“El miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro”, es una frase que, aunque se le atribuye a Woody Allen, la asumiríamos como propia más de uno.
La palabra miedo procede del latín “metus”, y para quienes la usaban, tenía un significado análogo al que le da hoy la Real Academia Española a la palabra miedo: “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”. Si bien el origen de la palabra miedo hunde sus raíces en la mitología griega: Afrodita, diosa del amor y la belleza, fue casada con Hefesto, dios del fuego y de la forja, lo que no le impidió serle infiel con Ares, dios de la violencia y de la fuerza bruta, y de cuyas infidelidades nacieron cinco hijos, entre los que se encontraba Fobos, personificación del miedo, y Deimos, personificación del terror. Por lo que, de la mitología se deduce que, para los griegos, el miedo fue el hijo que tuvo, fuera de matrimonio, el amor con la violencia.
Estamos acostumbrados a hablar de miedo utilizando distintas palabras: ansiedad, estrés, sobresalto, fobia, pánico, terror…, sin embargo todo son caras distintas de una misma moneda, y lo que únicamente varía son la intensidad y la duración.
Está claro que el miedo tiene una base biológica, ya que el mecanismo que desata el miedo se encuentra en una estructura del cerebro, llamada amígdala, bien es verdad que factores como la incertidumbre y las experiencias personales, nada biológicas, pueden alimentarlo y hacerlo crecer. No obstante, no hay que olvidar que, un cierto nivel de miedo es necesario, pues nos ayuda a protegernos ante el peligro.
Lo peor es cuando el miedo comienza a ser un contaminante para la persona que lo siente, llegando a poner en peligro la valía de la propia persona, y siendo la excusa, en ocasiones perfecta, para no enfrentarse a la dificultad. Miedo al fracaso, miedo al éxito, miedo al que pensarán de mí, miedo a aclarar las cosas, miedo a aceptar la realidad, miedo al rechazo de los otros, miedo a perder los papeles y el control, miedo a sentir, miedo a tener miedo… Una emoción como cualquier otra, que se torna bloqueadora en la medida en que se le otorga una dimensión mayor y un poder sobre cualquier acción que supone incertidumbre, con base en la creencia de que “si fracasa mi experiencia, fracasa mi persona”.
Todo esto tiene importantes repercusiones en el mundo de la empresa, y debido a la necesidad de adaptación de los estilos de mando a los nuevos tiempos, en gran parte de las compañías se está produciendo un cambio en el estilo de liderazgo, pasando de un modelo basado en el miedo a un gestor coercitivo, a otro estilo de confianza en el líder: un estilo de mando que de verdad cree en las personas. Pilar Jericó, economista profesora de la Universidad Autónoma y socia directora de la consultora Walker y Newman, dice en su nuevo libro NoMiedo: “Si en una compañía te pagan por pensar ya no vale usar el miedo como herramienta de gestión”, sin embargo son muchas las compañías que, todavía, ante cualquier iniciativa del trabajador contestan con un: “aquí no se te paga por pensar”, y a los profesionales únicamente se les pide que obedezcan y se comporten como autómatas.
Una vez se ha instalado en la empresa, el miedo arrincona al trabajador en la oscuridad, le aísla, no le permite comunicarse realmente con nadie, le transforma en simple ejecutor autómata de las órdenes de un gestor coercitivo. Y cuando falta el jefe reina el desconcierto: se pierde la compostura, no se sabe qué hacer, ni cómo actuar, a nadie se le ocurre nada.
Como el miedo es libre, no sólo los estilos de mando y la organización de las empresas son desencadenantes de miedos en los trabajadores; en numerosas ocasiones, los miedos personales se proyectan en la cotidianeidad del trabajo, siendo unos y otros un auténtico lastre para el clima laboral y el bienestar de los trabajadores, repercutiendo éstos en la productividad. El miedo es libre, que no gratis.
Para los directivos, “La pérdida de poder, entendido como pérdida de prestigio, de carisma, de reconocimiento, así como el miedo al fracaso son los más comunes”, destaca Jericó.