Pocas veces en la historia se ha dado una sociedad tan convulsa y tan confusa, lo primero por el exceso de información, siempre buena, y lo segundo por la ausencia absoluta de valores, siempre malo, lo que nos está condenando a convivir una época de puro vacío existencial.
Y sé que suena a tópico, pero no hay nada malo en un tópico si éste nos pone sobre aviso y nos hace recapacitar sobre el lugar que ocupamos en la historia y el lugar al que nos queremos dirigir.
Porque siempre ha habido un precio para las cosas, desde que el ser humano es ser humano, incluso antes, desde los tiempos del trueque, o incluso desde que éramos organismos unicelulares, pero entonces, aunque nunca igual, sí que había cierta correlación entre valor y precio, una correlación que hoy en día hemos perdido.
Hemos dejado de valorar las cosas importantes de la vida y a cambio apreciamos las que son más caras, las que tiene un precio mayor, en un desajuste psicológico e intelectual de dimensiones catastróficas para nuestra salud como sociedad.
Sólo un necio confunde valor y precio, dice el sabio, y no ahora, tiempo atrás, porque ya se lo venía venir, ¿qué diría si viviera en nuestra sociedad de hoy en día? Ni tan siquiera la crisis, esa bestia a la que todos tememos, ha sido capaz de poner las cosas en su sitio, sí, un par de meses tal vez, pero en seguida recuperamos nuestras ansias por poseer, no lo más valioso, sino lo más caro, y el valor se mide en diferentes unidades que el precio, el segundo es efímero, el primero, eterno.
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