A falta de confirmación oficial, el acontecimiento planetario más grande en lo que va de año no es precisamente el de Obama y Zapatero. Tampoco lo es el del Papa, pero sin duda para muchos sí lo ha sido. Tanto amantes como detractores del sumo pontífice han tenido su ojo puesto en él: unos para alabarle y otros para ejercer una crítica que en la mayoría de los casos no tiene fundamento. Y en el medio de todos ellos, gente a la que ni le va ni le viene la discusión y que estaban allí para ver pasar al Papa creyendo que presenciaban algo histórico.
Lo más curioso de todo ésto es el gran revuelo que se monta entre esa porción de juventud indignada porque la visita del Papa nos cuesta dinero (será que nosotros los jóvenes, acostumbrados a nadar en el parasitismo habitual de la edad, desembolsamos muchos impuestos) y se podría invertir en algo mejor. Si bien la crítica es cierta – no debe de financiarse con dinero público ningún colectivo religioso, como tampoco ninguna ONG -, no deja de ser demagógica teniendo en cuenta que el Papa es un Jefe de Estado, que, como tal, organiza viajes internacionales. Con características propias, sí, pero no dejan de ser banalidades. Seguramente pocos de los que pusieron el grito en el cielo con esto – diciendo incluso que hay que quemar al propio Papa – hicieron lo propio cuando Michelle Obama estando de vacaciones particulares (ni siquiera era un viaje oficial) armó a su alrededor un dispositivo de seguridad excepcional que no era precisamente barato.
El problema de la crítica que algunos imberbes hacen es que está fundamentada en que ellos usan condón y eso a la Iglesia no le gusta. Sería increíble encontrarse a alguien que verdaderamente diese unas razones basadas en principios. No obstante, no es menos cierto que los ignorantes están en todo su derecho de elegir la mejor manera de demostrar su estupidez.
Es curioso ver que en un país donde millones de personas tienen que acudir a la caridad que ofrece Cáritas – parte inherente de la Iglesia – para sobrevivir, el anticatolicismo recalcitrante e indocumentado triunfe. Con razón ese laicismo del que soy partidario queda desvirtuado por gente como esa.
En cualquier caso, se me viene a la mente algo que me encantaría: que el mismo sentimiento de rebeldía que siente alguna juventud española contra la Iglesia la redirigieran hacia el verdadero enemigo del individuo, el «Anti-Cristo» del siglo XXI, que no es otro que el Estado. Como decía Nietszche, el más frio de todos los monstruos fríos. Si los jóvenes organizaran esa rebelión en torno a cosas tan obvias como la libertad de elección, la no-agresión, la propiedad individual y un rechazo al colectivismo, conseguiríamos una sociedad libre más rápido, ahorrándonos muchos pasos graduales que son lentos.
El problema es que eso no pasará. Y mientras, la magnífica libertad de expresión seguirá haciendo que los ignorantes estén encantados de serlo y lo propaguen a los cuatro vientos. El ser débil arrastrando al fuerte, al que tiene su propio conjunto de valores, al que no es un borrego, hacia su condición, llevados por ese papanatismo y ese resentimiento hacia el independiente que hace que no me pueda tomar estas cosas demasiado en serio porque, aunque soñar es gratis, el Papa seguirá siendo el Papa y los imbéciles nunca dejarán de ser imbéciles.