LA CORREHUELA
Me dicen que ya se ha colapsado la centralita del neurólogo con llamadas de conductores sacados de punto. Pueden tomarme por un conductor suicida, aquel que en el chiste chistaba a los demás por ir en dirección contraria. Pero así son las cosas. Desde esta madrugada los avezados usuarios de la España automovilística viajan, según ellos, con una escoba con la que barrer los caracoles que se les suben a las llantas. A veces no hay mejor método para reconocer una ilegalidad que atizarla aún más. Es curioso, pero en los publi-reportajes con los que este fin de semana nos han sacudido las conciencias, se ha hecho un curioso ejercicio de auto-control.
Porque en las encuestas a pie de autovía, entiéndase gasolinera, peaje o parada del autobús, todo el mundo, menos los suicidas, han difamado la nueva medida “de ahorro” de circular a 110 kms/hora. Ciertos periodistas, cachondos ellos, ante el aluvión de críticas recibidas a pie de micro, hacían la pregunta exacta: ¿No es exagerado montar la marimorena por una diferencia de 10 kms? Y nadie, ni el más cuerdo, quería responder la verdad con pelos y a fe que han sangrado muchas lenguas de tanto ser mordidas.
Efectivamente. La nueva ley de tráfico ha puesto en la palestra la verdad del perogrullo que todos conocen y nadie se atreve a mencionar. Que no es otra que, dicho sin tapujos, la limitación a 120 en nuestras autovías/autopistas era ya en sí una quimera. Era curioso, algo tierno y muy ridículo ver a la mujer de turno en las noticias de las tres, con su Seat Panda circulando por la A-6 (sí, “la de la nevada” donde conductores cientos se pasaron 5 horas ¡sin comida y sin bebida!) a 110 kms y asegurando al periodista copiloto que era una velocidad “anormal” y que “el coche casi daba tirones”. En efecto, y aunque no lo dijo, entiendo que su Seat Panda del 89 sólo mantiene el equilibrio a 140. Ah, perdón, que eso no se puede decir pues era ilegal.
Bien, querido conductor, si un vehículo motorizado con sus válvulas y sus caballos da tirones a 110 kms/hora creo que es hora, valga la redundancia, de que vaya usted al mecánico a que le revisen los pistones. Sólo le faltó asegurar que a semejante velocidad el coche se le calaba. Y no digo que la medida me parezca absurda, que seguramente lo es, pero de ahí a sacar de quicio o de bisagra la medida del Gobierno con semejante argumento es el colmo del absurdo.
Y vaya una cosa por la otra. El presunto ahorro de 2.300 millones de euros que la nueva norma va a producir al país no procede, precisamente, de la reducción de velocidad, sino del aumento de las multas al abrir la horquilla de la acción punible hasta lo deleznable. Si quieren ahorrar, señores, rebajen el precio del billete del transporte público de 1,20 a 0,20. Ya verán cómo así nos pasamos el petróleo de Gadafi por el forro de la tapicería. Porque al final, tiempo al tiempo, los 2.300 kilos tendrán que ser usados en mortero cuando la OTAN tenga que aparcar los Harriet en el desierto libio.
Es lo que tiene ser un columnista suicida. Para todo lo demás, Intereconomía al canto.