivido, y orientación para el futuro.
Esta capacidad se manifiesta 1) frente a la destrucción, revelando una gran facultad para preservar la propia integridad, y 2) frente a la adversidad, instaurando una actitud vital positiva, a pesar de las adversidades vividas.
Todo esto nos recuerda el concepto oriental de la palabra crisis, en su doble acepción como dificultad y como oportunidad, y desde el enfoque de la resiliencia, aportamos que ante cualquier situación “desagradable” que nos acontezca, podemos responder de, al menos, dos maneras distintas: una que tiene que ver con la parálisis o la huída, y otra que está mas asociada a acciones más comprometidas con el conocimiento personal, implicación y enfrentamiento consciente de las dificultades.
Sólo desde una respuesta que considere la dificultad enfrentada como una oportunidad, se podrá cultivar una esperanza realista, ya que sin caer en la tentación de negar las contrariedades, se puede capitalizar el malestar, desarrollando el potencial personal.
En el fondo, se trata de una cualidad muy preciada en todos los ámbitos de la vida, ya que los individuos que la han desarrollado, al haber estado expuestos a factores de vida muy estresantes, continúan su vida con una muy baja susceptibilidad a futuros estresores, surgiendo de la adversidad como el ave fénix, convirtiendo su adversidad en altos niveles de productividad de una vida significativa.
Especial importancia adquiere en el cambiante mundo de la empresa y los negocios, y del mismo modo que hablamos de personas resilientes, también podemos hablar de organizaciones o empresas resilientes, como aquellas que aprovechando sus dificultades, lo capitalizan y convierten en oportunidad para ser más productivas, más competitivas y más inteligentes, y en esta línea algunas de ellas están invirtiendo en formación, con el objetivo de desarrollar y acrecentar la capacidad de “resiliencia” para incrementar y reforzar las posibilidades de respuesta, tanto de los miembros de la organización, como de la organización en sí misma. En definitiva, invertir en la organización y sus miembros para vencer un entorno desfavorable.
Hace 25 siglos que Eurípides escribió“Lo esperado no se cumple y para lo inesperado un dios abre la puerta”, una fórmula de asombrosa actualidad en el versátil y voluble mundo empresarial de hoy. Por ello es más necesario que nunca, aprender y entrenar principios de estrategia que nos permitan afrontar los riesgos, y enfrentarnos con solvencia, a lo incierto y lo inesperado.