Nos podríamos tirar las horas muertas debatiendo sobre la esencia de la idiosincrasia del ser humano, sobre la falta de escrúpulos del vil metal y sobre los intereses ocultos de las agencias de calificación, pero al final no llegaríamos a ninguna conclusión más allá de que el café deja posos.
Y es que no se puede debatir lo indebatible, y se debería de dejar de perder el tiempo en cuestiones que no son susceptibles de ser modificadas para dedicar ese tiempo valioso a hacer algo provechoso para la buena marcha del negocio, en este caso, la Unión Europea.
Uno ya se acaba cansando de palabrería más o menos vacía sobre lo malos malísimos que son lo mercados, que lo son, o los intereses que manejan las agencias de calificación, que los manejan, pero, sobre todo, de no escuchar propuestas en la línea correcta.
Una línea que nos lleva indefectiblemente a progresar en nuestra creación de la Unión Europea, a ir dejando poco a poco atrás las cuestiones nacionales para engendrar un macroestado europeo al que se someterán los países miembros.
Entonces, y sólo entonces, con un único Estado, con un único presupuesto, con una política común, con unos únicos intereses, la Unión Europea será fuerte y los mercados no encontrarán ninguna debilidad para seguir atacando al Euro.
Porque los señores que manejan los hilos de los mercados deben de estar frotándose las manos al comprobar como a cada movimiento que realizan consiguen horadar, aún más, la unión de los países miembros de la Unión Europea, y con ello incrementar su debilidad, de manera individual y conjunta, y ganar así dinero, y más dinero, y más dinero.
Basta ya de seguir engañándonos con nacionalismos caducos y que no hacen más que encumbrar a personajillos en forma de políticos de quita y pon. La era de los países ha terminado y ha llegado la era de la asociación de países para enriquecer a las sociedades cultural y económicamente. Parece mentira que en España, donde estuvimos casi 40 años aislados, todavía no nos hayamos dado cuenta de ello.
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