Sociopolítica

Las guerras de fuera y las de dentro

«Yo estoy en paz con los hombres/ Y en guerra con mis entrañas» ( Antonio Machado)Muchos hemos apostado por las actitudes que muestran los nuevos movimientos de contestación social, donde las actitudes pacifistas han conseguido prevalecer inteligentemente contra todo tipo de provocaciones: las del poder y las de los exaltados fanáticos.¿Cuántos acompañamos la opción de la resistencia  pacífica ? Eso es otra cuestión, pero de ella depende el resultado final de la oposición al neoliberalismo depredador.

Si el pacifismo de Gandhi consiguió expulsar a los ingleses de la India, el método es más que válido, pero ¿por qué no se practica más a menudo? ¿qué fuerzas se oponen? Si  casi todos deseamos la paz y la felicidad, ¿por qué  no están más presentes en nuestro mundo? Revoluciones, revueltas violentas y contrarrevoluciones, primero producen muertos y destrucción y luego una tremenda sensación de dolor mezclada con odios recién estrenados que se unen a otros previos y  más arraigados, pero no puede decirse que la paz sea nunca  la consecuencia de ninguno de esos convulsos movimientos de masas, a no ser que entendamos la paz como la aceptación general y monocorde, por causa mayor,  del nuevo orden dominante. Y esa causa mayor es la imposición por la fuerza. Pero esto no es paz , porque  mientras unos la imponen, otros, los vencidos, sufren  ahora bajo el dominio de los nuevos dominadores, esperando su turno para vengarse. Así que no hay paz interna ni en unos, ni en otros y por eso las guerras no acaban nunca.Decía Gandhi, y la historia cotidiana lo confirma,  que  el ojo por ojo terminará  por dejar ciegos a quienes lo practican. Cristo, por su parte, llamaba bienaventurados a los pacíficos, entre los que , por cierto,  no se encuentran las Iglesias que se esconden bajo el nombre de «cristianas».

En  cualquier revolución o contrarrevolución histórica vemos luego cómo viven ahora sus descendientes, desde Rusia a China, o desde Francia  a España, por citar países que hicieron sus intentos de revolución y tuvieron su contrarrevolución en la que acabaron por instalarse los defensores de  las peores opciones tras sus correspondientes guerras civiles y genocidios. ¿Qué queda en estos, -al igual que en otros países que pasaron por lo mismo,- de aquellos impulsos de cambio renovador? Se quedaron empantanados históricamente bajo los nuevos amos del poder, del dinero, de las industrias y  de las diversas mafias y sotanas. Y muchos en cunetas y fosas comunes. Desde un punto de vista ético o civilizado, como le queramos llamar, ni una sola de las ideas revolucionarias – y con mayor  razón en sus contrarias- en  donde anide o se  promocione la violencia, la manipulación mental o de la conciencia, tienen legitimidad alguna, lo cual no impide que quienes las defienden las conviertan en legales cuando llegan al poder. Serán legales, sí, pero nunca legítimas  aunque duren milenios. Tanto las revoluciones como las contrarrevoluciones   han actuado de ese modo y  aplastado a sus oponentes con los mismos métodos y parecidos argumentos con que justificaban su oposición al contrario; toda esa retahíla de mentiras y propaganda de guerra  en las que se proclaman defensores de valores tenidos como sagrados: la patria, la clase social, la democracia, la religión, las libertades, según convenga.

En las guerras que  se suceden en nuestros días aquí y allá salpicando al mundo de sangre y dolor, todo vale,  y  por más mandatos legales de la ONU y más juegos de palabras venenosas con que el capitalismo neoliberal  las justifique inventando causas de apariencia noble, no hay principios espirituales, ni éticos , ni dignos de una persona civilizada,  que las justifiquen, ni- por tanto- guerras justas, sino enfrentamientos entre fanáticos de las ideas, del dinero, del poder, que siempre hacen morder el polvo a  enemigos que enseguida comienzan a pensar en cómo vengarse. Siempre el ojo por ojo, pero cuidado: defendido por el occidente que se llama hipócritamente «cristiano».

Cristo era pacifista, aunque la Iglesia nunca creyó en el Sermón de la Montaña ni lo practicó.   Mas no es preciso ser cristiano para saber que toda guerra es un fratricidio a gran escala, un crimen friamente planificado por unos pocos y en su propio beneficio. Y no entramos  en esos distingos  entre matar  y asesinar, porque a los muertos eso les da lo mismo, y al alma del autor de su muerte, también, ya que contrae una deuda bien seria  con la vida, pues crea una causa que ha de tener un efecto sobre él. Debería saber quien da las  ordenes y quien las ejecuta  que toda siembra tiene la cosecha que le corresponde,  y esa es una ley universal inflexible. El quinto Mandamiento dice “No matarás”, y no tiene letra pequeña ni distingos. No dice, por ejemplo: «Obedece al general antes que a Dios». El quinto Mandamiento, como todos, no  es una orden, sino una advertencia, porque el que siembra muerte, ¿qué espera cosechar? Puede que en este mundo el general victorioso  reciba honores de héroe, o el jefe de gobierno y los señores parlamentarios que le apoyan puedan ganar elecciones a cuenta de los muertos de algún  bando, pero la vida física es  breve, el tiempo pasa, y la cosecha se recoge en esta vida o en las que le esperan al que siembra muerte desde su despacho o desde su cañón.

Cada revolución, como cada contrarrevolución, comenzó casi siempre  violentamente hasta caer con el tiempo en un estado de decrepitud  y enquistamiento colectivo una y otra vez, lo cual  muestra la inutilidad de la violencia y la necesidad de un  cambio profundo en la conciencia  de la humanidad para alcanzar un nivel de vibración lo suficientemente alto como para albergar la paz;  como para que rechace toda agresión. Y no solo hacia las personas, sino  hacia la naturaleza y los animales, simplemente por amor  y  respeto a la vida. Y si es creyente, por amor y respeto a Dios, el Creador de la vida universal.

En este momento de nuestra historia colectiva, cuando tanta violencia vemos en  todos los continentes,  parece sencillo concluir que mientras  no hagamos cada uno de nosotros esa revolución personal contra  esos nuestros enemigos internos llamados codicia, deseos de poder, envidia, odio, auto importancia o deseos de reconocimiento, que son los verdaderos quintacolumnistas de nuestra existencia personal , seremos egocéntricos en una u otra medida y en consecuencia, “aptos para la guerra”, pues al fin y al cabo los “quintacolumnistas”  nos quitan la paz y nos mantienen en guerra permanente en nuestro interior y  con nuestros semejantes. Y cuando tocan  a rebato las campanas de la guerra, se llame como se llame, esas energías peronales negativas  serán dirigidas por tipos ambiciosos, envidiosos, y tan egocéntricos como cualquiera, pero con más poder o habilidad  para conducir al frente a quienes ellos digan.

Puede decirse, en conclusión  que  los diversos  movimientos históricos violentos no han conseguido  una humanidad fraternal, pacífica, justa, libre y unida, porque no hemos conseguido  erradicar de masivamente de la  conciencia a nuestros propios enemigos, que son finalmente los enemigos  de la humanidad toda. Este es un fracaso que nos debería llevar a una seria reflexión sobre nuestra propia forma de pensar, sentir y actuar y comprender, una vez más, hasta qué punto somos aún  parte del problema o si  somos ya  parte de la solución y pertenecemos a la humanidad del futuro.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.