Es lo que se preguntan cada día los más de 300 millones de ciudadanos europeos. Son muchos los frentes abiertos que necesitan de una respuesta rápida y clara por parte de la Unión. Sin embargo, el gigante europeo parece hoy más parado que nunca. Nadie está dispuesto a ceder en sus posturas. Y, mientras no llega la solución, Europa se hace cada día más débil e invisible en el panorama internacional.
La Unión Europea nace con la misión de unir a un continente que durante siglos luchó contra él mismo y con el compromiso de prosperidad y riqueza para sus países miembros. La realidad europea actual no puede ser más distante a esos objetivos. La Unión de los 27 aparece más divida que nunca. Dividida para tomar decisiones sobre Grecia, dividida a la hora de hablar de una fiscalidad común, dividida sobre conflictos internacionales, como el de Libia o Palestina… Sin duda, incapaz de llegar a acuerdos que la hagan sostenible en el tiempo. Ante esta situación, los ciudadanos europeos nos preguntamos para qué sirve la Unión. Mantenemos con nuestros impuestos a unos 600 eurodiputados y a un gran sistema burocrático con millones de funcionarios. Pero la UE no está a la altura que merecen sus ciudadanos. El euroescepticismo está instalándose entre los ciudadanos porque la Unión está muy lejos de sus necesidades y no soluciona ninguno de sus problemas. El sueño europeo se está desinflando. Es cierto, que son 27 gobiernos, 27 realidades diferentes, 27 maneras de ver el mundo, 27 formas de vida y de acción. Pero, la unión hace la fuerza. ¿Qué serían hoy Francia, Alemania, Gran Bretaña, España o Italia ante un mundo globalizado y con países con millones de ciudadanos, como China, India, Brasil o Estados Unidos?
De la Europa de los 12, se pasó rápidamente a la Europa de los 27. Alguien tuvo prisa en que los países del Este formasen parte de este club, privilegiado. Eran momentos de alegría económica y la entrada de un nuevo país a la UE suponía un nuevo mercado, más consumidores, más posibilidades de negocio… Aunque también más diferencias, más necesidad de cohesión… Nace entonces la Europa de dos velocidades. En la actualidad, estamos en época de vacas flacas y la UE tiene que dar respuesta a muchas necesidades. Hablamos de países que vivieron por encima de sus posibilidades, como Grecia o Portugal, de que no hicieron bien sus deberes… ¿Dónde estaban entonces los mecanismos de control? ¿Dónde está la riqueza que se generó? ¿Dónde está la solidaridad europea?
El mundo necesita una Europa. Una Europa fuerte, unida, que construya puentes de diálogo, de respeto. Esa Europa de las libertades y los pueblos con la que muchos soñaban. Se necesitan líderes capaces de pensar que otro mundo es posible y que no estén al abrigo de los mercados y de unos sistemas financieros que nos han llevado a esta grave crisis, que amenaza con acabar con los cimientos de la UE.
La salida al final del túnel se ve difícil, pero será imposible si Europa no lo hace unida. La Unión ha hecho que todos los miembros fuesen más prósperos y sus ciudadanos tuvieran una mejor calidad de vida. Ha luchado por un Estado de Bienestar, que hoy muchos se empeñan en desmantelar. Alemania, Francia, Gran Bretaña… han costeado parte de la Unión, pero también han ganado mucho dinero gracias a ella.
Los ciudadanos, faltos de grandes líderes que crean en este gran proyecto, somos los que tenemos que atrevernos, que exigir una nueva Europa que se ponga al frente de las transformaciones que el mundo necesita. Los ciudadanos europeos tenemos que ser capaces de volver a soñar con una Europa más sostenible, una Europa donde las personas seamos el centro, una Europa de respeto y diálogo, una Europa que sea fuerte y decidida, que mire hacia el futuro. Una Europa sin miedo, crítica, participativa, ciudadana y solidaria.
Ana Muñoz Álvarez
Periodista