Un grupo de energúmenos ha impedido que el cardenal Rouco Varela diese una conferencia en la Facultad de Económicas de la Universidad Autónoma. El hecho en sí quizá no revista una gravedad directa e inmediata; sin embargo, remite a una realidad que es preocupante. No es la primera vez que pasa. A otras personas les ha ocurrido lo mismo. Gente tan distinta como Jon Juaristi, Fernando Savater, Vidal-Quadras,, Arcadi Espada… han tenido que aguantar que se les impida la palabra con zafiedad y gritos. Gente bien distinta, pero, si bien se mira, con un factor común: la talla intelectual que supone despego del dogmatismo y la simplificación; y el estar fuera de los límites del nuevo modelo ideológico y cultural que nadie puede osar traspasar.
El que lo haga verá como cae sobre su cabeza el anatema justiciero que antes tenía el nombre de “hereje” y ahora tiene el infinitamente genérico e indeterminado, de “fascista”. Todos, a pesar de la heterogeneidad del grupo, lo son. Rouco es un fascista conservador-clerical; mientras que Vidal-Quadras es un fascista liberal-conservador; Espada pertenece al raro grupo (aunque cada vez más numeroso) del fascista progre e ilustrado; Jon Juaristi es un fascista judío-liberal; y Savater pertenece al gremio eximio de los fascistas anarquistas (“anarquista moderado”, rezada en su ficha policial, catalogado por agentes con más gracia que los actuales). En fin, todos se sitúan en el pecado.
Y es la nueva inquisición la que, sentada en su trono, tiene que mandarlos a la hoguera purificadora y establecer los límites sagrados de la Verdad.
A pesar de que las pintas han cambiado bastante, de que han trocado la tiara por el piercing y el trono por la pancarta, de que seguramente son menos letrados que aquellos inquisidores descritos por Julio Caro Baroja, el fondo sigue siendo bastante parecido.