Gracias a un izquierdismo trasnochado, no como el que le achacan las filtraciones a Zapatero, sino del de verdad, se suelen temer las privatizaciones como si antecedieran a la llegada del anticristo, cuando, en realidad, es la manera más eficaz de gestionar una empresa de origen público pero con vocación de eficiencia.
Si hay una verdad que se ha demostrado una y otra vez en la historia de nuestras sociedades es que las empresas de gestión pública no funcionan. Ya sea por la burocracia que las embargan, por la indiferencia de quien en ellas trabajan o por la falta de presión de los resultados, el caso es que todas terminan por ser deficitarias y por confundir los objetivos.
Porque una empresa, ya sea privada o pública, debe de tener un único objetivo que no es otro que ser eficiente y lograr beneficios, y si no persigue ese objetivo está perdiendo su esencia y entonces carece de todo fundamento económico y se alejará gravemente de sus objetivos sociales iniciales.
Las privatizaciones, bien entendidas, son la solución para las empresas públicas. Manteniendo cierta supervisión pública y marcando claramente la esencia con la que fueron creadas, una gestión privada mantendrá el equilibrio necesario entre costes e ingresos, para poder mantener la empresa a flote.
Para todos aquellos que defienden las empresas públicas basta con presentarles las cuentas de resultados de éstas y ayudarles a reflexionar sobre el sentido de un organismo que lejos de generar la riqueza que debería, se convierte en un lastre para el Estado y, por tanto, para los ciudadanos.
Las empresas públicas privatizadas deben de atenerse a ciertos fundamentos de los que no deben alejarse en su ejercicio, principalmente la vocación de servicio público de la empresa, pero a partir de ahí es la ley de costes y beneficios la que debe de imperar en busca de la eficiencia económica.
Todo lo demás no es otra cosa que demagogia, vender la titularidad pública de una empresa deficitaria como algo positivo es como tratar de vender hielo a los esquimales, y peor aún es creérselo.
Por tanto, un aplauso a la decisión de Zapatero, o de los mercados, de privatizar parte de Aena y de las loterías, una decisión que redundará en el bien general del país.
La próxima privatización debería de ser, y ya estoy esquivando los puñales que se me lanzan, la gestión de los hospitales públicos.