De todas las medidas que tan grandilocuente término encierra, la que más ampollas está levantando en nuestro país es, sin duda, la vinculación de los salarios a la productividad, en lugar de a la inflación, al menos, en el bando sindical que sigue atrincherado en su ideología exacerbada de que nada cambie para que todo vaya a peor.
Más allá de la defensa a ultranza de una posición ganada, o de una subvención sobrevenida, cualquier persona con un poco de sentido común será capaz de entender la insostenibilidad de un sistema que vincule salarios e inflación, como ha venido sucediendo en España durante todos estos años, provocando elevadas tasas de desempleo, incluso en períodos de crecimiento.
Imaginemos un escenario similar al actual, en el que se produce una escalada en el precio del petróleo que, lógicamente, se traduce en un incremento de la inflación de, digamos, el 3%, lo cuál nos quiere decir (permíteme, amigo lector, la simplificación), que la cesta de la compra nos cuesta un 3% más. Lo que antes nos costaba 100 ahora nos cuesta 103, pensemos, por ejemplo, en un aspirador.
Bien, como el salario está vinculado a la inflación, el empresario que se dedica a fabricar aspiradores tendrá que pagar un 3% más a sus trabajadores, es decir, que si cobraban 1000, ahora cobrarán 1030. Entonces, como los empresarios no ponen en riesgo su capital por amor al arte, sino que intentan obtener un beneficio, se verán obligados a repercutir ese exceso de salario en los precios finales que paga el consumidor.
Si el fabricante de aspiradores sube sus salarios un 3%, también subirá sus precios un 3% (y vuelvo a simplificar la realidad, cosas de la deformación profesional), con lo que aquello que costaba 100, y luego pasó a costar 103, ahora costará un 3% más, es decir, 106.09, con lo que habremos generado una inflación real de cerca del 6% (exagerada, evidentemente, para los intereses del artículo).
Ahora pensemos que el fabricante de aspiradores no puede subir el precio final ese 3%, porque su competidor alemán, por no decir francés, que podría, no ha subido sus precios. Por tanto, es el empresario el que asume las pérdidas del incremento salarial sin que haya una contraprestación para ello. Al cabo de un tiempo, el empresario se verá obligado, por la rigidez del sistema regulatorio español, a despedir a algún trabajador, con lo que vemos como el vincular salarios a inflación genera expectativas de desempleo.
¿Cuál sería la solución? Vincular salarios a productividad, flexibilizando los mecanismos de contratación y de ajustes empresariales, con lo que el coste salarial se ajustaría automáticamente a la coyuntura económica de cada momento y de cada sector, de una manera natural.
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